En Brasil lo recuerdan como una efeméride. El 8 de abril de 1957, con frescos 16 años, Edson Arantes do Nascimento rubricó su primer contrato con el Santos Futebol Clube. ¿La paga? 6.000 cruzeiros mensuales, por entonces unos 12 dólares. Era menor de edad, por ello fue necesario que Dondinho y doña Celeste, sus padres, viajaran desde Baurú a Santos (400 km) para firmar. Hubo algunos tironeos. El adolescente había debutado siete meses antes y ya alternaba el centro del ataque con Del Vecchio, el 9 titular. Su descubridor y consejero, el gran Waldemar de Brito, y Dondinho no estaban conformes. Pelé ya cobraba 5.000 cruzeiros de manera informal, pero en tanto confirmaba sus excepcionales aptitudes, los dirigentes santistas se percataron -no sin temor- que el chico no tenía todavía un contrato legal y se apuraron a hacer los papeles.
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“Yo pensaba que con mi desempeño hasta ese momento podía esperar un aumento, pero el club no lo veía así-, narra el Atleta del Siglo en su libro Mi legado. -Señalaron que por lo joven y pequeño que era podía lesionarme fácilmente, en cuyo caso deberían pagarme mientras permaneciera en el club. Dijeron que había jugado poco tiempo, por lo cual debía sentirme más que conforme con un simple aumento a 6.000 cruzeiros. Igual, a mí no me importaba, sólo quería jugar al fútbol, y encima me pagaban para hacerlo”.
Waldemar, antigua gloria de Botafogo, São Paulo, Flamengo, Palmeiras, no estaba satisfecho ni con la suma ni con los argumentos. Pero para Dondinho seis eran mejor que cinco, y de todos modos eran mucho más que el sueldo de su hijo en la fábrica de zapatos de Baurú donde trabajaba hasta poco tiempo atrás. Además, razonaron ambos, a los 6.000 cruzeiros debían agregarse la casa y la comida que el Santos le proporcionaba en la pensión de Georgina, donde el club ubicaba a sus jugadores jóvenes. “Y siempre están los premios por partido ganado”, agregaron entre todos para terminar de convencerse de haber obrado bien.
Era otro mundo, sí. Sesenta y tres años atrás 12 dólares quizá era un buen ingreso para un muchacho de 16 años, pero no guardan relación con el millón de euros que le firmó el Barcelona a Ansu Fati en septiembre pasado, a la misma edad que Pelé. Además, todos veían en Santos que el morenito de Baurú sería una luminaria; la prueba era que con 15 años ya actuaba con cierta regularidad en Primera. Y destacaba.
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En breve, según indica la revista Forbes, Cristiano Ronaldo podría convertirse en el primer futbolista en llegar a los 1.000 millones de euros de ingresos, acumulados en sus 17 años como profesional. Tampoco tiene correlato con lo percibido por O Rei, ni con su dimensión de monstruo sagrado de este juego. Pelé fue un genio, el primer deportista global de la historia.
El fútbol actual supera en decenas de aspectos al de hace medio siglo, por obvias razones de la evolución de las cosas. Pero ha perdido por goleada en romanticismo, sencillez y naturalidad. Pelé era inmensamente feliz con sus 6.000 cruzeiros, y hasta se permitió decirle a Dondinho que fuera mirando casas en Baurú; juntando entre todos podrían comprar una, en cuotas, no muy lujosa, pero sería de ellos.
“Los futbolistas viven, desde hace demasiado tiempo, en su particular burbuja, formada por mansiones de lujo, coches de lujo, relojes de lujo, vacaciones de lujo... gracias a los sueldos de lujo que les pagan sus clubes”, escribe Lluis Mascaró, director adjunto del diario Sport, de Barcelona. Y continúa: “Muy lejos queda aquella época en que los jugadores de élite ‘parecían’ seres humanos. Con sus grandezas y sus miserias. Eran cercanos. Podías hablar con ellos. Incluso eran accesibles para los aficionados. Ahora resulta imposible tener una conversación con un crack si no es una entrevista pactada con su representante, su abogado, su asesor fiscal, su community manager... Los futbolistas se han alejado de la realidad. Posiblemente, por culpa de todos. Y son muy pocos los que todavía mantienen trato con los mortales”. Coincidimos.
