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Ana María Vega, la cocinera que nos conquistó con su adobo a la limeña y salió del anonimato en los Premios Somos
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Cuando lanzamos el concurso Cocinero en Casa, esperábamos encontrar recetas valiosas, pero no imaginamos toparnos con tantos relatos capaces de conmover, inspirar y endulzarnos el alma. Al buzón de Somos llegaron más de un centenar de nominaciones, cada una con una historia, un plato y una pizca de emoción. La idea era reconocer a esos peruanos que, desde sus cocinas, preservan la memoria y la identidad de nuestra gastronomía.
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De todas las postulaciones, el equipo editorial de esta revista tuvo la difícil tarea de escoger una lista final con diez historias entrañables: el bombero que entre guardias prepara recetas en su propia compañía, la señora que rescata el cau-cau como legado familiar, el maestro de los camarones, las mujeres que alimentan a familias numerosas con ingenio y amor, y especialistas en comida criolla que cocinan con el corazón. Entre ellos brilló Ana María Vega y su adobo, que conquistó al jurado y se alzó como la ganadora de esta edición.
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DUEÑA DE SU SAZÓN
De niña, Ana María –o Machi, como la llaman en casa– miraba la cocina como un territorio prohibido. Su madre, celosa de ese espacio y convencida de que su hija debía dedicarse a otra cosa, no la dejaba entrar. Y así lo hizo: estudió secretariado, trabajó, se casó y tuvo tres hijos. La vida parecía llevarla por otro rumbo, hasta que un giro del destino la puso frente a los fogones. “Mi mamá era una mujer de otro tiempo. Tenía un carácter fuerte, como muchas de su generación. Cuando cocinaba, no permitía que nadie entrara a su cocina”, recuerda Machi.

Al irse a vivir con su suegra, descubrió un mundo nuevo. Ella sabía preparar seco, estofado, olluquitos, carapulcra, ají de gallina, pachamanca a la olla… y Ana María aprendió sin que nadie se lo enseñara, solo observando, memorizando gestos y aromas. Con el tiempo empezó a cocinar para sus propios hijos, que pronto convirtieron su adobo a la limeña en plato obligado de cada cumpleaños y celebración familiar. “Nunca imaginé que tenía talento para cocinar. En casa empezaron a celebrarme todo lo que cocinaba. Y yo cada vez me esmeraba más”.
La última vez que preparó su platillo estrella fue hace unas semanas con motivo de su cumpleaños número 69. La acompañaron dos de sus tres hijos y sus nietos. “Para mí, cocinar es darle amor a mi familia. Cuando mis hijos eran niños, no les daba gaseosas o bebidas saborizadas, les hacía su emoliente, o su agüita de quinua. Me gustaba engreírlos. Mi prioridad siempre ha sido que coman bien y tengan una buena alimentación”, no dice Machi.

Grecia, una de sus hijas, vive en el Reino Unido y la nominó al concurso Cocinero en Casa de los Premios Somos con un detalle entrañable: había intentado preparar el famoso adobo materno, pero fracasó en el intento por no encontrar los insumos correctos. “El secreto para hacer un buen adobo es hacerlo con una panceta de cerdo tierna y jugosa. Lamentablemente, allá no tienen muchos de los ingredientes que se necesitan, como el ají amarillo o el ají colorado. La última vez que mi hija vino se llevó algunas especias para poder cocinar los platos que le gustan”, cuenta.
Hoy, este reconocimiento le da nombre y rostro a una cocinera anónima que lleva años alimentando corazones desde su casa. La noche de la premiación recibió una colección de cuchillos de Pisu, un juego de copas Ferrand, vinos y piscos Tacama, una cena en el restaurante Tierra del Fuego, un vale de mil soles en Rappi y una suscripción digital a El Comercio. “Ha sido una de las noches más mágicas de mi vida. Nunca pensé que me iban a reconocer junto a otros grandes cocineros de nuestra gastronomía. Mi teléfono no ha parado de sonar desde que gané el premio. Me han llamado amigos, primas, sobrinos… Eso me pone muy feliz”, concluye Machi. //
OTRAS HISTORIAS LLENAS DE SABOR

Elena Huamán es una madre de nueve hijos, a quienes sacó adelante gracias a su emprendimiento gastronómico en el barrio Cruz de Motupe, en San Juan de Lurigancho. Hoy, su hija Deyanira está acargo del negocio y ha heredado sus recetas para seguir engriendo a los comensales que llegan, en especial, por sus tallarines verdes y su arroz con pollo.

Manuel Soto tiene una historia de vida tan sabrosa como sus platos. De niño, recolectaba camarones en su natal Lunahuaná, en Cañete, y ese fruto del río marcaría su destino. En Lima abrió una cebichería, adonde los clientes llegaban por su plato estrella: los camarones al jugo. Con casi 80 años, don Manuel no ha perdido la sazón.

Cada fin de semana, desde hace 15 años, Carmen Morales (56) deleita a sus vecinos de la quinta Corazón de Jesús, en el Rímac, con suculentos desayunos. Ella ofrece pan con salchicha huachana, lomito al jugo, camote frito, escabeche de pollo, pero sobre todo está su infaltable cau cau con pan ciabatta y café pasado. Una delicia.

Franco Anavitarte tiene 45 años y desde hace 28 es bombero voluntario de la Estación 100, en San Isidro. Con un presupuesto modesto, elige muy bien los ingredientes en el mercado y los convierte en platos cinco tenedores. Sus especialidades son lomo saltado, papa a la huancaína, cebiche de pescado con pulpo, sudado de pescado y causa escabechada.

Como muchos peruanos, Luis Felipe Velasco descubrió en el encierro de la pandemia que tenía un talento escondido: la buena sazón. Consiguió una máquina de pasta y empezó a elaborar sus propios platos de inspiración italiana de forma artesanal. Hoy, sigue perfeccionando su técnica, mientras en casa le dicen que es el mejor cocinero “del mundo mundial”.

Isabel Mendoza (81) nació en Piura y llegó a Lima muy joven para buscarse un mejor futuro. Se mudó a El Agustino, donde con otras madres fundó el comedor popular La Menacho, que por más de medio siglo ha alimentado a decenas de familias con platos que aprendió a cocinar en su tierra natal, como el seco con frejoles o el chupe de pescado.

Maricarmen Febres aprendió a cocinar gracias a los recetarios de la gran Teresa Ocampo, pionera del arte culinario en televisión. Por esa razón, su comida nos transporta a esos momentos familiares que viven en nuestros recuerdos y nos llenan de nostalgia por su sabor casero. En su casa nos dicen que cocina de todo, y todo le sale bien: desde un cebiche o arroz con pato hasta una lasagna de carne.

De niña, Yazmín Valega soñaba con estudiar cocina y seguirle los pasos a Gastón Acurio. Se formó en la escuela Fundación Pachacútec y, hoy en día, cuenta con un solicitado negocio de cátering. Todos los días salía muy temprano de su casa en Villa María rumbo a Ventanilla. En su hogar, cada vez que hay una celebración, suele preparar seco de cabrito con frejoles, el plato más pedido por su familia.

Rocío Macedo (61) es una mujer emprendedora que ha conquistado a sus vecinos de San Martín de Porres gracias a su amor por la cocina. Quienes la conocen afirman que tiene un “don natural” y prepara “muchos platos deliciosos”, pero que su propuesta emblema son sus tamales caseros de pollo, un clásico del barrio.
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