Me hubiese gustado leer a Gilles Lipovetsky en 1999. Entonces, mientras yo cumplía 16 años de edad (uno, desde que vi nacer mi primer mechón de canas), el filósofo francés publicaba el libro La tercera mujer, en el que escribía algo que a las adolescentes de colegio religioso de fines del siglo XX no nos enseñaron: “Por un lado, el cuerpo femenino se ha emancipado ampliamente de sus antiguas servidumbres, que eran sexuales, procreadoras o decorativas; por otro, se encuentran sometidas a presiones estéticas más duras, más imperativas, más ansiogénicas que nunca”. Me hubiera gustado leerlo para saber lo que nos esperaba a mí y a mis canas.
Empezaron a llamarme Titania, en alusión al personaje de los X-Men que lucía dos mechones de cabello blanco. Al principio fue divertido, y no habría dejado de serlo nunca si no hubiesen llegado pronto también los comentarios de tipo “ay, qué pena, tan jovencita y tan canosa”, “ya tienes que empezar a pintarte” o “estás condenada por herencia” (mi madre pinta canas desde los 15 y mi padre tuvo todo el cabello blanco desde los 22 años).
Estas palabras ayudaron a que, al cumplir 18 años, corriera a la peluquería a teñirme las canas, empezando así una relación tan tóxica como el amoniaco que cubrió mis cabellos por 17 largos y costosos años. Intenté dejar crecer mis canas tres veces: 2008, 2014 y 2019. Las dos primeras veces fracasé. Cedí a los comentarios de mis amigos –sobre todo hombres– que iban desde “¿estás enferma, estás deprimida?” hasta “¿necesitas dinero para el tinte? Te presto”. No fue sino hasta fines de 2018 que recibí el empujón que me ayudó a decidirme: mi entonces jefe y mi entonces estilista me dieron el espaldarazo, sin ponerse de acuerdo: “yo te apoyo, go”.
Por ello no puedo dejar de sentir cierta mezcla de envidia y admiración cuando Gisella Orjeda (Lima, 1960) –brillante científica, ex presidenta de Concytec y mujer de cabello gris plata desde los 30 años que no ha conocido tinte alguno– me dice con orgullo: “Nunca, jamás, nadie ha cuestionado mis canas”. Heredadas de su madre –quien sí las cubre– decidió a los 12 años que nunca se pintaría el cabello. “Una amiga suya tenía el cabello totalmente blanco y me parecía hermoso. Decidí que, en su momento, envejecería con dignidad”.
¿Hombres sí, mujeres no?
Durante nuestra conversación, Gisella Orjeda esbozó una teoría sobre el terror a las canas. “Los seres humanos, a través de la evolución, hemos aprendido a reconocer ciertas señales biológicas. Hombres y mujeres jóvenes suelen verse saludables. Percibimos señales visuales del otro a partir de su fenotipo: algunas son conscientes y otras inconscientes. El tener canas se asocia a que ya no puedes dejar tus genes en el mundo y eso, inconscientemente, deja de ser atractivo”.
Mientras la escucho decir con firmeza que es necesario deconstruir el prejuicio alrededor de las canas y que lo que le gusta de su cabello es que se siente libre, recuerdo a otra mujer brillante que el año pasado ocupaba un cargo público –no puedo revelar su nombre, pero sí la anécdota– y que, al verme en una entrevista, me dijo: “Yo también tenía mis canas libres, pero cuando asumí este puesto me pidieron que las oculte”.
Pero, ¿por qué ocultar algo natural? Está comprobado que las canas, normalmente, nacen a partir de los 30 años, pero pueden aparecer antes por cuestiones genéticas: un estudio publicado en la revista Nature Communications en 2016 determinó un gen relacionado con la aparición de las canas, además de otras características del pelo. La investigación de la University College London analizó a 6.000 personas de diferentes países de América Latina e identificó el gen IRF4 que regula la producción y el almacenamiento de melanina, y relacionado con el color de tono del cabello.
Este gen que seguramente causó que George Clooney o Richard Gere mostraran un cabello gris desde su juventud, y fueran hasta alabados por ello, no es tratado de la misma forma en el caso de las mujeres. Por ejemplo: Alexandra Grant (Ohio, 1973) no es solo la novia de Keanu Reeves. Es una reconocida artista plástica que, al aparecer del brazo del conocido actor, ocasionó comentarios tipo “parece vieja por las canas”, a pesar de ser nueve años menor que él. Ante las críticas por su aspecto, ella ha defendido en su cuenta de Instagram la libertad para que las mujeres decidan sobre su aspecto sin que los demás, sobre todo los hombres, se sientan con derecho a opinar. La misma empresa ha adoptado la modelo mexicana Adriana Lavat (1973), quien ha incluido en su web personal una sección que se llama “Mis canas”, donde comparte su nada sencillo proceso de aceptación.
A sus 40 años Sarah Harris, subdirectora de la revista Vogue UK, luce “uno de los cabellos más hermosos del circuito”, según palabras de la prensa británica; mientras que la actriz Diane Keaton (Los Ángeles, 1946; abajo) abandonó los tintes hace algunos años para lucir una hermosa cabellera color plata, al igual que Helen Mirren o Glenn Close. La edad para apostar por la libertad del tinte no está escrita.