Hacia 1959, Garrincha ya era campeón del mundo y una estrella internacional -había deslumbrado en Suecia-, sin embargo, cobraba un salario apenas superior al de un empleado bancario. Seguía viviendo en su humilde casa de Pau Grande, una bucólica localidad montañosa a 53 kilómetros de Río. No tenía auto. Viajaba diariamente a entrenar en Botafogo en un tren de cercanías que pasaba por Raiz da Serra (Pau Grande no tenía estación). Muchas veces, después de practicar, se iba con compañeros o amigos a tomar a algún bar y se le hacía la noche. La última formación a Petrópolis -su línea- salía 12 y media, pero no paraba en el minúsculo pueblo. La ventaja que la popularidad le confería a Mané era que, cuando se aproximaba a la comarca, él iba hasta el primer vagón, asomaba la cabeza afuera y le pegaba un chiflido al maquinista (ya se conocían); éste, magnánimo y contento, aflojaba la marcha y Garrincha se tiraba. Una vez abajo, saludaba con un brazo y caminaba unos tres kilómetros. El ferroviario aceleraba de nuevo, satisfecho. Le había dado una mano al sujeto que los diarios llamaban Alegría do Povo.
El 28 de noviembre de 1973, Independiente se coronó campeón intercontinental al vencer a Juventus, en Roma, por 1 a 0. El gol, una joyita de Ricardo Bochini, jovencito de 19 años, quien tras dos paredes con Bertoni se la cuchareó a Dino Zoff. Golazo. Revalorizado porque los once jugadores del equipo italiano eran internacionales, diez de ellos mundialistas. Le hicieron mil notas a Bochini, por radio y televisión. Volvió envuelto en un halo de héroe. Sin embargo, el club le dio un modesto premio a cada uno por ser campeones: 200 dólares. No sería lo más desmoralizante. Cuando se hizo la noche, exhausto, debió volver a su realidad: vivía en la pensión del club, debajo de una tribuna del estadio. “Era una pensión precaria, muy elemental, vivíamos un montón de chicos del Interior del país -dice el gran ídolo rojo-. Para colmo, esa noche hizo un calor infernal y teníamos un solo ventilador para todos. Tiramos los colchones en el piso y dormimos así. Al día siguiente lo comenté con Bertoni y me dijo <<Venite a vivir a mi casa, tenemos lugar, vas a comer y dormir bien>>. Y fui. Estuve casi dos años viviendo con los Bertoni, empecé a comer comida de casa. La madre cocinaba unas milanesas buenísimas”.
Al igual que Pelé, Diego Maradona había debutado con 15 años en Primera. Vivía en Villa Fiorito, un andurrial paupérrimo y lejano de la canchita de Argentinos Juniors. Al quinto partido ya tuvo una actuación deslumbrante ante San Lorenzo de Mar del Plata: dos goles fantásticos y dos tiros en los palos. Dentro de la humildad que vivía Argentinos en esa época, los directivos hicieron un esfuerzo, le alquilaron una casa -normal- en La Paternal, barrio donde está el club, y le dieron un auto para movilidad de la familia: un Ford Taunus usado, que para los Maradona semejaba un Rolls Royce. Con los goles de Diego, Argentinos entró a ganar seguido, y con los triunfos venían los premios. Empezaba a verse el progreso en la casa del Pelusa y él, en la gloria, dibujaba obras maestras en el poceado rectángulo de Juan Agustín García y Boyacá.
No ganaban millones, eran felices y verificables, no los ídolos etéreos del presente. El dinero en escalas tifonescas no había corrompido sus sueños.
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