La mañana del 31 de agosto de 2017, Carlos Cáceda despertó más temprano que de costumbre. La habitación aún estaba en silencio y sentía un nudo en el pecho, que apretaba su corazón con delicadeza. Suave y sutil. Por inercia, tomó su celular, la alarma seguía programada y la bandeja de entrada estaba por reventar. Pero él solo quería leer uno, el de su esposa Francesca: «Hoy es tu gran día. Te amo, ‘Chany’». Cerró los ojos y sonrió, porque hay mensajes que, en el alma, son más reconfortantes que un abrazo.
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Ese nudo no era de nervios. Tampoco de angustia. ‘Chany’ –como le dice su familia– se moría de ansias. Desde que Ricardo Gareca confirmó que taparía ante Bolivia, no pudo pensar en más que en el partido, sin saber que esa noche, la selección peruana lograría los primeros tres de los seis puntos que cambiaron el rumbo de las Eliminatorias y que ahora nos permiten celebrar un año más de la participación de la blanquirroja en el Mundial de Rusia 2018.
“Para mí, ese momento era lindo, lo quería disfrutar a plenitud, salir a la cancha de una vez y ya poder vivirlo, ser parte del partido, porque uno desde chiquito sueña con jugar en la selección y ese día lo iba a cumplir. Cuando, el ‘profe’ me dijo que iba a tapar, me sentí tranquilo, me moría de ganas porque llegue el día”, responde Cáceda 33 meses después de esa fecha doble de Eliminatorias.
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-Respetó el proceso-
Esta historia, especialmente para Carlos Cáceda, empezó una semana atrás, el 23 de agosto, día en que la Federación Peruana de Fútbol confirmó lo inminente: Pedro Gallese quedaría fuera de la fecha doble ante Bolivia y Ecuador, y su presencia frente a Argentina y Colombia tampoco era segura, debido a una fractura en una de sus manos.
Pero la elección no fue fácil y ‘Chany’ lamenta la malicia de las críticas. Por siete días, el grupo no solo luchó contra la lesión de Gallese y la presión de disputar las últimas fechas de Eliminatorias, también tuvo que superar a una opinión pública indolente y desconsiderada. Un sector pedía a Leao Butrón, en gran momento con Alianza Lima (ese año fue campeón nacional). Otro, a José Carvallo por su experiencia en altura (era arquero de UTC). Y el tercero, a Carlos Cáceda, quien en el proceso de Ricardo Gareca, fue el segundo portero.
“La última palabra la tenía (Ricardo) Gareca. Pero, me sentía preparado. En mi cabeza sabía que, si me tocaba, estaba listo y con muchas ganas. En ese momento, me ayudó tener charlas con el psicólogo Marcelo Márquez. Conversé bastante con él para estar enfocado en esos encuentros que eran decisivos”, recuerda el golero de Melgar de Arequipa.
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-Más cerca que nunca-
Se discutió mucho la elección de Ricardo Gareca, pero al argentino nunca le tembló la mano: fue Carlos Cáceda el elegido. Con uniforme azul y casaca blanca, el portero salió al campo detrás de Alberto Rodríguez, capitán ante las ausencias de Paolo Guerrero y Renato Tapia. Su mirada seria y la cabeza arriba demostraban templanza, pero el canto del estadio repleto le dio picazón bajo los ojos, en las mejillas. El césped vibraba y la acústica fue de recital de orquesta sinfónica. “Fue hermoso ver el estadio repleto de hinchas. Ese año, estaba en Universitario de Deportes y jugar en el Monumental lleno fue algo lindo, indescriptible. Eso me motivó más”.
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El espectacular marco, y los tres puntos en mesa –ganados ante Bolivia por el partido de primera ronda- que nos daban esperanza fueron combustible suficiente para que la selección asuma toda la responsabilidad y haga suyo el juego. Bajo los tres palos, ‘Chany’ veía el balón viajar de lado a lado. De Flores a Cueva, de Cueva a Carrillo, de Carrillo a Farfán y de Farfán a Flores. Solo faltaba el gol y por ratos la desesperación le ganaba. Pero se recomponía rápido, porque no podía dudar cuando le tocara aparecer.
