En 1910 murió Jorge Chávez, aviador peruano, el primero que sobrevoló los Alpes en avión. (Foto: Wikimedia)
En 1910 murió Jorge Chávez, aviador peruano, el primero que sobrevoló los Alpes en avión. (Foto: Wikimedia)

Traducimos de Le Matin el siguiente artículo del aviador peruano Jorge Chávez. El desgraciado y glorioso aeronauta escribió ese artículo en las oficinas de Le Matin a pedido de la redacción de ese periódico y después de haber practicado un ejercicio de aeronavegación, en el que ascendió a 2,600 metros.

El artículo dice así:

¡Más alto todavía!

Después de haber estudiado el desarrollo de la travesía de los Alpes, para la que me he comprometido, he juzgado indispensable prepararme para la ascensión a grandes alturas, porque el puesto culminante de la travesía que voy a realizar es de 2.100 metros y hasta hoy solo he subido 1.764. Por eso he pensado que la mejor preparación era batir el récord de altura que [León] Morane había alcanzado en Deauville.

El domingo ensayé mi nuevo Blériot, y como ayer el tiempo se puso al fin bueno, hallé la ocasión propicia para llevar mis vestidos colchados y… mi barómetro registrador, más allá del país de las aves.

A las 4 y media, soplaba el viento con violencia extraordinaria, pero entre dos grandes masas de nubes se divisaba una hermosa extensión azul y más allá la inmensidad del cielo. Arturo (Arturo es Duray, el antiguo chauffer de carreras de mi ‘manager’) me dice: “Hijo mío: hay que aprovechar de tiempo tan hermoso y hace llevar el aparato al terreno de Mazerán”. Allí mi ‘mecano’ coloca un poco de esencia, agita dos veces la hélice y el motor resuena como una turbina.

Levanto los brazos —que es el “dejad todo” de los aviadores— y encamino hacia el cielo. Son las 4 y 41 minutos.

Doy dos o tres grandes vueltas por encima de Issy; después, como la hermosa mancha azulada que va a merced del viento, en dirección a Versalles, me pongo a perseguirla. Llego pronto a su altura; me elevo más aún. El frío es intensísimo. Estoy a 2.500 metros.

Unos ‘coups de cloche’ más y venceré el récord de Morane.

Siento un punto húmedo en el extremo de mi nariz; me asusto un momento, porque no he subido nunca en globo o ignoro cuáles son las sensaciones que se experimentan en las altas regiones. ¿Habría sido conveniente que llevase un balón de oxígeno? Recordándome que cuando Morane subió hasta 2.300 metros arrojó un poco de sangre por la nariz, llevé a ella mi mano. ¡No era sangre! Era ligeramente un catarro, agravado durante el ascenso… Sin duda, una corriente de aire, recibida al pasar por la hermosa mancha azulada.

¡Uf! ¡Al fin, me siento seguro!

Me siento feliz también, porque mi barómetro indica que he subido más de 2.600 metros.

He batido el récord.

Treinta y seis minutos exactos han pasado desde que dejé la superficie de la tierra y por la gran mancha azul, que es ya amiga mía diviso, ¡oh! ¡Muy poco desgraciadamente! El cielo del rey sol. Creo, encontrarme a la altura de Ville d´Avray.

Desciendo rápidamente; por encima de Meudon veo un dirigible del ejército, que en ese momento partía. Veo a los soldados que levantan los brazos en signo de alegría, y seis minutos después de haber batido el récord, cuarenta y dos minutos después de mi partida, alcanzo tierra en Issy, envuelto en fuerte remolinos, después de haber flotado, allá arriba, en medio de la más absoluta calma.

(Jorge A. Chávez)



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