Natalia Parodi: "Mi marido no es mi basurero"
Natalia Parodi: "Mi marido no es mi basurero"

Separar lo personal de lo profesional parece una tarea bastante clara. Pero separar lo individual de los asuntos de pareja es más complejo. Hace años durante una conversación del programa de cable «Química Pura» –que conducíamos Javier Echevarría y yo–, una invitada nos contó cómo manejaba sus dificultades personales sin afectar a su pareja. Ella padecía un enfermedad degenerativa y la pregunta había sido si descargaba con su esposo la rabia y frustración de su condición. Su respuesta fue: «Mi marido no es mi basurero».

La frase me dejó pensando mucho tiempo. Es justo decir que aplica tanto a hombres como a mujeres. Son palabras fuertes y pueden sonar duras, pero al mismo tiempo son profundas, lúcidas y maduras. Me pregunto cuán fácil es para cualesquiera de nosotros hacer esa distinción. ¿No nos ocurre que cuando estamos de mal humor también somos más antipáticos al llegar a casa? ¿Con cuánta frecuencia nos la agarramos con aquella persona a quien vemos todo el tiempo y con quien no necesitamos quedar bien?
Hay una confusión frecuente que bien haríamos en cuestionar: suponer que ser honesto significa sacar todo lo que sentimos, tal cual lo sentimos. Y en esa confusión puede que descarguemos nuestra ‘mochila’ de emociones difíciles y se la chantemos a nuestra pareja porque ya no podemos más, con la ilusión de que lo hacemos porque compartimos todo y no ocultamos nada.

¿Cómo suele darse esto? Descuidando el tono de voz, hablando con cólera y sin cariño, ignorando cómo se siente el otro, esperando que soporte la cara larga, rechazando con antipatía cualquier intento de ayudarnos, soltando palabras hirientes, tirando portazos, culpándolo de los propios sentimientos («nunca estás cuando te necesito», «haces todo mal», «no me ayudas en nada», «no me haces feliz»). 

Es bueno compartir y ser honestos. Pero no es justo aplastar a quien se ama con la amargura propia. Si pasas por una etapa difícil, si has tenido un problema en el trabajo o con los amigos, un conflicto con tu madre, o incluso si sientes que no eres feliz, la forma justa de transmitir ese malestar no es haciendo sentir a tu pareja en carne propia la rabia o desesperación que vives, sino explicándole, describiendo qué te ocurre.

Reclamar, culpar y sacar en cara es cargar a la pareja con nuestro malestar, además de que ahuyenta y genera distancia entre ambos. Entonces compartir lo vulnerables, frustrados o confundidos que nos sentimos y pedir ayuda si la necesitamos, se recibe con mayor apertura y comprensión. La persona que tenemos al lado es una compañera o un compañero. Y merece, como nosotros, que se le trate siempre bien.

Cuando las cosas en la vida no resultan como uno espera puede ser frustrante. Pero el primer paso práctico es intentar distinguir qué nos ocurre y por qué nos sentimos así, antes de reaccionar demasiado rápido contra quien más amamos y nos ama. Si la relación pasa por un momento de debilitamiento, esta actitud la golpea más aun.

Una cosa son los problemas de uno y otra, las dificultades de la pareja. No siempre es fácil diferenciarlo. Para eso es útil hablar con la otra persona, intercambiar puntos de vista, intentar complementarlos para tener un panorama más global de las cosas. Si no lo logran solos, acudir a una terapia de pareja es una buena idea. Puede ser un espacio que los ayude a seguir creciendo juntos y fortalecer la relación, y a desatracarlos si algo se ha atascado, lo cual es normal, sobre todo luego de años juntos.

Las exigencias no fortalecen el vínculo, pero sí lo hacen la comprensión, la honestidad dicha con cariño, la paciencia y el trabajo en equipo. La manera adecuada de compartir las dificultades determinará si lo que le damos a nuestra pareja es basura que aplasta o abono que lo nutre. Así, más que un recipiente de toda nuestra ‘basura’, podrá ser esa plantita que tratada con cuidado, en lugar de marchitar, se mantendrá viva y capaz de seguir floreciendo. 

Contenido sugerido

Contenido GEC