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Memoria de un lobo solitario: la crítica de José Carlos Yrigoyen
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Memoria de un lobo solitario: la crítica de José Carlos Yrigoyen

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Hay escritores que hacen su autobiografía mediante el retrato intelectual y emotivo de sus maestros y colegas más admirados. (Lima, 1949) es uno de ellos. Su último libro, “Marea alta”, reunión de crónicas, ensayos y artículos dispersos en periódicos, revistas o extraídos de anteriores libros de miscelánea, corrobora esa necesidad y esa vocación introspectiva por medio de lecturas turbulentas o salvadoras que lo marcaron desde su juventud hasta una senectud llamativa por prolífica.

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No hay duda de que, al escribir estas semblanzas de escritores y artistas, Ampuero ha terminado hablando más de sí mismo que de ellos. Uno de los asuntos que recorre los textos de este libro es la pregunta por la posteridad. Este tema motiva uno de sus mejores cuentos, “Lobos solitarios”, donde repasaba la vida de periodistas que quisieron consagrarse a la literatura y fueron devorados por la frustración, la incomprensión y el olvido.

Ampuero toca este asunto de varias maneras en esta recopilación. Ahí está su interesante crónica sobre Romain Gary, el autor de “Los pájaros van a morir al Perú”, quien para burlarse de sus detractores que lo juzgaban un novelista obsoleto, asumió el seudónimo de Emile Ajar, y oculto bajo esa máscara obtuvo el premio Goncourt (que ya había ganado). Sin embargo, esa muy seria tomadura de pelo no lo redimió del desdén de los especialistas, por lo que eligió el camino del suicidio como modo de purificación.

Pero también podríamos poner como ejemplo su bella crónica sobre Anna Ajmátova y cómo su memoria sobrevivió a la represión y a la censura del comunismo soviético; o su perfil sobre Melville y la mala recepción de “Moby Dick” que le ocasionó penurias literarias y económicas, de las que sería reivindicado solo varias décadas después de su muerte. O el caso insólito de Salinger, aquel hombre que, abrumado por los elogios y diatribas que recibía, prefirió dejar de escribir, ocultarse del mundo y despreciar cualquier gloria que sus semejantes pudieran ofrecerle.

Quizá las páginas más logradas sean las que Ampuero dedica a sus amigos desaparecidos, a los que la muerte no ha silenciado del todo. El que más atención merece es Julio Ramón Ribeyro, quien es rescatado en dos de sus muchas facetas: la de un hombre tímido y retraído que se angustiaba ante las exageradas situaciones que a veces le ocurrían y la del fino y agudo ensayista que fue, como atestiguan las aproximaciones de “La caza sutil”. Pero además brilla su concisa aunque emocionante evocación del poeta Antonio Cisneros y del pintor José Tola, de quien rescata esa indomable locura creativa que lo condujo hacia otros planos de la percepción vedados a los normales.

No sé cuál será el destino de la obra de Ampuero, si esta alcanzará una trascendencia a largo plazo. Lo que sí sé es que es una obra empática, asequible para el lector que ansía un diálogo urgente y a la vez reposado, un intercambio cálido pero al mismo tiempo inconforme. Si la eternidad puede contenerse en unas horas de distensión, Ampuero tiene una posibilidad de permanencia a la cual asirse.

LA FICHA

Fernando Ampuero. Marea alta.


• Tusquets, 2025. 272 pp.


• Relación con el autor: cordial.


• Valoración: 3.5 estrellas de 5 posibles.

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