Natalia Parodi: "Contigo Perú, en las buenas y en las malas"
Natalia Parodi: "Contigo Perú, en las buenas y en las malas"
Redacción EC

Escuchamos con frecuencia expresiones como ‘país de m…’, ‘porque en Europa…’, ‘en otros países es diferente’. Quienes hemos tenido la oportunidad de cruzar el charco vemos con sorpresa y admiración cómo en varios de esos países el civismo es notorio, las reglas de tránsito funcionan, el peatón y el ciclista van tranquilos, la arquitectura de la ciudad acoge adecuadamente a discapacitados, la policía es una autoridad respetada, en televisión se cumple el horario de protección al menor, casi nadie raja de los demás y los ciudadanos no temen perder su libertad por decir lo que piensan.

La desaprobación de la ley de unión civil, la destrucción de los murales del centro de Lima o la acusación a una obra de teatro de ser apología al terrorismo –con la pretensión de censurarla–, nos recuerdan y evidencian cuán difícil nos es vivir en armonía respetando y haciendo respetar los derechos y libertades tanto de las mayorías como de las minorías. Y hace que nos parezca un sueño lograr que personas diferentes podamos tener una sana convivencia, donde se trate a todos por igual, sin represión, sin intromisión y con respeto. Pero al ver cuánto nos falta y a cuánto atropello estamos expuestos –y lamentablemente acostumbrados–, nos frustramos, nos indignamos y pensamos que tal vez sea imposible.

Prohibir la unión de dos personas que se quieren, cubrir de pintura una obra de arte mural que integra y alegra el paso de los transeúntes o acusar de terrorismo a «La Cautiva», es negar la realidad de los demás. Y eso es un problema serio y una agresión a todos nosotros. A todos. También a los que se sienten ajenos a estos temas o incluso a los que están a favor de estas medidas. ¿Por qué? Porque el simple hecho de que las autoridades decidan según sus prejuicios e intereses daña la libertad del país que queremos.

Imagina que te importan poco las luchas por las causas aquí mencionadas. Tú solo escuchas música, lees los libros o revistas que te da la gana y viajas cuando te provoca. ¿Qué pasa si un buen día las autoridades deciden que se debe censurar y restringir la música a la que tienes acceso, o si un día te multan en la calle por emitir una opinión contraria a la ‘permitida’, o deciden que ya no puedas viajar a determinados lugares, porque se considera que atentan contra la moral y las buenas costumbres?

Todavía nos cuesta mucho ponernos en los zapatos de los otros y nos es difícil darnos cuenta de que un día podríamos ser nosotros. Nos cuesta entender que la justicia no es justicia si no es igual para todos. Y nos cuesta tomar conciencia de que avalando este tipo de comportamientos, para colmo, perjudicamos a seres queridos. ¿A quiénes? A esos parientes tuyos que aún no admiten su  homosexualidad; a tus amigos que han encontrado en la pintura o en la actuación una forma de expresión que los llena y les hace bien; y a tus hijos, que aprenden que para ser aceptados deben comunicar lo que los demás quieren oír, no lo que realmente piensan. Y eso no le hace bien a nadie.

Se destruyeron murales. Se postergó la ley de la unión civil. Se intentó amedrentar a la gente de teatro. Aparecieron la rabia, la desesperanza, la decepción por el Perú. En algunos, el deseo de dejarlo todo y emigrar. Pareciera que los lograron callar.

Pero no. Los murales volverán, tarde o temprano. En los teatros seguirán contándose historias, y llegará el día en que las parejas homosexuales y heterosexuales compartirán los mismos derechos. Son épocas difíciles, pero con paciencia y perseverancia tendremos una comunidad más justa, tolerante y respetuosa. Porque el amor y el arte son plantas que crecen en cualquier maceta. Y florecerán también en nuestra tierra.

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