La suerte en la vida se manifiesta de muchas maneras. Una de ellas, acaso la más escasa, es hacerse adulto con la compañía de un abuelo. Solemos olvidarlo, pero conviene que aprendamos a recordarlo. A medida que los años pasan, aquella fortuna se convierte también en un miedo constante (en ocasiones silencioso; otras más presente) de que el momento de decir adiós esté siempre un poco más cerca. Quizá las cosas cambiarían si todos –tanto hijos como nietos– fuésemos más conscientes de que esa ley es inquebrantable. Quizás entenderíamos que no hay nada más valioso que el tiempo. Quizás.
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El segundo domingo de mayo del año 2020 será un Día de la Madre como ningún otro en nuestra historia reciente. Lo será para millones de mamás, abuelas y bisabuelas en el Perú, alejadas de sus hijos y familia durante el aislamiento en cuarentena. Algunas están acompañadas de sus parejas o un familiar, o cuentan con ayuda externa; otras subsisten resignadas al olvido. Sucede que no solo son la población más vulnerable frente al contagio del COVID-19: también lo son ante la indiferencia.
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LAS JOYAS DE LA FAMILIA
En las últimas cuatro décadas, la esperanza de vida en el Perú aumentó 15 años. Las mujeres viven hasta los 79 años y los hombres hasta los 73. Según cifras del INEI (pre COVID-19), se estima, además, que la población de 80 años en adelante se triplicaría entre el 2010 y el 2030 en nuestro país. Un fenómeno que se replica prácticamente en el mundo entero, a consecuencia de las mejoras en la calidad de vida de la población. Mejoras que han significado un impacto particular para las mujeres.
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Desde Barranco, el lugar de encuentro de todo un clan –con las idas, venidas y demás movimientos físicos y emocionales que se dan dentro una familia–, Yolanda Alfaro (97) se mantiene inamovible. Lo ha visto todo y lo ha superado todo. Resguardada en el primer piso de un edificio donde vive con la única hija de la que nunca se ha separado –Katia, de 58 años, tiene síndrome de Down y es su mejor compañía– y con la visita frecuente de dos de sus nietas, la matriarca pasa la cuarentena sostenida en un par de deseos: uno a largo plazo y el otro a corto.
El primero es ver al Perú llegar al Bicentenario. El segundo es que este período termine pronto, para poder disfrutar del vaso de whisky que toma religiosamente todas las tardes, pero en compañía de aquellos a quienes no ve hace casi dos meses: alguno de los 4 hijos que tiene vivos, los 11 nietos, 13 bisnietos y 2 tataranietos que componen su prole. No se sabe cuándo; tampoco si será igual que antes; pero Yolanda confía en que pasará. “Es triste, porque me gustaría que estén aquí” dice sobre este domingo. “Pero me siento acompañada por todos”. Y lo está: sobre todo cuando ve y escucha a quienes más quiere a través de una videollamada.
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Evelyn Stephen (83) tiene cuenta de Facebook, Instagram e incluye gifs en sus conversaciones de WhatsApp. Los últimos tres años han supuesto un salto inmenso en su uso de las tecnologías: gracias a la ayuda de sus hijos y nietos, pero sobre todo alentada por su propia curiosidad, hoy maneja un smartphone haciendo uso de las aplicaciones clave. Si ve una foto que le gusta, por ejemplo, la reenvía a todos sus contactos. Es el celular, además, el canal que le permite ser testigo del crecimiento de sus dos bisnietos –uno en España, el otro en Estados Unidos–, además de mantenerse en comunicación constante con una de sus hijas, radicada en el extranjero. Diez o quince años atrás le habría tenido que bastar con una llamada eventual de larga distancia. “En Facebook puedo ver qué es de la vida de mis amigos, y ahora estoy aprendiendo cómo funciona Zoom” indica. “Es verdad que la tecnología me facilita estar en contacto con mi familia, pero no es igual que estar al lado de ellos”.
Hace unos meses, una de sus compañeras de promoción -salieron del colegio en 1955- decidió que era hora de agrupar a sus amigas en un grupo de WhatsApp. Así evitarían estar llamándose las unas a las otras para darse alguna noticia: buena o mala. Hoy son 13 las mujeres que comparten imágenes, audios, datos importantes e incluso memes a través de una misma pantalla. A Evelyn le entusiasma. A veces, no obstante, les toca también compartir cosas que son inevitables. La partida de alguna compañera de clase es un tema con el que han aprendido a convivir. Una de ellas falleció durante la cuarentena.
No pudieron despedirse.
