Cuando era niño, no sabía su propio nombre. Hasta antes de ir al colegio, solo respondía a los apelativos que le gritaba su madrastra: piojo blanco, pilón, duende. Cuando empezó a ir a clases, se enteró que debía dar su nombre completo: Gerardo Chávez López. Pero en casa nadie lo llama así por no convocar la memoria del hijo muerto de su padre y su segunda esposa, ahogado en una laguna cercana a El Milagro, 15 años atrás. Era un excelente nadador, pero las plantas del fondo se enredaron en sus tobillos. Era entonces un adolescente y le decían “el chanchito”.
Por supuesto, llevar el nombre del hermano ausente, le resultaba desconcertante.
Quizás la vocación de artista de Gerardo Chávez tenga que ver con recuperar su propio nombre. En “Antes del Olvido”, su libro de memorias, el propio artista analiza traumas y dolores acumulados, que tomaron forma en su infancia, y que terminaron convirtiéndose en el material de visiones que llevaría, años después, a su caballete. Desde la intuición y la memoria, Gerardo Chávez comparte historias y emociones, anécdotas y seducciones, éxitos y fracasos, intentando convocar viejos fantasmas.
¿Cómo ha pasado la pandemia?
Muy inquieto, con muchas cosas que hacer en Europa. Air France suprimió sus vuelos cuatro días antes de mi viaje. Ya tenía el pasaje comprado. Mi trabajo está allá, allí tengo la tranquilidad para pintar. Aquí uno se distrae. Recién pude volver a Paris en setiembre pasado, para pasar dos meses.
¿La cuarentena le impulsó a escribir sus memorias?
Empecé a preparar este libro hace cinco años. En el intermedio salió el libro de mi colega, Fernando de Szyszlo, y aguanté un poco el proyecto. Necesitaba de todas maneras una edición. Entonces me encontré con María Laura Hernández de Agüero, amiga desde los años ochenta. Ella me encontró revisando mis papeles y me preguntó qué estaba haciendo. Un poco avergonzado, le mostré las cositas que había escrito sobre mi vida, palomilladas, cosas de esas. Las leyó y le gustaron. “”Esto se puede editar, está lindo”, me dijo. Desde entonces, nos veíamos casi todos los días. Esos apuntes fueron la semilla de este libro. Ella les hacía ajustes y luego los releíamos juntos. Poco a poco, empezó a tomar forma.
¿Su título, “Antes del olvido” supone algún pesimismo? ¿Piensa que, después de la muerte, nadie nos recordará?
El libro iba a llevar un título muy provinciano: “Antes de que se me olvide”. Eran notas sobre mis recuerdos de infancia, que yo apuntaba en un papelito antes que se me olvidara y dejaba por allí. Con María Laura lo debatimos muchas veces y apelamos a un título más literario.
En efecto, la primera parte de sus memorias están dedicadas a sus recuerdos de niño. En esos inicios hay mucha hambre, violencia y abandono familiar. Es muy conmovedor.
Es curioso. Uno no lo ve así. Uno solo ve su verdad, su memoria.
Es clave la difícil relación con su padre. Es una presencia ausente, alguien que tuvo muchos hijos con diferentes parejas. Aunque usted decide no enjuiciar a su padre, al final queda un sentimiento melancólico frente a él.
Mi madre murió cuando yo tenía 5 años. Mi padre era un tipo bonachón, buen amigo de sus vecinos, fue alcalde de Paiján, uno de los gallardos del pueblo. También era un seductor. Tendría mucho qué escribir sobre él. En el libro lo pongo solo como un figurante, alguien que me recogió para vivir con mi madrastra.
¿Ya de adulto, ajustó cuentas con él?
Un año antes de su muerte. Cada vez que venía de Europa iba a verlo. En medio de todo, sus hijos le teníamos una gran admiración. Fui a almorzar con él y estando frente a frente, le pregunté por qué no se casó con mi madre, con quien tuvo once hijos (Yo soy el número 10. En total tuvo 23). Con sus ojos de lechuza, medio sorprendido, empezó a filosofar: “En esta vida, hay hijos de la ley y hay otros que son del amor”. Esa frase me neutralizó.
¿Neutralizó el resentimiento que pueda haberle tenido?
Me dejó sin palabras. Qué podía responderle al viejo.
¿De alguna manera, cree que usted repitió las conductas de su padre?
Fui muy parecido. Sí. Quizás por eso terminé casándome con una psicoanalista. Bibiana me debe conocer al revés y al derecho. Se puede decir que he pecado en la mentira, sobre todo las mentiras de amor.
