Editorial: Abran las puertas
Editorial: Abran las puertas

El drama de las familias del Medio Oriente y de África que han llegado a Europa a buscar un nuevo comienzo lejos de la violencia y del descalabro de sus países de origen tiene proporciones inusitadas. Según las autoridades de Austria y Alemania, solo durante el fin de semana pasado arribaron al menos 14.000 , quienes se suman a los más de 350.000 que se han presentado en las puertas de la Unión Europa desde comienzos de año.

Por supuesto, esta no es la única situación de tensión migratoria en desarrollo. En las últimas semanas miles de haitianos han huido de ante la amenaza del gobierno de esa parte de la isla de deportar a los más de 180.000 naturales de Haití que ahí residen sin documentos. Al mismo tiempo, la campaña electoral de Estados Unidos, atizada  por las controversiales declaraciones del precandidato republicano , ha puesto en discusión duras políticas en contra de los inmigrantes latinoamericanos.

No es extraño, de hecho, que la necesidad de exacerbar sentimientos nacionalistas y de ganar puntos de popularidad –tal y como parece ser el caso en Estados Unidos y en la reciente situación de crisis fronteriza entre Colombia y Venezuela– encuentre eco en políticas antiinmigratorias. La verdad, sin embargo, es que el cierre de las fronteras perjudica tanto a los potenciales inmigrantes como a las naciones que se rehúsan a recibirlos.

La evidencia internacional apunta a que los inmigrantes son, en promedio, personas trabajadoras, con un menor índice de criminalidad que los nativos, y que generan demanda por nuevos bienes y servicios, fortaleciendo así la economía. Algunos son rápidos en señalar que los inmigrantes ‘roban’ el trabajo de los empleados locales. Esto es conocido como la falacia de la porción de empleo: los puestos de trabajo, en realidad, no son un número fijo, sino que dependen de la productividad y de la demanda que, justamente, son dinamizadas por los nuevos integrantes de la economía. En particular, Europa, un continente envejecido, se podría beneficiar enormemente de la juventud de los trabajadores que quieren cruzar sus fronteras.

Otros anotan que los inmigrantes son una carga fiscal importante para los países ricos que mantienen generosos estados del bienestar. La salud, educación, vivienda, y otras necesidades de los recién llegados –dicen sus detractores– son un sobrecosto injustificado para los contribuyentes nativos. Esto es verdad, pero solo en el corto plazo. Eventualmente, la productividad de los inmigrantes promedio es más que suficiente para pagar por los gastos que generan. Trabajos de la University College London remarcan que, si se restan los ingresos fiscales generados por los inmigrantes de los gastos del gobierno británico en ellos, entre 1995 y el 2011 el saldo es positivo por US$6.400 millones. Similares cifras se repiten para otras naciones desarrolladas.

La mayor movilidad de personas entre países es, en general, una excelente idea económica. Nuestro columnista Ian Vásquez, del Cato Institute, señalaba en estas páginas que eliminar las barreras migratorias a escala mundial generaría un aumento de entre 50% y 150% del PBI global; una muestra del formidable potencial de hacer más porosas las fronteras. No son solamente los capitales financieros los que encuentran el destino más productivo cuando son libres, sino también las personas.

Por supuesto, existen preocupaciones de seguridad interna legítimas en algunas migraciones. No se puede descartar, por ejemplo, que entre algunos de los refugiados hoy en camino a Alemania se encuentren potenciales terroristas. Pero la solución no es castigar a justos por pecadores y desentenderse del problema, sino establecer filtros adecuados que permitan distinguir a unos de los otros.

La libertad que defendemos desde este Diario no puede ser entendida solo desde el libre movimiento de capitales, sino también de personas. Más allá de las razones económicas que puedan justificar –y que efectivamente justifican– la inclusión de diferentes culturas en una sociedad, existen motivos humanitarios de fondo. Como dice Bryndís Björgvinsdóttir, escritora islandesa y activista a favor de recibir tantos inmigrantes sirios como sea posible: “Los refugiados son nuestros futuros esposos, mejores amigos, nuestra próxima alma gemela, el baterista de la banda de nuestro hijo, nuestro próximo colega, Miss Islandia 2022, el carpintero que finalmente arregló el baño, el chef en la cafetería, el bombero y el presentador de televisión. Gente que nunca podrá decir: ‘Tu vida vale menos que la mía’. Abran las puertas”.