Analizar cómo responden los Estados al desafío de la pandemia en curso resulta bastante instructivo. Tres grandes factores ayudan a entender las reacciones y sus resultados: la capacidad estatal, la autonomía gubernamental, y también, las orientaciones particulares de los presidentes.
China, donde inició el brote, es una nación con una capacidad estatal alta, que tomó decisiones muy duras con mucha autonomía, con autoridades políticas que se alinearon en privilegiar el interés común. Claro que les tocó tomar decisiones en un contexto de muy alta incertidumbre y desconocimiento; los demás países hemos tenido la ventaja de poder aprender de ellos. Cerca de China, en Taiwán, Singapur, Hong Kong, Japón o Corea se desarrollaron respuestas duras y eficaces basadas en la experiencia china, y en sus propias experiencias con epidemias previas como el SARS. Europa podría haberse beneficiado de esa experiencia, pero al parecer primó entre las élites la percepción de que la realidad asiática sería muy diferente de la europea, o que los costos de medidas de aislamiento drásticas serían excesivos para la economía e inaceptables por la población. Precisamente, confiar en sus capacidades estatales habría llevado a pensar que medidas de contención específicas centradas en los infectados y la población vulnerable bastarían; pero el número de muertos aumenta en Italia (superó de largo a China), España, Francia y el Reino Unido, y la perspectiva que se anuncia es que a la larga todos tendrán que implementar medidas de aislamiento radicales.
Esto sugiere que no solo la capacidad estatal cuenta: también la autonomía de las élites respecto de intereses económicos. Dentro del vecindario, por ejemplo, resulta ilustrativa la demora en Chile con Piñera para tomar medidas más drásticas de aislamiento social resulta ilustrativa; Argentina, por el contrario, bajo un gobierno peronista, se presenta como privilegiando el interés público por sobre el interés de los privados. Lo interesante es que el Perú con Martín Vizcarra se anticipó en buena medida a lo que otros países de la región están haciendo. Finalmente, también cuentan los presidentes: Trump en los Estados Unidos, Johnson en el Reino Unido, Bolsonaro en Brasil, López Obrador en México, Ortega en Nicaragua, muestran lo desafortunado que resulta tener a la cabeza del gobierno a personajes que no toman en serio las opiniones de los expertos, que están convencidos de ideas extravagantes, formados en actitudes prepotentes y personalistas.
En nuestro país, hemos visto a un presidente y a un gobierno que si bien nunca mostraron un rumbo claro, sí han confirmado que saben reaccionar con firmeza, en la dirección correcta, en situaciones de crisis; que han demostrado autonomía para privilegiar el interés público sobre el interés privado. Y un Estado que, en medio de todas sus dificultades, es capaz de implementar las duras decisiones que toma, de altísima complejidad. Como Estado, en medio de todo, hemos mejorado en los últimos años.
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