Roberto Martínez, figura crema en los años 90.
Roberto Martínez, figura crema en los años 90.
Daniel Peredo

El joven que todos querían ser, de niño, quería ser como el ‘Ciego’ Oblitas. Blanquiñoso, pícaro de pies y boca, producto puro del Maranga style, era una figura de que creció embobada por el perfil de Juan Carlos, Percy Rojas, Germán Leguía, esa camada pelilarga de futbolistas con pinta de star pops. “Los veía jugar y los tenía arriba. Yo era de las divisiones menores, te hablo de los años 80, y me impactaba lo que hacían en la cancha y fuera de ella, su forma de vestir, de actuar, de declarar. Hasta los veía llegar en sus autos y decía: ¿cómo no querer ser como ellos?”, me dijo un día para CMD.

El destino quiso después que entre finales de los 80 y mitad de los 90 el hincha promedio de la ‘U’ quisiera ser como Martínez. Fue el niño bueno, el 8 salvador, el jugador que tenía al susto al que era de Cristal o Alianza. Un capitán habilidoso y oportuno. Tan puntual para anotar en los clásicos noventeros contra los celestes como para llevarse a la más hermosa de la tele. Tan definitivo para resolver el U vs Alianza del 95 como para casarse con la señito Gisela, matrimonearse con la rubia Viviana y convivir con la fitnnes Melissa.

Compadre generacional de Chemo del Solar, Roberto no fue exitoso como él respecto a sus años en Europa y su prestigio en selección. La evolución de Del Solar fue muy grande respecto a Martínez. Tema de cabeza, quizá. Porque con menos condiciones técnicas Chemo, su socio en aquel San Agustín campeón del 86, cuajó una impresionante carrera en la selección y en el exterior, mientras que Roberto solo parecía una perla de cabotaje, apta para el Descentralizado más que para las copas internacionales.

Le consulté muchas veces a Oblitas, su ex técnico y modelo, del por qué Martínez no alzó vuelo internacional y el ‘Ciego’ hablaba de “tiempos de consolidación” que Roberto no tuvo. “En la U era el dueño de todo; en la selección le faltó tiempo para ser lo mismo. Jugaba y no era indiscutido, luego apareció el Chorri Palacios y era imposible hacerle un sitio”. El Veco, en su momento, ampliaba la idea en Deporte Total: “Palacios encarnaba al volante de llegada moderno, por rápido, quimboso y sacrificado, Martínez perdió en lo uno y en lo otro; era más un trotón con muchísimo talento”.

Pasador y goleador más de torneo local que de fuste en el exterior, la carrera de Martínez fue más corta de lo debido y menos retadora de lo ideal. Si hubiera -quizá- tenido la disciplina de Del Solar para superarse, quizá el Martinez de los 90 habría alcanzado más velocidad, más vértigo y más nivel. “Todos pudimos exigirle más”, remata El Veco en sus textos de El Comercio. Martínez eligió, en buena cuenta -y escribo ELIGiÓ porque fue su voluntad no irse a la liga mexicana cuando pudo en 1994-, ser papá local y no parte de la familia de los competitivos “peruanos en el extranjero”.

Igual, pese a privarnos de un 10 de selección que sus condiciones habrían querido que sea, Robert se ha llevado el amor no solo de bellas mujeres, sino de una hinchada llena de tipos que un día quisieron ser como él.

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