Pero no imagino a un hombre pasando por este dilema. Omar Mariluz, periodista de 31 años que pinta canas desde los 14, tampoco lo imagina. “A mí, por el contrario, me han dicho que seguro me he pintado las canas para parecer mayor. Un par de veces me han dicho que me pinte el cabello, pero el 90% de las personas me ha dicho que se ven muy bien”, cuenta. Sin embargo, no es ciego a la realidad, y dice: “Entiendo que es más probable que una mujer con el cabello teñido de azul, violeta o naranja sea alabada por su audacia, mientras que una mujer con canas sea vista de forma extraña. Es injusto, totalmente. ¿Dónde queda la libertad?”. No le falta razón: recuerdo que mi entorno tomó con más calma mi decisión de teñir mi cabello de violeta, a los 27 años, que la de dejar, por fin, crecer mis canas, a los 36.
Melanina y estereotipos
Omar vio que sus canas aumentaban cuando nació su hijo, hace diez años. Su imagen de periodista serio se ve acentuada con la aparición de estos cabellos con déficit de las células llamadas melanocitos, que se hallan en la base de cada folículo capilar. Su decisión de dejar libres esos cabellos blancos no es ni ha sido cuestionada por su entorno; cosa que no puede decir Pepi Patrón, filósofa y docente universitaria que también apostó por dejar su cabello en libertad desde la aparición de sus primeras canas, a los 35 años, tras una fuerte experiencia personal.
“La primera razón por la que no uso tinte es por libertad: no me veo pasando tres horas en una peluquería; la segunda es porque está ahí la historia de mi vida. Un día estaba en una sala de conferencias y alguien del público me dijo a gritos: ‘Oye, Pepi, ¿no sabes que las canas no están de moda?’. Es increíble, porque hay gente de mi entorno que se ha molestado conmigo por no teñirme el cabello”, cuenta. “Vivimos en una cultura en la que la gente huye de las canas y las arrugas como una peste. Estamos cada vez más obsesionados con la juventud, como si fuera un pecado envejecer”, añade.
Es curioso cómo las canas han sido, históricamente, símbolo de sabiduría y solemnidad, pero se repudian según los cánones de belleza actual. Cuando empecé a hacer esta nota, mucha gente se rió: no les pareció relevante. Sin embargo, les pareció relevante, en su momento, decirme que las cubra. Lo mismo piensa Katherine Mansilla (Lima, 1979), doctora en Filosofía y responsable de la Secretaría Técnica de la Red Peruana de Universidades, para quien dejar el tinte significó libertad en más de un aspecto. Tras las críticas –las primeras vinieron de hombres canosos– se reconcilió con las canas que nacieron en su adolescencia. “Investigué un montón sobre cómo cuidar mi cabello canoso y ondulado en un mundo que grita que el cabello debe ser lacio y teñido. Fue un proceso aceptar que sales del molde, crear la propia idea de belleza, aceptarla y llevarla con orgullo”, añade.
Sin embargo, el cabello cano no tiene que ser sinónimo de descuido. “El cabello cano suele ser seco y quebradizo, más delgado y con el tiempo toma un tono amarillento por la influencia de los factores externos como el sol, el cloro o la coloración. El cabello cano necesita, principalmente, restauración de color con una tecnología que combata el tono amarillento. Además, es importante tomar en cuenta una buena hidratación para recuperar la suavidad y luminosidad del cabello”, dice Fiorella Solari, gerenta de Marketing de Producto de Natura, empresa que ofrece una línea vegana de cuidado para el cabello rubio o canoso llamado Lumina que incluye shampoo, ampolla de restauración y fluido matizador.
Morella Hurtado, de L’Oreal, empresa que también ofrece una línea para cabellos rubios y canos desde su marca Kerastase, explica la composición que se usa la línea de color violeta para cuidar la canas: ácido hialurónico cicatriza las cutículas del cabello para un efecto homogéneo sellador que hace el cabello más brilloso y suave; y la flor de edelweiss que vive en los Alpes Suizos, que resiste condiciones extremas y tiene un gran poder antioxidante y evita que las canas se pongan amarillas, al igual que los pigmentos ultravioletas. La rutina, explica Hurtado, es lavarse el cabello con el shampoo de la línea Lumiere de forma frecuente y una vez por semana el baño ultravioleta.
En el Perú no suele ser común que la mujer luzca las canas, por eso no vemos promociones llamativas de marcas hablando de los productos que sirven para su cuidado. Por ejemplo es imposible encontrar en Lima la linea para cabellos grises que ha desarrollado Pantene. Los shampoos violetas o para canas suele encontrarse en salones de belleza o en las tiendas de venta de productos cosméticos.
Como efecto de esta cuarentena muchas mujeres vieron crecer sus canas y pudieron sumarse al movimiento “déjalas crecer”. Otras, esperaron que se levante el aislamiento social obligatorio para correr a los salones de belleza. “No es malo teñirse o laciarse, es decisión de cada quien. Lo que me parece importante es reflexionar sobre nuestras decisiones desde la libertad con la que las tomamos”, dice Katherine Mansilla.
Lo dice por experiencia, pues cuando las canas son muy rebeldes –como en mi caso y en el de Kati Mansilla– se tiene el cuero cabelludo más sensible y el someterse a una sesión de tintura puede ser incluso doloroso. Para ella dejar libres las canas supuso un compromiso que asumió de forma especial: hacerse mascarillas de tomate para darle una dosis de queratina, usar aceite de ajonjolí y no usar shampoos químicos, sino shampoos en barra de cosmética natural, como el de la marca Misha Rastrera.
Tener las canas libres sí es un acto político y de libertad. La estética de la rebeldía es dejar ser libre a la naturaleza. Quién lo diría.