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Elegía por una muchacha ahogada
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Elegía por una muchacha ahogada

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Los últimos libros de nos proponen un viaje sin itinerario reconocible, sin destino anunciado y con turbulencia generalizada. Hay que ser muy valiente para ser Carmen Ollé. Comenzó con un libro de poemas que escandalizó a medio Lima (“Noches de adrenalina”) y luego se atrevió a internarse en la narrativa, que tres décadas después no ha abandonado. Le costó abrirse paso en esas lides: sus novelas “Las dos caras del deseo” y “Pista falsa”, pese a ser formalmente convencionales, no fueron bien entendidas por una crítica local que se resistía a concederle carta de ciudadanía fuera de su oficio lírico. Ella prosiguió sin atender esos resquemores y su discurso se fue haciendo cada vez más experimental, menos atado a géneros específicos: “Halo de la luna”, por ejemplo, tiene un pie en el relato y otro en el teatro japonés; “Monólogo de Lima” renuncia a una trama definida para internarse en la cotidianidad de una trabajadora de ONG que aspira a regresar a la creación literaria, construyendo sus días a partir de ensimismadas meditaciones y juiciosas relecturas.

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Consecuente con ese rumbo, ha escrito una serie de libros que coquetean con la idea del cuaderno de apuntes, en los que remembranza, ensayo y ficción se confabulan, consiguiendo en ocasiones artefactos de extraño interés. Otras veces nos ha entregado tentativas que pueden resultar irregulares o insuficientes con respecto a su ambición. Son las consecuencias del reto de seguir un camino solitario y muy suyo, en el que no hay otros compañeros de viaje salvo los maestros de los que se nutre y el inacabable hostigamiento de los fantasmas que la circundan.

“Me gustan los atardeceres tristes” está entre los mejores libros de Ollé. Resulta uno de los más desestabilizados, soterradamente dolorosos y libres de su bibliografía. Uno de los temas gravitantes, desde sus primeros poemas, es la pérdida: este miedo transita por buena parte de lo que ha escrito, transfigurado en diversos personajes, imágenes y símbolos. Pero nunca se había abierto tanto a dialogar sobre ese flagelo individual como en este volumen indefinible, cuyo pretexto es la muerte por agua de una adolescente llamada Pamela, que perturba a la narradora al punto de hacerle regresar a poemas -como Lady Lazarus de Sylvia Plath- o novelas -como la brillante Dora Bruder de Patrick Modiano- con los que intenta explicarse las distintas caras del mal, de la desesperanza y la desaparición. Mediante la revisitación de su propia obra y las destilaciones de la memoria, Ollé ha sellado un libro-espejo donde el diálogo con la muerte alcanza dimensiones de fragilidad y resistencia humanas que pocas veces hemos hallado en nuestra literatura contemporánea.

Y de ese diálogo emerge un homenaje conmovedor a Pilar Dughi, narradora que no dejó demasiado temprano, que Ollé urde por medio de los emails que se intercambiaron mientras la autora de “Puñales escondidos” iba siendo devorada por un cáncer traidor. Ya no tengo que ir a trabajar, le confiesa Dughi a Ollé en uno de esos mensajes, con un humor que este libro asume desde una serenidad sabia y bien cincelada.

ME GUSTAN LOS ATARDECERES TRISTES

AUTOR: Carmen Ollé

EDITORIAL: Peisa

AÑO: 2025

PÁGINAS: 123

RELACIÓN CON LA AUTORA: cordial

VALORACIÓN: 4 estrellas de 5 posibles

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