Las mentiras del Don Juan...
Del Don Juan, sí. Hubo momentos en que yo no podía conversar con una mujer sin que pareciera que intentaba seducirla. Incluso las parejas de mis amigos, aunque no fuera mi intención. En París salía siempre con una mujer distinta, era parte del juego del latinoamericano, cuando el Che Guevara y Cuba estaban de moda. Las europeas se morían por uno. He tenido mis aventuras. Cuando había que comerse una manzana, hacía lo que Adán.
¿Cómo se lleva con sus primeros hijos, los que tuvo en Europa?
Con el primero me llevo muy mal. Nació en Roma, ahora tiene casi 60 años. El segundo, Iván, me resultó una maravilla. Vivió conmigo toda mi etapa en París. Estudió guitarra y resultó siendo un gran guitarrista de jazz. Es el único que me llama religiosamente cada domingo al mediodía. Mis otros hijos, los tuve con Bibiana (Daniel, Iván, Telmo y Gerardo Amador).
Cuando un creador construye su biografía, generalmente busca explicarse a sí mismo buscando cierta coherencia. En su libro está muy claro: todo arte nace del sufrimiento. ¿Está seguro de eso?
Segurísimo. Sin la musa del dolor, no tendríamos nada. Para encontrar nuestro verbo, hay que sublimar ese dolor. Pintar por pintar es muy fácil, pero cuando te preguntas porqué lo haces y qué buscas con ello, empiezas a construir tu mundo interior. Y este, generalmente, tiene mucho que ver con el dolor, con las vivencias torcidas.
Se lo preguntaba porque hoy las nuevas generaciones de artistas cuestionan esa retórica. Que no es necesario experimentar el dolor para alcanzar un arte que trascienda...
Puede ser. Uno puede ver el arte de Walt Disney y te hace sentir otras cosas. Pero ciertamente todos tenemos un mal en nuestro interior. Y si uno no aprende a sacarlo, ¿cómo alcanzar la sabiduría? Al final, lo que uno busca es la belleza. Y no soy culpable si hoy el artista no sabe encontrar la belleza ni intenta buscarla.
Hay artistas intelectuales, y otros más intuitivos. Su libro confirma que usted está en el segundo grupo. ¿Es así?
Yo soy más intuitivo. Con los años y la madurez, uno llega a resolver ciertas cosas. Pones en la balanza tantas preguntas. He tenido muchas coincidencias con las artes primitivas, por ejemplo. Y no me acerqué a ellas como estudioso, sino por la necesidad de descubrir su belleza.
¿Su hermano Ángel le enseñó a ganarse la vida como artista?
No. Yo vine a Lima a los 16 años, y me encontré con Ángel, quien me recogió de la agencia de transporte. Era mi hermano mayor, pero se convirtió en un padre para mí. Lo admiraba mientras lo veía pintar. Estaba recién casado, si esposa estaba encinta, y yo no podía recostarme mucho en él, pues tenía problemas financieros. Ángel fue uno de los primeros en transformar el indigenismo desde una mirada expresionista. Luego empezó a tener mucho éxito, y empezó a ganar todos los premios. Entonces toda la familia llegaba para pedirle cosas. A mí no me gustaba eso. Por eso me separé de él. Me fui a trabajar con otro hermano, el mayor, que era pintor, pero de casas. Él tenía una casita chiquita y vivía con sus cuatro hijos. Cuando entré a estudiar a Bellas Artes, Ángel me visitaba por allá. Era fachoso, enamorador. Con su mano izquierda podía hacerte un retrato que parecía una fotografía. Imposible competir con eso.
Decidió que su camino estaba en otra parte…
Me fui del Perú fue por una saturación de nostalgias, amoríos, cosas que te iban pasando. Era una locura.
¿El hambre vivida en su infancia fue una vacuna para resistir el hambre en Europa?
Si bien es cierto que sufrí, Europa me dio otras cosas. Me hizo rico en saberes y palabras. Si estaba triste, podía meterme a Notre Dame a ver sus vitrales. ¿En Lima, a dónde te ibas?
Usted supo adaptarse a los rigores de Europa. Algo que no pudo hacer Humareda, por ejemplo, como cuenta en su libro: Apenas llegado a París, él ya quería regresarse.