Y como Perú no puede confiarse con nadie, empezando el segundo tiempo, Bolivia dio el primer aviso. Un tiro libre de Jhasmani Campos fue al palo y silenció a los miles de hinchas en Ate. “Me picó la pelota. Como jugaba en Universitario, conocía la cancha y sabía que en las noches cae un rocío, entonces la pelota siempre pica un poco más rápido. Adiviné el lugar, pero fue al palo”.
Tras el segundo de silencio, como un luto fugaz, el Monumental explotó. Si había que apoyar, el momento era este. Y el grupo respondió rápido: dos goles para sentenciarlo. Flores (55′) y Cueva (59′). Golazos. El Perú celebraba. Explotó la algarabía, pero Cáceda no se inmutó. Gritó, sí, pero se tranquilizó rápido. En su puesto, perder los papeles está prohibido.
Ni los ‘olé, olé’ de la hinchada cambiaron la perspectiva de Cáceda. “Mientras el árbitro no toque el silbatazo final, todo puede pasar. La hinchada juega su partido aparte, pero yo tenía claro que el encuentro continuaba y que iba a ser muy duro sobre el final”. Entonces, Bolivia despertó y salió a buscar lo imposible: el empate. Y esta vez la concentración no fue suficiente.
Cuando al partido le quedaban poco menos de 20 minutos (72′), Gilbert Álvarez forzó el ataque, llegó hasta el fondo, encontró a ‘Chany’ a medio camino y no lo perdonó. Sombrero y gol. “Como conté, sabía que a esa hora la pelota siempre picaba por el rocío que cae. Al ver que era una pelota larga, pensé que picaría y que me la iba a encontrar. Pero no sé qué pasó, el balón se quedó y me la sombrearon. Fue un error de cálculo”.
En ese momento, Carlos vio la mirada de sus compañeros y sintió los ojos fulminantes del público, pero sabía que no podía derrumbarse. Quedaba partido y caer, a esas alturas, era lo peor. Mantuvo la firmeza en sus ojos y la cara arriba con la que entró a la cancha. “Tras el gol, en mi mente no sentí que fuera un ‘blooper’, sentí que era un gol como todos. Capaz, sí fue un error de cálculo, pero no para las semejantes críticas que me llovieron después del partido”.
De pronto, con el árbitro ya con el silbato en los labios e inhalando aire para soltar el pitazo final, pasó un milagro. Se dio una jugada que, tal vez, marcó el destino de la selección. Fue el peso de la historia desviando un balón. Leonel Justiniano quedó solo en el área chica y, a Dios gracias, la mandó a las nubes.
“Estaba cerca. Si la tocaba despacito, entraba y era gol. Siempre que habló de esa jugada, digo que ‘ajustinié’ (risas) en ese momento. Pudo ser el empate”.
El partido acabó y aunque sabía que vendrían días difíciles por el gol de Bolivia que nos puso en la cuerda floja los últimos minutos, intentó disfrutar del triunfo, de la fiesta en el camerino y los abrazos de sus hijos. “Traté de estar feliz por lo que viví esa noche, por el triunfo, y disfrutar esa alegría con mi familia”. Lo complicado vendría después. Pero ‘Chany’ salió bien parado.
-Confianza indestructible-
Cinco días separaban el partido ante Bolivia con el encuentro frente a Ecuador en Quito. Pero, a Cáceda el tiempo se le detuvo. Las críticas alargaron las horas y tuvo que alejarse de las noticias por salud propia. “Hubo demasiadas críticas, demasiadas. Yo jugaba en la ‘U’ y cuando uno está en un equipo grande, las críticas siempre van a estar, estaba acostumbrado, pero nunca lo había vivido con la magnitud de la selección peruana. Traté de no ver tantos comentarios, porque eso siempre te afecta”.
