Héctor López Martínez

Al concluir el tercer lustro del siglo XX, la gratitud nacional había honrado con monumentos en Lima a Cristóbal Colón, Simón Bolívar, los Héroes del 2 de Mayo de 1866 y Francisco Bolognesi. En el Callao, desde 1897, se alzaba el monumento a nuestro héroe mayor, el Gran Almirante Miguel Grau. Ya desde antes de la guerra con Chile se pensó en levantar un monumento al general Ramón Castilla, caudillo y mandatario que trajo paz y progreso al Perú.

El presidente de la República, Guillermo Billinghurst, decidió convertir en realidad este justiciero propósito y encargó la obra a David Lozano, escultor limeño, autodidacta y abundoso en talento. Billinghurst fue derrocado el 4 de febrero de 1914 y el presidente provisorio, general Oscar R. Benavides, encomendó al doctor Federico Elguera, uno de los mejores alcaldes que ha tenido esta capital, la continuación del proyecto hasta su culminación. Se eligió para la colocación del monumento la Plazuela de la Merced, frente al templo del mismo nombre, adornada hasta entonces por la farola de las Tres Gracias, que se trasladó a la avenida Nicolás de Piérola donde se encuentra en la actualidad.

La víspera de la ceremonia de inauguración de la escultura, El Comercio exaltó con patriótico fervor la trayectoria del gran mariscal. “Fue Castilla -dijo- la figura más representativa de la organización nacional y nadie como él, en el Perú, encarnó el espíritu patrio. Su vida fue la vida de la nación en el tercio primero de su historia independiente; su nombre se confunde con los de los generales que contribuyeron a la libertad y surge después y los excede cuando llega la hora de organizar una república de la masa informe que dejara el virreinato. Echa las bases de una reforma fiscal dictando la ley del Presupuesto; rompe con las tradiciones odiosas del pasado, libertando al indio y al negro; contempla el porvenir al crear una marina de guerra, haciendo carne el apotegma de la necesidad peruana de mantener la hegemonía del Pacífico, mediante adquisiciones navales superiores a las de los pueblos vecinos; por olvidarse su teoría clarividente tuvimos la invasión y la derrota”.

Añadía el diario decano de la prensa nacional: “Por eso cuando llegó a Lima la noticia de su muerte, el 6 de junio de 1867, El Comercio decía editorialmente y enlutando sus columnas: El general Castilla ha muerto, nos hacemos un deber de ser los primeros en consagrar una lágrima a su memoria. ¡Sí, una lágrima! Al redentor del indio, / Al libertador del negro, / Al creador del Presupuesto. / Al fundador de la libertad de la prensa. / Al demoledor del cadalso político”.

En la tarde del domingo 6 de junio de 1915 tuvo lugar la inauguración del monumento. Fue una brillantísima ceremonia cívico – militar. El encargado de descorrer el velo que cubría la estatua fue el general Andrés A. Cáceres, mientras sonaba el Himno Nacional. Federico Elguera, en su discurso, destacó que Castilla fue “un gobernante sin exclusivismos ni rencores, buscaba y atraía a los hombres de importancia para que colaboraran con él. Y así como el diamante no pierde sus fulgores circundado de valiosas piedras, él irradiaba los destellos de su genio, rodeado de los ciudadanos más distinguidos y eminentes”. El presidente Benavides, a su vez, dijo: “Desde hoy, vaciado en forma duradera y tangible, tendremos a la vista un símbolo; símbolo de nobleza y energía, de alto civismo y de abnegación y, sobre todo, de amor inconmensurable por esta tierra y de inquebrantable fe en sus inmensos destinos”.

El trabajo escultórico de Lozano es impecable. El parecido, el ademán, la composición anatómica y demás elementos de la estatua son irreprochables. Fue la primera escultura fundida en bronce en nuestro país cuyo autor era un artista nacional. David Lozano tiene gran cantidad de obras de calidad. El busto de José Antonio Miró Quesada que se encuentra en el rellano de la gran escalera de mármol del edificio de El Comercio, es obra de él. En 1969 se inauguró la gran estatua ecuestre del mariscal Castilla en la plaza capitalina que lleva su nombre.

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