El partenón
El partenón

Por: Pedro Cornejo
Aun cuando no se pueden pasar por alto los dibujos rupestres, la historia del arte como esfuerzo continuado comenzó con los antiguos egipcios hace unos 5.000 años con los relieves y murales que decoraban sus tumbas. Para ellos lo más importante no era la belleza sino la perfección. Como dice Ernst Gombrich en su clásico libro Historia del arte: “Una vez en posesión de todas esas reglas, su aprendizaje había concluido. Nadie pedía una cosa distinta, nadie le requería que fuera original. Por el contrario, probablemente fue considerado mucho mejor artista el que supiera labrar sus estatuas con mayor semejanza a los admirados monumentos del pasado. Por ello, en el transcurso de tres mil años más o menos, el arte egipcio varió muy poco”.

De las ciudades-Estado griegas, Atenas fue la más importante en la historia del arte. Allí se construyeron los primeros templos de piedra en el siglo VI a. C. y, paulatinamente, el artista empezó a desarrollar nuevas ideas y modos de representar la figura humana. Así se llegó al mayor descubrimiento de todos: el escorzo. Una técnica mediante la cual, poco antes del siglo V a. C., se atrevieron a pintar un pie visto de frente, cosa que no había ocurrido antes. Esto revolucionó la pintura y la escultura, pero no cambió el estatus de los ‘artistas’ que seguían siendo vistos, por los nobles, como gente inferior que trabajaba con sus manos para vivir.

Como afirma Werner Jaeger en su célebre Paideia, “nuestro concepto de arte no refleja de un modo adecuado el sentido de la palabra griega techné. La palabra techné tiene, en griego, un radio de acción mucho más extenso que nuestra palabra arte. Hace referencia a toda profesión práctica basada en determinados conocimientos especiales y, por tanto, no solo a la pintura y a la escultura, a la arquitectura y a la música, sino también a la medicina, a la estrategia de guerra o al arte de la navegación. Dicha palabra trata de expresar que estas actividades no responden a una simple rutina, sino a reglas generales y a conocimientos seguros”.

La errónea identificación entre lo que los griegos entendían por techné y lo que entendemos por arte nos hace perder de vista que las estatuas helénicas eran ídolos, dioses ante los cuales se realizaban sacrificios. Y si la abrumadora mayoría de esas estatuas no existen es porque, en su momento, los cristianos las destruyeron como expresión de la idolatría pagana. Solo quedaron copias que nos dan una ligera idea de las más famosas obras del arte griego, pero que también nos inducen a equívocos y malentendidos. Por ejemplo, la idea generalizada de que sus estatuas poseían aquella apariencia de yeso y vacuidad expresiva, cuando en realidad, si nos atenemos a las descripciones antiguas, eran enormes, recubiertas de materias preciosas y llenas de color. Los griegos pintaban incluso sus templos con fuertes y contrastados colores, como el rojo y el azul. Por ello, es preciso no perder de vista el contexto dentro del cual los artistas de la Antigüedad desarrollaron sus obras. Solo así evitaremos caer en un anacronismo, producto de la falta de sentido histórico.

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