En la historia de la medicina, ocurre que cada cierto tiempo se presenta una condición o enfermedad, que es resistida –en su aceptación– por la ciencia médica. Por ejemplo, pacientes con fibromialgia o síndrome de fatiga crónica sufren mucho por la imposibilidad de conseguir un reconocimiento médico para sus males.
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Una situación similar es la que, en la actualidad, pasan millones de personas que han sufrido de casos leves, moderados o severos de COVID-19 y que han quedado con síntomas persistentes de diverso tipo que, lamentablemente, no son reconocidos por los profesionales de la salud.
Más que una neumonía
Recordemos cómo, al comienzo de la pandemia, las imágenes que teníamos del COVID-19 eran de una enfermedad aguda que causaba severos casos de complicaciones respiratorias. Tan profunda llegó a ser esa percepción, que a la enfermedad fue inicialmente bautizada como “neumonía de Wuhan”. Fue recién a fines del primer año, que se empezó a reconocer que el nuevo coronavirus era capaz de atacar otros órganos, además de los pulmones.
Poco a poco, la literatura médica se llenó de estudios que demostraban que en el COVID-19 grave podían afectarse otros órganos como el corazón, el cerebro, los riñones, el páncreas y la piel, y se empezó a observar que pacientes que salían de alta del hospital o las UCI no se lograban recuperar completamente y quedaban con secuelas, las cuales se pensaba eran consecuencias de la gravedad de sus infecciones.
“La mayoría de síntomas del COVID-19 prolongado son subjetivos”.
Síntomas persistentes
Durante el segundo semestre del 2020, y a lo largo del 2021, médicos de todo el mundo empezaron a recibir pacientes que, luego de haber pasado un episodio de COVID-19 leve o moderado que no necesitó hospitalización, se quejaban de diversos tipos de síntomas persistentes.
A falta de otro nombre, esos casos fueron bautizados como ‘long Covid’ o ‘COVID-19 prolongado’ pero el problema fue que empezó una agria controversia entre pacientes y parte del establecimiento médico.
La controversia –entre pacientes y establecimientos médicos– se originó porque la mayoría de los síntomas del COVID-19 prolongado son subjetivos e incluyen, entre otros, dolor de cabeza, dolor de garganta, congestión de las vías respiratorias, dificultad de concentración, olvidos frecuentes, fatiga constante y cansancio después de menores esfuerzos. Al ser subjetivos, esos síntomas eran difíciles o imposibles de probar con los exámenes auxiliares de la medicina actual.
Esa imposibilidad de probar la objetividad de los síntomas hizo que los pacientes sufran mucho buscando médicos que les creyeran que sus síntomas eran reales y no imaginarios. Eso porque pensando que el COVID-19 era una enfermedad que -como la gripe- debía desaparecer por completo, muchos médicos pensaban que los síntomas de sus pacientes eran de carácter emocional, consecuencia de ansiedad crónica y depresión causados por la pandemia.
Activismo
Fue recién, gracias al activismo y capacidad de organización de los propios pacientes, que en abril del 2020, un grupo de pacientes sin mayor formación científica de la organización Body Politic, condujo una encuesta a través del internet y logró, por primera vez, recolectar datos de 640 personas afectadas por síntomas persistentes post COVID- 19.
“Lo ideal es no infectarse para no tener COVID-19 y COVID-19 persistente”.
El estudio, publicado en Internet el 11 de mayo del 2020, fue el primero en determinar los 10 síntomas más comunes del COVID-19 prolongado. Estos incluían, de mayor a menor, leve dificultad para respirar, opresión leve en el pecho, fatiga leve a moderada, escalofríos o sudores, dolores corporales leves, tos seca, fiebre leve (37,1º - 37,7º C), dolor de cabeza leve y niebla mental o problemas de concentración.
Posteriormente, el 1 de abril del 2021, la Oficina Nacional de Estadísticas del Reino Unido publicó un estudio muy importante sobre el tema, sorprendiendo al mundo cuando concluyó que más de un millón de ciudadanos británicos estaban sufriendo de síntomas persistentes luego de haber pasado COVID-19.
El informe señaló que 674.000 personas estaban tan afectadas que les resultaba imposible realizar sus actividades cotidianas. Los mas afectados fueron personas de 35 a 69 años, mujeres, y residentes de las zonas más pobres del país.
Muy probablemente como consecuencia de la amplia difusión de esos estudios en los medios de comunicación, es que en setiembre del 2020, el Dr. Francis Collins, director de los Institutos Nacionales de la Salud de EE.UU. (NIH), reconoció el trabajo de los voluntarios del colectivo Body Politic y que, en febrero del 2021, ese instituto lance una iniciativa nacional para estudiar al COVID-19 persistente, con una partida presupuestal de US$1,15 mil millones.
El hecho es que millones de personas con COVID-19 persistente están buscando atención en atiborrados consultorios de hospitales, que se suman a la carga de casos de enfermedades crónicas que se embalsaron en la pandemia. Esta situación, sin duda, causará una enorme presión sobre los sistemas de salud.
Vacunas protectoras
En ese escenario, es importante saber que recientes estudios demuestran que la vacunación puede proteger a una persona de desarrollar síntomas de COVID-19 persistente.
Un estudio israelí demostró que personas con dos o tres dosis de vacunas tuvieron de 50% a 80% menor probabilidad de presentar siete de los diez síntomas más comunes, como dificultad para respirar, dolor de cabeza, debilidad y dolor muscular.
En tanto, un estudio estadounidense concluyó que los pacientes, con por lo menos una dosis de vacuna, tuvieron entre siete y diez veces menor probabilidad de reportar dos o más síntomas prolongados de COVID-19 en comparación con no vacunados.
Corolario
Sin duda que lo ideal es no infectarse para no tener COVID-19 y COVID-19 persistente. Sin embargo, es muy importante saber que –en caso de infectarse– un beneficio adicional de la vacunación es disminuir la posibilidad de desarrollar COVID-19 persistente.
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