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Chechito en el sillón rojo de “El valor de la verdad”: del mercado de San Juan de Lurigancho a los escenarios del mundo
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Chechito en el sillón rojo de “El valor de la verdad”: del mercado de San Juan de Lurigancho a los escenarios del mundo

Chechito en el sillón rojo de “El valor de la verdad”: del mercado de San Juan de Lurigancho a los escenarios del mundo

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Sergio Romero, conocido por todos como ‘’, es hoy uno de los nombres más sonados en la música peruana. Pero su historia no comenzó en grandes escenarios ni bajo reflectores. Nació y creció en San Juan de Lurigancho, uno de los distritos más poblados y golpeados por la inseguridad en Lima. Desde niño, ayudaba a su madre en un pequeño puesto de desayunos en el mercado: servía jugos, atendía a los clientes y luego salía corriendo al colegio. La necesidad lo forjó temprano, pero la música fue siempre su refugio.

A los 14 años, su voz y carisma lo llevaron a unirse a una orquesta familiar, donde rápidamente se convirtió en la figura central. Su talento destacaba, pero el entorno de la cumbia, muchas veces atravesado por la informalidad y la violencia, le mostró un lado oscuro: un atentado con explosivos en un local donde iba a presentarse cambió el rumbo de su vida. Tomó distancia de esa agrupación y decidió iniciar su camino como solista.

Sin contactos ni grandes inversionistas, formó su propia orquesta y empresa. Lo hizo desde cero, con esfuerzo y sin garantías. En poco tiempo pasó de cobrar apenas 30 soles por una presentación a realizar hasta 40 shows mensuales y llenar locales en todo el país. Su estilo —moderno, sofisticado, alejado de lo tradicional— marcó una diferencia clara en el género. Sus seguidores lo bautizaron como ‘El Bad Bunny de la chicha”, no solo por su forma de vestir, sino por la actitud con la que irrumpió en una escena acostumbrada a repetir fórmulas.

Pero el ascenso no estuvo libre de tropiezos. La fama llegó rápido y con ella también la presión, la exposición, los excesos. El dinero le llegó de golpe, en un entorno donde antes no había ni lo básico. La falta de referentes lo llevó a cometer errores, pero también a entender que debía rodearse de su gente, cuidar lo que había construido y priorizar lo que realmente importa.

Hoy, Chechito, a sus 20 años, es más que un cantante en auge. Es un joven empresario, líder de su propia orquesta y artista con proyección internacional. Ya ha realizado giras en Europa y Estados Unidos, llevando su propuesta a escenarios donde la cumbia peruana aún busca abrirse paso. Además, ha podido cumplir sueños personales, como comprar un bus para transportar a su equipo y regalarle un departamento a su madre.

Su historia es la de muchos jóvenes que parten desde la carencia, pero que no se resignan. Es la historia de alguien que aprendió a moverse entre la dureza de la calle y las luces del escenario. Que tropezó, pero supo levantarse. Que no olvida de dónde viene, aunque ahora camine por nuevas rutas. Porque detrás del fenómeno llamado Chechito, hay un chico que no solo canta: también se reinventa cada día.

A pesar del éxito, su carrera se ha desarrollado en medio de desafíos constantes. La exposición mediática, los rumores sobre su vida personal y las expectativas del público han sido pruebas difíciles de manejar para alguien de su edad.

Lejos de dejarse arrastrar por la superficialidad, ha optado por mantener los pies en la tierra, enfocado en su crecimiento artístico y en la responsabilidad que implica liderar una orquesta. Su entorno cercano reconoce en él a un joven con determinación, capaz de tomar decisiones difíciles sin perder la esencia de quien empezó vendiendo jugo en un mercado.

En cada presentación, Chechito conecta con una generación que se ve reflejada en su historia. No solo canta, también representa una posibilidad: la de salir adelante desde abajo, de construir algo propio en un país donde muchas veces los caminos parecen cerrados. Su música mezcla alegría con resistencia, modernidad con raíz popular. Y aunque su nombre hoy sea sinónimo de éxito, él sigue escribiendo su historia como empezó: con trabajo, con instinto, y con una convicción que no necesita micrófono para escucharse fuerte.