Ocurre a veces. Son milagros. Once jugadores pierden un partido decisivo, 600 mil dólares en juego, pero un futbolista, uno solo, se va entre aplausos, las cuatro tribunas gritan su apellido y sus compañeros le secan las lágrimas, síntoma paternal de quienes saben hay que cuidar a la joya. Cuidar no es engreír, cuidar es guiar. No es casual que Quispe, el apellido de Piero Quispe (20 años) sea una palabra quechua que significa “piedra que brilla”. Y no es casual que, luego de correr por la U, por su familia y por él, por los 35 mil hinchas que aunque quieran no pueden, con esos pulmones nuevos que no tienen más de diez partidos en Primera, Piero Quispe sea el último que se va de la cancha. A esa edad, con ese fuego, lo único que se quiere es jugar.
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Quispe es el mejor futbolista de Universitario de Deportes en la Copa Libertadores, con la misma naturalidad con que era el mejor ofensivo de la categoría 2001 de la Academia Héctor Chumpitaz. Nuestra Masía. También es el mejor prospecto de venta del club, al que llegó hace tres años y por el que, entiendo, la administración de Universitario no está pensando negociar ni en el corto ni el mediano plazo. Salvo, claro, que aparezca una oferta irresistible, como la que hubo sobre Alex Valera. Lo es, básicamente, por su irreverencia para enfrentar a futbolistas que le triplican la talla, su personalidad para ir al frente en el minuto 1 y el 90 y, lógico, su talento en los pies. Tito Chumpitaz, que lo educó en el fútbol a los 16 años, dice que su sello no es la gambeta ni el pase fino, sino el espíritu para comerse la cancha en cada pelota. Una virtud que forjó en la Hacienda Naranjal, su barrio de toda la vida, donde se aprende esquivando postes, a los Chinos en la Panamericana Sur y claro, a la pobreza. En este video del 2018 pueden encontrar algunas pruebas.
Cuando Novick habló de él nos conmovimos pero no le creímos. Ocurre que nos hemos hecho de piedra ante tanta falsa promesa. Piero Quispe es una nueva oportunidad. Le pega de zurda y de derecha, entiende el cambio de velocidad cuando pisa el área, le gusta el gol y sabe escuchar. “Y eso, aunque no creas, es lo más importante. Es un gran chico”, dice Tito, sin necesidad de autombo. Sus jugadores —pienso en Oreja Flores, pienso en Nelson Cabanillas— hablan por él.
Ahora, sin embargo, lo único que me interesa decir no es una reflexión sobre lo poco dados que somos a mirar nuestras inferiores, el terrible saldo de una pandemia que nos dejó sin torneos de menores, o la abundancia de empresarios que llenan de CV las oficinas de los dirigentes y así tapan el breve file de los sub 20. No. Para eso están los mejores periodistas. Lo único que quiero pedir, ahora que sabemos lo que juega Piero Quispe es precisamente eso. Que nunca más sea suplente. Que juegue todo, hasta el fulbito de mano, pero que juegue.
PD. A dos cuadras del Complejo Héctor Chumpitaz de Trapiche, en lo que queda de las chacras no invadidas por condominios y la zona industrial, un muchacho más hábil y avezado que Piero Quispe se entrena. Tiene 16 años. Le dicen Zurdo. Se llama Christian Vega Flores. La única forma de pararlo, me dicen quienes lo han visto jugar cada domingo, es pararlo a las patadas. Y sí, es de los nuestros.
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