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Cuando lo oyes en voz quedita pedir a su auditorio, envalentonado por el triunfo, que no rechifle a su ex contendiente Jeannette Jara; o cuando lo ves conversar afable con el aún presidente de izquierda, Gabriel Boric, como si fuera su camarada; te preguntas si este amable caballero es en verdad un exponente de la ultraderecha.
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Entre los ultimatums horroríficos de Donald Trump y la motosierra de Javier Milei; pensamos -¡qué palta!- que cualquiera que se alinee con ambos tiene que darnos más brutalidad.
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Héctor Villalobos analiza a fondo los hechos políticos que definen la agenda, cada miércoles.

José Antonio Kast no nos ha engañado: ya conocíamos sus maneras suaves y sus convicciones duras desde que perdió en la segunda vuelta ante Boric en diciembre del 2021. Pero que comulga con la ultraderecha, no lo duden.
Por eso, como líder del Partido Republicano chileno, no pudo forjar una coalición con la derecha tradicional.
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Su primer viaje como presidente electo, tras su triunfo del pasado domingo 14, fue a Buenos Aires donde grabó un videíto con su Milei, tocando tímidamente la motosierra. “Si hay una buena noticia es que la libertad avanza en América Latina” dice mientras, Milei, brama: “!Viva la libertad carajo!”.
“En Chile, lo ‘valórico’ (referido a derechos sexuales y reproductivos) está nítidamente diferenciado de lo económico. Esto se encarna en el elegido: liberal de la cintura para arriba; conservador de la cintura para abajo. Para algunos es un contraste, para otros una natural y rica complementariedad”.
José Antonio no puede pronunciar una lisura; pero sí puede protagonizar una escena como esta que ocurrió en su campaña: Bianca, una venezolana, se acerca a expresarle su simpatía y le cuenta, dramática, que lleva 5 años allí, que tiene una hija y que no quiere abandonar su sueño chileno.
“Es mejor que usted piense en salir antes que después. Porque usted hoy tiene sus bienes, si usted no lo hace no va a alcanzar a hacerlo con sus bienes”, le respondió Kast en su cara pelada. El ‘11M’ (11 de marzo), fecha usual de las tomas de mando; es, para él, un deadline.

Durante, la campaña, se la pasó diciendo, ‘les queda 112 días, les queda 111, etc.’. Algo tendrá que hacer para no frustrar las dramáticas expectativas que ha generado.
Y dale con el corredor
Por todo esto, José Antonio sí necesita llevarse bien con Boric, para que no le malogre los planes; por eso ha llamado a sus vecinos, incluido José Jerí, buscando eco para intentar cumplir, siquiera simbólicamente, su promesa imposible: enviar a los irregulares a sus casas. Ha contado que incluso habló con el presidente boliviano, Rodrigo Paz, con quien no tiene relaciones a nivel de embajadores. No debiera haber problemas con los pocos irregulares que haya de Perú y Bolivia, pues mientras tengan sus documentos nacionales en regla, retornarán a casa como cualquiera; el conflicto se concentra en los venezolanos. Pero la narrativa del ‘corredor humanitario’, para que en buses transiten hasta Venezuela, se estrella contra varios muros; el primero de ellos, el peruano, y el último e imbatible, el venezolano. Nuestra cancillería bien pudiera matar esa narrativa.
Caballero conservador pro familia y pro vida, Kast tiene 9 hijos con su esposa, María Pía Barroilhet. Ha sido activista en contra de la píldora del día después, pero se ha moderado ligeramente en la campaña, diciendo que no la prohibiría pero que los padres debieran saber si sus hijas menores acceden a ella.
En la política chilena, lo ‘valórico’ (referido a derechos sexuales, reproductivos, de identidad) está nítidamente diferenciado de lo económico. Esto se encarna en el elegido: liberal de la cintura para arriba; conservador de la cintura para abajo. Para algunos es un contraste, para otros una natural y rica complementariedad. Como la de su nombre, que empieza como la letra de un vals y termina en una bofetada.

El colombiano Gustavo Petro, su polo opuesto brutal y sin maneras, dijo una barbaridad: “jamás le daré la mano a un nazi ni a un hijo de nazi”. Kast, según la genealogía ´pétrea’ del fascismo latino, es lo segundo. Quizá la réplica contundente de José Antonio a ese ataque fue avalar lo que sea que haga Trump respecto de Venezuela: “No nos corresponde a nosotros solucionarlo, pero el que lo haga va a contar con nuestro apoyo”, ha dicho.
Con todos sus contrastes entre estilo y convicción, Kast no debiera ser un problema para el Perú sino, más bien, una oportunidad de alianzas estratégicas para los negocios y el desarrollo común. Pero, para eso, el asunto de la migración irregular tendría que manejarse con la misma firmeza que él imponga en sus fronteras. Sino, será una fuente de tensiones.

El primer acercamiento telefónico con Jerí fue, según un resumen desprolijo, casi despectivo, hecho por el propio Kast ante la prensa; motivado por ese asunto: “Hemos planteado también a distintos presidentes en ejercicio, que necesitamos una coordinación para abrir un corredor humanitario de devolución de estas personas a sus respectivos países”, dijo. Otra vez, la narrativa del corredor imposible que el Perú no ha sabido frenar. Esperemos el 11M de José Antonio.










