Nos hizo creer otra cosa. Desde que en su segunda temporada en el Perú abandonó la delantera para iniciar un magisterio defensivo y táctico, Jorge Cazulo, “El Piqui” nos engañó con alevosía. Su, no pocas veces, solitaria tarea de sostener a su equipo anticipando las intenciones del rival o exponiendo el físico en el intento, fue premiada con la idolatría de los rimenses, pero también con la idea errónea de que tenía más corazón que juego, Cazulo el que planchaba con la cara, Cazulo el que atarantaba a los árbitros, Cazulo el líder temperamental. Nunca Cazulo el inteligente y mucho menos el talentoso.
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Su talante no era discreto. Fue frontal siempre. En el campo y fuera de él. Ante la pregunta de si reforzaría a la selección peruana, no se anduvo con rodeos “es un honor y estoy muy agradecido, pero soy uruguayo” dijo. La negativa le valió antipatías gruesas. No son pocos los que lo imaginaron eléctrico, de blanquirrojo, desbaratando el peligro que podía cernirse en nuestro campo. No pudo ser. Él quería vestir la camiseta celeste. La que honró “El negro jefe” en el Maracaná. No lo convocaron.
“Las verdades del área son rectas de dudosa geometría”, afirmaba con razón el poeta Luis García Montero. Cazulo, el otrora volante rocoso, ahora, cuando ya los años pesan, ha regresado al pastito que los seduce más. Ese que está cerca del arco contrario donde puede urdir o concretar jugadas de gol. A la vejez viruela sí, pero también rosas y varios gritos sagrados.
No es fácil reconvertirse después de dos décadas de arar la cancha con esfuerzo. Hay que tener los conceptos claros y atacar los espacios con sapiencia. Se necesita talento para eso, no es solo cuestión de criterio futbolístico sino también de capacidad. Por eso, sin ser el más técnico o el más veloz este Cazulo otoñal apela a su conocimiento del juego para destacar. Si siendo bajito supo ser defensa central ¿qué problema habría hoy en jugar de volante de avanzada? Total, empezó de delantero ¿no? Por lo pronto ha sido providencial en la recuperación de los cerveceros el último tiempo. Ante Cienciano colaboró con un cabezazo salvador y frente a Grau, de espaldas, dejó solo a Olivares con una sutileza impropia de un picapedrero auténtico.
A fines del año pasado algunos hinchas celestes murmuraban con rubor que su ciclo estaba cumplido. Su labor de villano pundoroso que los otros clubes hubiesen querido en su vestuario ya no era la misma. Ya no podía correrlos a todos con la misma intensidad. En ese contexto y urgido por sus propias limitaciones físicas regresó a las fuentes y desde su poco reconocida pero proverbial inteligencia ha sabido reinventarse. Mosquera ha colaborado en la misión. Cazulo brilla otra vez, pero ya no nos puede hacer creer otra cosa. Ya sabemos lo que puede hacer en una cancha.
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