Si miramos el mapa de América Latina y tratamos de entender la lógica de expansión del COVID-19, surgen más preguntas que respuestas. Para empezar, los datos existentes son poco confiables, y no es posible llegar a conclusiones firmes. Pero intentemos aproximarnos al asunto.
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Empecemos mirando los países menos afectados hasta el momento: en Sudamérica, Paraguay registra 11 fallecidos; Uruguay y Venezuela, 23. Más al norte, Costa Rica, 12; Nicaragua, 55; El Salvador, 68; Cuba, 84; y Haití, 64. Un grupo de estos países parece tener en común cierta insularidad, menores niveles de contacto con visitantes que diseminen el virus (Paraguay, Nicaragua, El Salvador, Haití), mientras que otros parecen destacar por la fortaleza relativa de su Estado y políticas sanitarias (Cuba, Costa Rica, Uruguay; estos dos últimos, además, tienen las tasas de letalidad más bajas de la región). Con todo, se trata en todos los casos de países relativamente pequeños. Casos singulares serían los de Venezuela, donde las cifras oficiales resultan poco creíbles, o Nicaragua, donde el gobierno subestima sistemáticamente el problema; esto plantea la interrogante de si habrá una crisis sanitaria en el futuro, o si resulta que las políticas gubernamentales resultan teniendo poco impacto.
Si miramos a los países más afectados, sobre la base del número de muertos por cada 100.000 habitantes, el que aparece peor es Ecuador; luego, Brasil y el Perú; luego, México, Panamá, Chile, República Dominicana, Colombia y Argentina, en ese orden. Ecuador y Panamá (el país más afectado de Centroamérica), países relativamente pequeños, parecen especialmente vulnerables tanto por su precariedad estatal como por tener una alta proporción relativa de tránsito internacional (esto podría extenderse también a República Dominicana).
Se puede entender que Brasil y México, los países más grandes, sean más vulnerables por su tamaño, a lo que hay que sumar el estilo del liderazgo de sus gobiernos: el manejo de Bolsonaro ha sido penosamente negligente, y López Obrador ha sido por lo menos negligente. En este marco, la posición del Perú aparece ciertamente llamativa, porque tiene menos población que Colombia y Argentina, y recibe menos visitantes que Chile. Se ha argumentado que la diferencia la marcaría nuestro nivel de informalidad: en efecto, en esta dimensión estamos dentro de un rango que nos emparenta con los países más pobres de la región (Guatemala, Honduras, El Salvador, Paraguay), y claramente por encima de países como Colombia, México o Ecuador.
Las posiciones relativas de Colombia, Chile y Argentina resultan enigmáticas. Se esperaría que a Chile le fuera mejor, y le va peor, lo que podría atribuirse a las indecisiones del presidente Piñera. A Argentina le va inesperadamente mejor, y se habla de un liderazgo eficaz del presidente Fernández. En Colombia, la gestión de Duque no ha estado exenta de críticas, pero la acción de algunos gobernadores y alcaldes parece haber cubierto las falencias iniciales.
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