Angel Hugo Pilares

pertenece a esa estirpe de ex futbolistas devenidos en dirigentes respondones, desenfadados y hasta mañosos. Que conocen cómo funciona la opinión pública y puede remover el mercado anunciando su deseo de fichar a Yoshimar Yotún en un golpe de efecto ejecutado un domingo cualquiera.

El hoy administrador de es de los que entienden que el juego consiste en responder a intríngulis dirigenciales como el de los derechos de la TV y que son lo suficientemente cazurros como para enviar al Puma Carranza a la cancha en la final del 2023 sin despeinarse. Total, comparar eso con las provocaciones infames de los años 90, cuando Ferrari jugaba, suena injusto.

Ferrari es el mediocampista con llegada que ha tratado de emular el camino ya escrito de la Brujita Veron o Juan Román Riquelme. Su estilo dirigencial se basa en el hacer y dejar hacer. Conocedores del ADN de la marca que representan, pero conscientes de sus limitaciones, prefieren el trabajo en equipo y acaban convocando gente que puede brindarles resultados. Mientras estos trabajan, los directivos se posicionan ante los medios de comunicación, cuya dinámica conocen de la época de futbolistas, defendiendo los intereses de sus clubes.

Es aquí donde se devela el secreto: la existencia de estos exjugadores-dirigentes no suena igual de prometedora en Europa. No por nada, en estos tiempos, los jugadores más exitosos del Barcelona de Guardiola han empezado el camino como entrenadores mientras que en nuestro tercer mundo la búsqueda de reconocimiento ha sido innegable: los que alguna vez fueron estrellas del fútbol argentino pululan entre los platós de TV y los cócteles de la AFA.

¿Es acaso el fútbol sudamericano de los años 90 el que forma a estos ejemplares? Hay que pensar en lo que hoy ya es la prehistoria de esta etapa corporativista del fútbol mundial para entender su aparición. Desde finales de los 80 hasta el inicio de los dosmiles, ser futbolista era ganarse todo a punta de gritos y sufrir infamias de parte de directivos que miraban cómo llenar sus bolsillos aunque en el proceso se tumbaran a jugadores o clubes. El mismo Ferrari, alguna vez, fue víctima de manejos extraños -por decirlo de alguna manera- cuando firmó por un club menor de Argentina para terminar en España.

Solo un fútbol como aquella época puede terminar por producir esta generación de dirigentes. Los mismos que todavía pueden presentarse en un estadio para patear el balón sin dar la vergüenza que daban sus antecesores.