“¿Por qué son tan cerrados?”. La pregunta aparecía de rato en rato, siempre en boca de otros. Y a pesar de que sonaba a prejuicio hacia la comunidad Nikkei, a German Chinen Murata -pintor, 55 años, 1.59 cm- no le molestaba. De hecho, le encontraba algo de razón: ¿sería verdad que los descendientes de japoneses en el Perú se esfuerzan por aislarse o es un mito propio de exotizar a una gran minoría?
Chinen esboza una respuesta en “Transiciones”, exposición que va hasta el 9 de julio en el Centro Cultural Peruano Japonés. La muestra es, según la curadora Jimena Suárez, una aproximación a la memoria colectiva, esa que se borra con mucha facilidad. De allí que el artista proponga piezas hechas con plumón sobre pizarras acrílicas, esas de colegio. En una de ellas aparecen los pies y la maleta de su abuelo, un migrante japonés que llegó al Perú para encontrar una mejor vida. También figura un altar, también de su abuelo. Ambas obras ya evidencian el paso de los días: hay rastros de dedos y partes que han sido borradas. No queda claro qué tanto eso le molesta al artista; quizás sean lo gajes del oficio: finalmente, él apostó por ese soporte que cultivó a partir de tantos años en la docencia del dibujo.
Fotos para recordar
El Perú que conocieron los abuelos de German Chinen no fue ningún paraíso. En la década de 1930, el país trató de frenar la migración nipona porque, entre otros argumentos, le quitaría trabajo a los nacionales, la vieja confiable. Ya para 1940 y con un mundo polarizado a causa de la Segunda Guerra Mundial, los peruanos cambiamos el recelo por el temor. Las bolas daban cuenta de una posible invasión, y así, el 13 de mayo, empezaron los saqueos que continuaron hasta el día siguiente. Propio del descontrol, las turbas apedrearon a los japoneses y quemaron casas, negocios y hasta colegios. Cientos lo perdieron todo. El país cometería más injusticias, pocos años después, deportando a cerca de 1.800 a campos de concentración en EE.UU.
Todo lo anterior está presente en “Transiciones”, que elude la narración lineal. Así como la memoria, Chinen propone un relato fragmentado, lleno de episodios que lo tocaron de alguna manera. Otra de las obras, también hecha con plumón sobre una gran pizarra acrílica, muestra un primerísimo primer plano de una mirada, la de su mamá. La inspiración: fotografías de mujeres japonesas trabajando el campo, cubiertas por completo, casi uniformadas, para protegerse del sol, y una relación filial compleja que ahora es resignificada.
Suárez explica: “Él propone una intersección entre su historia y la del colectivo, de la migración. Y al colocar esa mirada, incluye su propio origen”.
Porque justamente de eso se trata la exposición: mostrar cómo los límites del pasado se combinan con la imaginación propia del paso del tiempo, y cómo de ello se puede empezar a reflexionar sobre el pasado, presente y futuro. Y en ese universo, Chinen incluyó ciertas referencias de su infancia, dibujos infantiles japoneses que aparecían en la televisión. No fue un esfuerzo por conocer más a esa cultura. En todo caso, dice el artista, fue una coincidencia que los canales decidieran comprar enlatados de series y así influenciar a varias generaciones. En “Transiciones”, él toma a los superhéroes para intervenir fotografías que muestran un pasado que, por el olvido, hace rato que dejó de ser doloroso. Una de las obras muestra cómo la fábrica de gaseosas de Masaichi Tanaka quedó devastada por las turbas en 1940, solo que detrás aparece Ultra 7. El título: “¿Dónde estabas Ultra 7?” (dibujo en tinta sobre papel).
Pero no es lo único. También toma una foto de El Comercio que muestra a los entonces príncipes japoneses -Akihito y su esposa Michiko- paseando en Lima sobre un carro descapotado durante su visita el 11 de mayo de 1967. En lugar del presidente Fernando Belaúnde Terry, también sobre el auto, Chinen sitúa a Sombrita, el luchador de la justicia del popular ánime. Y es curioso: fue el mismo Belaúnde quien al día siguiente y como compensación por las confiscaciones irregulares a los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, cedió 10 mil m2 a la comunidad, terreno que ahora ocupa el C.C. Peruano Japonés, que para Chinen por años fue una fortaleza impenetrable en lugar de un foco que irradiara su cultura. Pero ya pocos recuerdan esa historia.
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