Sí, sí. Primero llegó a Barcelona en barco, y hablaba de las prostitutas de las ramblas. Llegó con dos mil dólares en cheques de viajero, que era un dineral. Alberto Guzmán llegó con Humareda a mi taller. Yo no tenía dinero, pero intentaba que siempre hubiera qué comer: ni bien podía compraba arroz, fideos, todas esas cosas que llenaran. Humareda comenzó a mirar el taller y me preguntó si vivía solo allí, si él podía quedarse. Yo ya tenía entonces cuatro huéspedes en mi altillo, y tuve que decirle que no. Entonces se fue serio. “Le voy a decir a tu hermano que no me quisiste alojar, me dijo. Lo recuerdo hasta ahora. Creo que se resintió.
Era complicado cultivar una amistad con él.
Sé que fue amigo de Víctor delfín, y que mi hermano lo quería mucho. Podías quererlo, pero no esperar que él te quiera.
Alguien muy generoso con usted fue el maestro Roberto Matta. ¿Cuánta es la deuda que tiene usted con el pintor chileno?
Una enorme deuda de amistad. En la galería que lo representaba en Roma, él encontró dos cuadritos míos y preguntó por mí. Yo no lo conocía físicamente, pero su nombre resonaba mucho. Cuando lo fui a ver a su hotel al día siguiente, un hombre alto, de gabardina y sombrero se me acercó. ¿Tú eres el peruano? Me preguntó. Hablaba muy rápido, tanto que me desconcertaba. Era muy cultivado. Me hizo leer autores que yo entonces desconocía, como Lautremont, Baudelaire, Rimbaud. Me ayudó a instalarme en París. Me dio dinero para comprar materiales para pintar, me presentó a galeristas. Matta tenía una enorme generosidad con los artistas jóvenes.
En sus memorias confiesa no saber “para qué sirvió Mayo del 68″. ¿No quedó nada más allá de la efervescencia juvenil tras la revuelta universitaria?
Estábamos perdidos después de mayo del 68. Se sacó al presidente De Gaulle y entró Pompidou. Y uno comienza a ver que los dirigentes estudiantiles terminaron como diputados en el parlamento europeo. Encontraron su puestecito y se olvidaron de sus demandas. Yo entonces formaba parte de las bandas de muchachos que salíamos a pegar los afiches que se imprimían en la escuela de Bellas Artes.
En su libro lamenta que su Museo de Arte Moderno o su Museo del Juguete no hayan contado con el respaldo de las instituciones trujillanas. ¿Por qué iniciativas culturales como éstas no llegan a prender en la ciudad?
Yo mismo me lo pregunto. Proyectos que haces con tanto esfuerzo y no encuentras la respuesta que esperabas. Pero ya está, se hizo. Hasta que decidí cerrarlo. Estaba perdiendo tiempo y dinero. La universidad UPAO me ayudó por cinco años a cubrir gastos, pero cuando falleció su rector, amigo mío, volvimos a lo mismo.
¿La pandemia obligó a cerrar estas iniciativas?
Ya había cerrado antes el Museo de Arte Moderno. El Museo del Juguete cerró con la pandemia, pero lo reabriré muy pronto. Con mi hijo Gerardo Amador, que además de curador de arte es arquitecto, tiene la idea de impulsar un museo de arqueología con mi colección. Es un trabajo que estamos haciendo poco a poco.
¿Sigue en pie su plan para traer el museo del juguete a Lima?
No. La tenía, pero solo si San Isidro me facilitaba una casa abandonada que les pedí en préstamo, frente a la laguna de El Olivar. Tengo más de 2000 juguetes en un depósito.
¿Para un artista norteño como usted, tan ligado al arte erótico, Qué piensa del huaco gigante que hoy despliega sus genitales en la campiña de Moche?
Yo lo enterraría, para sacarlo dentro de mil años. ¡Si vieras Moche ahora! Hay un friso enorme, parecido al de la entrada de la UNAM en México. Todo es de mal gusto, terrible. Son símbolos que se han convertido en un chiste. Pero la broma ya pasó y queda la indignación. No es posible que tengamos un alcalde que pase por alto tantos siglos de cultura. Es muy ignorante. El responsable de esto ha creado una falsa comunicación con la gente. Es una caricatura mal hecha, de la que estoy totalmente en desacuerdo.
SEPA MÁS
La presentación de “Antes del olvido” se presentará el jueves 31 a las 7 pm en el Patio central del Museo de Arte de Lima (MALI). Acompañarán al pintor los escritores Alfredo Bryce y Fernando Ampuero, la periodista María Laura Hernández y el editor Johann Page. El evento es solo con invitación
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