A su manera, Alejandro Soto es un explorador. Cada nuevo destape sobre su pasado turbulento y su presente borrascoso lo pone al borde de la muerte (en tanto presidente del Congreso, se entiende), pero él convierte ese estertor en una penúltima bocanada de oxígeno para extender su permanencia en el cargo por un día, por unas cuantas horas o por 30 segunditos más que sea. Como un ‘flatliner’ de la política, se aventura en la zona de penumbra en la que los límites entre esta existencia amarga y lo que sea que nos espere del otro lado se tornan borrosos, y luego regresa, cada vez más pálido y consumido, pero con información valiosa para los estudiosos del trance final que un día todos enfrentaremos. Ve la luz, de eso no cabe duda, pero se niega a avanzar hacia ella: no vaya a ser que corresponda a la de uno de esos potentes reflectores que se utilizan en los interrogatorios. De cualquier forma, lo suyo es una hazaña de la supervivencia. Aunque, habida cuenta de sus insólitos logros en otros terrenos, este no debería sorprendernos tanto.
–Socorro y consuelo–
Soto, en efecto, ha triunfado más de una vez sobre las probabilidades y las normas que parecen regular este mundo: cobró dietas por sesiones a las que no asistió cuando era regidor de la Municipalidad de Santiago en el Cusco y construyó un edificio de cuatro plantas en la zona monumental del distrito de Yucay, en el Valle Sagrado de los Incas, a pesar de que el máximo de pisos permitido era dos. Mantenerse vivo como titular del Legislativo en medio del aguacero de denuncias que ha llovido sobre él, entonces, ha de resultarle solo un reto más que la pérfida adversidad le coloca por delante.
Hay que decir, no obstante, que alguna ayuda recibe en su empeño de asirse a la, digamos, dignidad que una mayoría de sus colegas le concedió un mes atrás. Por un lado, hay representantes de las bancadas que apoyaron originalmente su elección dispuestos a ir hasta el infinito y más allá en la provisión de excusas descabelladas para sus ‘inconductas’. Y, por el otro, hay problemas con la identidad de los promotores de la moción de censura que se quiere presentar contra él en el Parlamento.
Un ejemplo de lo primero es el fujimorista Nano Guerra García, que, interrogado acerca de si Soto incurrió o no en un conflicto de interés al votar por una ley que permitiría la prescripción del proceso que tenía abierto por estafa, ha declarado: “Los congresistas estamos expuestos a una serie de votaciones de las cuales no sabemos qué va a ocurrir después”. Una sentencia en la que es imposible determinar si lo más ofendido ha sido el sentido común o la gramática.
En lo que concierne a lo segundo, ocurre que el artífice de la iniciativa es el legislador Roberto Sánchez (Cambio Democrático-Juntos Por el Perú), exministro del golpista de Chota e incluido en la investigación que se le sigue a este por su presunta pertenencia a una organización criminal. Adornos en la foja de servicios de este congresista que, a no dudarlo, ahuyentan a más de un potencial adherente a la moción de censura. Bien visto, Sánchez es en realidad una fuente de socorro y consuelo para Soto en esta hora dramática.
La buena suerte de don Alejandro, sin embargo, podría estar agotándose. Por ceporro que sea, todo parlamentario entiende que su supervivencia es más importante que la de cualquiera de sus congéneres y si descubre que un cierto comportamiento suyo la está poniendo en riesgo, no tardará en cambiarlo. De ahí que estemos escuchando ahora voces repentinamente dubitativas dentro de Fuerza Popular, Avanza País y Perú Libre a propósito de la conveniencia de la continuidad de Soto en el cargo. Las solitarias disidencias con respecto a la posición de sus bancadas que han empezado a modular Patricia Juárez, Patricia Chirinos y Américo Gonza podrían devenir pronto corales si el brote de noticias infamantes sobre el personaje que nos ocupa se mantiene. En Renovación Popular, por otra parte, las ganas de bajarle el dedo al presidente de la lista a la Mesa Directiva en la que no se los incluyó borboritan ya sin control.
El único que daría la impresión de no enterarse de la neblina que como sutil mortaja lo va envolviendo es el titular del Legislativo. Ante cada nuevo dato incómodo que aparece en los medios, sacude con energía su flequillo negro y lo niega todo. La culpa la tienen la prensa limeña y los fulanos que no soportan que un provinciano como él llegue a la encumbrada posición que hoy ocupa. Majaderías que semejan un delirio terminal.
–Un paso al más acá–
A pesar de todo, asegurar a estas alturas que Soto cumplirá inexorablemente el destino que parece estarle reservado sería prematuro. La complicidad canalla que campea en la Plaza Bolívar siempre puede depararnos sorpresas. Pero quizás, en lugar de prolongar esta agonía sin éxtasis, debería él considerar la posibilidad de dar un paso al más acá y dejar que sea otro el congresista al que las revelaciones y los destapes periodísticos sancochen. Porque, vamos, está visto que es cuestión de poner a casi cualquiera de los 129 restantes bajo la lupa para que las brasas del descrédito empiecen a arder.