De toda la larga, inclasificable lista de aficiones que nos resumen como peruanos, es el fútbol de los últimos tiempos la única que nos alegra. La única que nos arenga. La única que nos devuelve un poquito de fe. No es casual —intuyo que por inofensiva, por chiquita, por apasionada— que en el Perú del Bicentenario los niños quieran ser más parecidos a un delantero de la selección que a un congresista, se miren más en Renato Tapia que en Agustín Lozano y piensen que en este país de desigualdades, donde todo está roto y donde se nota fácil cuánto se odian, un equipo de fútbol puede reivindicar lo único que a nadie parece importarle: la peruanidad.
La selección convoca a todos. Representa.
Por eso, luego de la justa derrota ante Brasil, un tiempo con línea de 5 que no fue suficiente para contener el mágico ataque brasileño, casi una manada; un tiempo donde no bastó que Perú vuelva a ser Perú y ninguno de esos dos rebotes le llegue justo a Lapadula o a Cueva, es necesaria una larga carta de agradecimiento a este grupo de jugadores cuyo trabajo, además de defender el honor de su apellido y las comodidades de su familia, dedica los mejores años de su vida a cuidar los colores de la selección. Siempre será mejor que un colectivo de deportistas de élite nos represente. Es por ellos que los 270 millones de personas en todo el mundo que practican el fútbol, según censo de FIFA del 2013, miran con generoso respeto al Perú.
Es la mejor campaña publicitaria del mundo esa.
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Pienso, por ejemplo, en el vestuario de la selección hoy y cómo es posible la convivencia entre tantos hombres de raíces distintas, de colegios diferentes, de credos opuestos. He sido testigo —no me lo han contado— de cómo convive André Carrillo con Renato Tapia, pese a sus distancias sociales; admiro como se entrenan Aldo Corzo y Luis Advíncula, y cómo esa competencia ha hecho que alternen el puesto y sean mejores; comparto el IG live en donde tanto se quieren dos futbolistas cuyas vidas no iban a cruzar jamás, por lejanas y etc., y que gracias a la selección son un ejemplo de nobleza y bienvenida. Gianluca Lapadula le enseña a cantar Sinatra a Christian Cueva. Y el Cholo le da dos clases sin chela para bailar El Cervecero.
Sin una pelota, sin la misma camiseta, y sin un único objetivo común que es pelear por un boleto a la Copa América, mucho me temo que estos señores se estarían agarrando a palos por Twitter.
Lo que parece ser el final de la notable carrera de algunos futbolistas con la selección —pienso en Jefferson Farfán, el pie que nos dio Rusia 2018— es, también, la puerta de entrada para una lista larga de apellidos que los hinchas de la selección verán en lo que queda de esta Eliminatoria rumbo a Qatar y en la próxima Copa América. Sergio Peña, Marcos López, Alexander Callens, Santiago Ormeño; el propio Lapadula. Lo que sonaba imposible —un equipo que juegue sin su capitán y goleador histórico Paolo Guerrero— es ahora la saludable discusión sobre otros 9 pero nunca sobre la esencia: el fútbol peruano juega así. Su valía es el pie, la asociación, el colectivo. Eso que para otras selecciones es malabarismo, en el equipo de Ricardo Gareca es santo y seña. Nos guste o no, jugando así le ha permitido ya un Mundial, una final de Copa América y la chance —este viernes a las 7 p.m.— de ser otra vez terceros del continente como el 2015.
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A nadie le gusta perder. Eso no se celebra. Ni ante los marcianos como Neymar o Messi. Pero sí me parece bueno anotar, en esta hora de derrota, ahora que ese bienaventurado grupo de notables que cada tanto se suben al bus de la selección y lo convierten, digamos, en el Titanic, el gigante ciclo que cierra la generación peruana 2015-2021. ¿Podría haber sido mejor? Claro. Yo también quiero se astronauta. ¿Se pudieron evitar tantos errores? Por supuesto, pero ya en ese caso, Perú sería Alemania y no, todavía. La selección peruana es hoy ese imán para convocar, para llenar estadios y vender camisetas. Ese zapping para dejar de aplaudir solo a los cracks del cable y estar más pegados a lo que dicen Toño Vargas y Erick Osores en el 4 o a Rebagliati y Pedrito García en Movistar. Esa felicidad que no se compara con nada durante 90 minutos y que, por eso mismo, es tan breve.
Se está acabando, no sé si se dan cuenta. Antes que pase, y vuelvan los tiempos peores, es bueno agradecer que ahora más de un escéptico se volvió hincha de la selección. O sea, un poquito de su país. Yo no lo era y estoy profundamente agradecido. Eso ya es ganancia, y no se mide por goles.
LOS NÚMEROS DE GARECA (2015-2021)
79 partidos dirigidos
33 victorias
16 empates
30 derrotas
111 goles a favor
107 goles en contra
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