CLASE MAESTRA
Cuando Aideé Sánchez (65) regresó a la docencia en 2012, tras ocho años retirada por motivos de salud, el panorama había cambiado radicalmente. “¿Estás segura de que vas a llevar tus tizas?”, le bromeó entonces su esposo. Aideé había pasado tres décadas enseñando Biología y Ciencias en el sistema de educación pública del país, apoyada en cuadernos, papelógrafos y –sí– pizarras y tizas de colores. Los estudiantes a los que debía enfrentarse a inicios de la segunda década del 2000 pertenecían a una generación que pensaba y se expresaba totalmente en digital. Sin capacitación oficial, pero alentada e inspirada por el amor a su oficio, Aideé Sánchez aprendió primero a manejar Word y Power Point, que alternaba con cuadernos y guías de práctica convencionales. Gracias al apoyo de sus tres hijos, también comenzó a usar Google para ahondar en temas que le servían para armar sus clases. Las cosas marchaban bien, pero nada pudo prepararla para lo que vendría en marzo de este año.
“Nos agarró desprevenidos a todos. Son muy pocos colegios los que tienen habilitadas estas plataformas, para empezar. Yo recién las he conocido –Zoom; E-learning– y estamos trabajando con ellas. Ya les cogí un poco de ritmo”, explica. Si bien al inicio fue complicado, la parte que más le preocupaba –y aún le preocupa– era saber con certeza si los chicos están aprendiendo; cerciorarse de que entienden todo a través de este nuevo sistema a distancia. “El esfuerzo es tres o cuatro veces más grande”, continúa. “Pero me siento renovada. Feliz”. Las lecciones más grandes en ocasiones llegan de las maneras más inesperadas.
Las mujeres adultas mayores también son parte de la revolución tecnológica que ha cambiado el mundo. Les abre ventanas que creían tener cerradas; las mantiene informadas de lo que ocurre; y les permite tener contacto con sus seres queridos sin importar distancias. Pero quienes verdaderamente nos beneficiamos de este fenómeno somos nosotros, los que estamos al otro lado. Pocas cosas en la vida emocionan tanto como recibir una videollamada y ver el rostro de tu abuela.
La opinión
Raquel Cuentas, magister, docente e investigadora PUCP de la Especialidad de Trabajo Social
Las mujeres que hoy tienen entre 65 y más años han tenido oportunidades y trayectorias muy diversas, en función a su lugar de procedencia (rural o urbano), nivel educativo, acceso a servicios básicos, o si su vida estuvo marcada por posibilidades, violencias, pobreza, entre otros. Dependiendo de cómo fue y es su curso de vida, tendrán mayores oportunidades de acceso y uso de las nuevas tecnologías hoy. En nuestro país, de acuerdo a los últimos datos del INEI del Censo 2017, la población adulta mayor en general no tiene acceso a las TICs (Tecnologías de Información y Comunicación) y solo un 18,4% de este sector poblacional utiliza internet. Sin lugar a dudas, para las mujeres adultas mayores el uso de la tecnología -expresada en la tenencia de un celular- es sumamente importante para comunicarse con sus familiares y amistades, pero también para contar con alertas para la atención de su salud, compras y otros beneficios.
Desde nuestra experiencia en el Programa UNEX, las personas adultas mayores, especialmente las mujeres, tienen mucho interés y se matriculan en los cursos y talleres para aprender a usar las nuevas tecnologías. En los talleres y cursos participan más mujeres que hombres; una vez que acceden a su uso, exploran y van conociendo más, ya no los dejan. Cuando propusimos realizar el taller de celulares inteligentes, algunas personas dudaron si tendría acogida, decían “seguro esos viejitos solo tienen celular con teclado”. La sorpresa fue muy grata, ya que la mayoría que asistió a los talleres trajo sus celulares de última generación –regalo de sus hijos o nietos– que no habían podido usar porque no sabían cómo hacerlo. Los familiares no tuvieron la paciencia para enseñarles.
El Día de la Madre es una oportunidad para que celebremos, pero también para que reflexiones sobre el gran sector de mujeres adultas mayores que no podrán recibir siquiera una llamada por teléfono fijo, porque están solas, abandonadas o tal vez viviendo situaciones de violencia (el MIDIS tiene una Red de Protección del Adulto Mayor). Las madres adultas mayores no están solas: queremos y haremos con ellas una sociedad para todas las edades. Mientras tanto, una comunicación, aunque sea virtual, puede marcar la diferencia.
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¿Qué es un coronavirus?
Los coronavirus son una amplia familia de virus que pueden llegar a causar infecciones que van desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, que se pueden contagiar de animales a personas (transmisión zoonótica). De acuerdo con estudios, el SRAS-CoV se transmitió de la civeta al ser humano, mientras que el MERS-CoV pasó del dromedario a la gente. El último caso de coronavirus que se conoce es el covid-19.
En resumen, un nuevo coronavirus es una nueva cepa de coronavirus que no se había encontrado antes en el ser humano y debe su nombre al aspecto que presenta, ya que es muy parecido a una corona o un halo.
¿Qué es la covid-19?
La covid-19 es la enfermedad infecciosa que fue descubierta en Wuhan (China) en diciembre de 2019, a raíz del brote del virus que empezó a acabar con la vida de gran cantidad de personas.
El Comité Internacional de Taxonomía de Virus designó el nombre de este nuevo coronavirus como SARS-CoV-2.