A la tercera fue la vencida: Joe Biden se convertirá en el 46º presidente de Estados Unidos el próximo 20 de enero.
El demócrata derrotó al actual mandatario, Donald Trump, en una disputada contienda que se definió días después de la jornada electoral tras un laborioso proceso de recuento de votos.
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Biden, quien fuera vicepresidente con Barack Obama, consiguió recuperar el apoyo de estados clave que en 2016 votaron por su rival republicano.
A punto de cumplir 78 años, el demócrata será el presidente de Estados Unidos de más edad.
1. Un político de carrera
Como ha insistido en recordarlo Trump a lo largo de la campaña, Biden lleva 47 años activo en la política estadounidense.
Su carrera en Washington DC empezó en el Senado en 1973, donde consiguió un escaño por el estado de Delaware recién cumplidos los 30 años.
Su llegada a la política coincidió con uno de los momentos más trágicos de su vida del que hablaremos más adelante.
Como senador, Biden cimentó la imagen de político cercano, conciliador y con habilidad para llegar a acuerdos con sus oponentes.
También tomó algunas decisiones no tan elogiadas, como la ley de justicia penal de 1994 redactada por él y aprobada durante el primer gobierno de Bill Clinton.
La reforma tenía como objetivo poner freno a décadas de creciente violencia, pero derivó en encarcelaciones masivas, con un especial impacto en la población negra y latina.
A su larga carrera como senador hay que sumarle sus ocho años de vicepresidente de Barack Obama (2009-2017), con quien construyó una excelente relación más allá de lo profesional.
Esta es la tercera vez que intenta llegar a la presidencia del país.
Las dos primeras resultaron un fracaso, lo que hizo que un sector de los demócratas se preguntara si era la mejor baza para arrebatarle la presidencia a Trump.
Las circunstancias demuestran que sí lo fue.
2. La tragedia que marcó su estreno político
Desgraciadamente, la alegría por haber ganado la elección al Senado no le duró mucho tiempo.
Unas semanas después de su victoria, su familia sufrió un grave accidente de tráfico mientras él estaba en Washington DC entrevistando a personal para su nuevo despacho.
Su esposa Neilia y los tres hijos del matrimonio volvían de comprar el árbol de Navidad cuando un camión que transportaba mazorcas de maíz chocó lateralmente con su auto.
La mujer, de 30 años, y la hija pequeña, Naomi, de 13 meses de edad, murieron.
Los niños -Beau, de 3 años, y Hunter, de 2- resultaron gravemente heridos y fueron hospitalizados.
Empezaba una etapa de dolorosos contrastes en la vida de Biden.
3. Dolor y empatía
Biden, que tomó juramento de su cargo en el Senado en la habitación del hospital donde se recuperaba su hijo Beau, no sabía si seguir adelante con su carrera como senador.
Estaba destrozado.
Criado en una familia católica de clase trabajadora, su padre repetía un breve pero contundente mantra: “Levántate, levántate después de haber sido derribado”.
Eso es lo que hizo. Decidió volcarse en el trabajo, pero sin alejarse de sus hijos.
De esa época data una de las anécdotas destacadas de sus primeros años como senador: cada día hacía en tren el trayecto de ida y vuelta entre su casa en Wilmington, Delaware, y Washington DC, más de 300 kilómetros diarios para estar cerca de los suyos.
Fue así como Biden desarrolló un estrecho vínculo con sus hijos que no hizo más que reforzarse a medida que se hacían adultos.
En 1977, Biden se casó con Jill, una profesora universitaria con quien tiene una hija, Ashley, y junto a quien logró reconstruir su familia.
Muchos vieron en Beau al posible sucesor de su padre en la política.
Tras servir en Irak con la Guardia Nacional en 2008, Beau fue fiscal general del estado de Delaware por dos períodos y tenía por delante una brillante carrera.
Pero en 2013 le fue diagnosticada una rara forma de tumor cerebral y murió dos años después.
La pérdida de personas tan cercanas moldeó el carácter de Biden.
Quienes mejor lo conocen dicen que tiene el “superpoder de la empatía”, un rasgo que fue subrayado durante la campaña para presentarlo como el presidente idóneo para superar una crisis sanitaria, económica y social como la que supone la pandemia de covid-19.
4. Globalista y comprometido con el planeta
Biden ha defendido la necesidad de rehacer las relaciones de EE.UU. con los países aliados que, en su opinión, se han visto afectadas durante la presidencia de Trump.
Promete regresar al Acuerdo de París de lucha contra el cambio climático y al seno de la Organización Mundial de la Salud, por ejemplo.
Experiencia no le falta: estuvo al frente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado y presume de que ha “conocido a todos los líderes importantes del mundo en los últimos 45 años”.
Sus decisiones en la esfera internacional no han estado exentas de críticas.
En 1991 votó en contra de la Guerra del Golfo; sin embargo, en 2003 estuvo a favor de la invasión de Irak para después convertirse en un crítico de la implicación de Estados Unidos en ese país.
De naturaleza cauta, recomendó a Obama no realizar la operación de las fuerzas especiales que culminó con la muerte de Osama Bin Laden.
A los republicanos les encanta señalar que Robert Gates, exsecretario de Defensa de Obama, dijo que “es imposible que a alguien no le guste Biden”, pero que ha estado “equivocado en casi todos los grandes temas de seguridad nacional y de política exterior ocurridos en las últimas cuatro décadas”.
Gates señaló recientemente que sus palabras fueron tomadas fuera de contexto.
5. Propenso a las meteduras de pata
Los detractores de Biden opinan que es un desfasado miembro del establishment demasiado mayor para el cargo y con tendencia a meter la pata.
Su estilo directo y campechano le ha causado algunos problemas, como cuando en plena campaña dijo que si un afroestadounidense no estaba convencido de votar por él significaba que no era negro, unas declaraciones por las que se disculpó posteriormente.
Biden dice que el recuerdo de su tartamudez infantil hace que no le guste leer los discursos de un apuntador electrónico y por eso prefiere hablar de memoria.
Un periodista de la publicación NY Magazine escribió el año pasado que la posibilidad de que Biden improvise un discurso era algo que su equipo de campaña parecía “estar concentrado en evitar a toda costa”.
Es por eso que sus simpatizantes respiraron aliviados al ver que fue capaz de superar los debates presidenciales y los discursos de campaña sin decir nada que lo pusiera en un aprieto.
Otra faceta de su personalidad espontánea y sociable es su propensión a acercarse demasiado a la gente, lo que ha dado lugar a situaciones incómodas, obviamente en tiempos anteriores al coronavirus.
El año pasado, ocho mujeres lo acusaron por toques, abrazos y besos inapropiados, mientras que la televisión estadounidense mostró videos en los que se le veía saludando a mujeres en eventos públicos con mucha proximidad física.
En respuesta, Biden se comprometió a “tener más cuidado” en sus interacciones.
Su actitud “tocona” pasó de ser una anécdota a algo más serio cuando el pasado marzo una antigua asistente, Tara Reade, alegó que el presidente electo la agredió sexualmente hace 30 años en Washington.
Biden y su equipo rechazaron la acusación y el caso terminó por difuminarse sin ocupar un lugar relevante durante la campaña.
Aunque sus rivales republicanos han intentado retratarlo como un hombre con demencia senil que está en manos de la izquierda radical del Partido Demócrata, Biden ha sabido salir airoso y ha terminado por convertirse en el presidente más votado de la historia de Estados Unidos.
Curiosamente, al evaluar hace unos años si se animaba a participar o no en la carrera presidencial de 2016, Biden dijo: “Puedo morir como un hombre feliz sin ser presidente”.
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