Con las opiniones en contra y la presión mediática para que no sea arquero ante Ecuador, Carlos encontró la paz en su familia, en Francesca, su esposa y compañera. Pero, sobre todo, en Ricardo Gareca, quien respetó su decisión y le dio la confianza.
“Uno o dos días después de enfrentar a Bolivia, tuvimos una charla (con Gareca). Hablamos del partido, del gol. Me dijo que esté tranquilo, que ya íbamos a ver cómo pasaban los días. Me dio tranquilidad. Yo me sentía feliz por todo lo que estaba viviendo”.
Esa fecha, Chile había perdido 0-3 contra Paraguay, Uruguay igualó sin goles con Argentina, y en otro partido mágico, Venezuela y Colombia empataron 0-0. Estas coincidencias, el resultado en Lima y los tres puntos en mesa nos llevaron a Quito con una oportunidad única de soñar con una clasificación. Todo dependía de nosotros, del equipo, y por decisión del ‘Tigre’ Gareca', otra vez de Carlos Cáceda.
-Hicimos historia-
Enfrentar a Ecuador en Quito era una prueba más complicada. La historia decía que la selección nunca había ganado en dicha ciudad, y el presente era tan brutal con la ‘Tricolor’ (cinco derrotas consecutivas previo a este partido) que solo un triunfo de local lo volvía a meter en la pelea. La altura, siempre traicionera con quienes la visitan, era el otro gran problema. Pero una vez que sonó el pitazo inicial, nada importó.
“Al equipo lo vi bien desde que empezó. Presión no sentí. Sentí ganas de jugar, y de terminar ya ese partido. Obviamente, sabíamos qué clase de encuentro íbamos a jugar, lo que representaba ese duelo, lo que representaba ganar y llevarnos tres puntos a Lima. Entonces, el equipo estuvo mentalizado antes, durante y después, sabiendo que el partido iba a ser clave para lo que todos queríamos”.
Pero, desde el arranque, Carlos Cáceda sintió los golpes de los fornidos delanteros ecuatorianos, que intentron con centros al área y con remates de larga distancia. “Al inicio nos atacaron más o menos, pero sin mucho peligro. Sabía que íbamos a jugar en altura, y siempre te llegan más. Entonces, el arquero tiene que mostrar seguridad para que los compañeros se sientan bien y puedan hacer su trabajo. Traté de hacer mi parte de la mejor manera y los compañeros también jugaron un excelente partido”.
Tal como ante Bolivia, el primer tiempo tuvo mucho juego de ambos lados, con momentos para Perú y ocasiones para Ecuador. Pero los goles recién llegaron en el complemento, gracias a dos milagrosos disparos de Edison Flores (73′) y Paolo Hurtado (76′). Carlos, como en el partido en Lima, quiso guardar la compostura. Pero esta vez fue imposible.
“En el primer gol, traté de mantener la calma, la serenidad. Por dentro, quise gritar y correr toda la cancha. Pero intenté mantener la tranquilidad porque faltaba mucho del partido y cualquier cosa podía pasar. Pero cuando fue el segundo gol, ya no pude aguantar, tenía que festejar, corrí con mis compañeros, con los defensas, y lo grité con todos, los abrace. Porque era un gol muy importante, que me daba un poco más de tranquilidad para manejar el partido y tener la pelota”.
“Lamentablemente, pasó lo del penal y la expulsión de Christian Ramos”, recuerda ‘Chany’ sobre una de las últimas jugadas que provocó la segunda amarilla para el defensa peruano y el gol del conjunto local. “Fue un momento muy complicado. Tenía la confianza de que la cruzaba, porque era casi el final. Pero la colocó y anotó. Luego todo fue tensión”.
Con el 2-1, Cáceda recuerda que vivió 10 minutos y algo más de extrema exigencia. Todo estaba en sus manos y sacó carácter y presencia para mantener el resultado que nos devolvía la ilusión. “Fueron minutos de mucha concentración, estar atento a cada balón. No nos podían empatar. Por más que tengamos un jugador menos, teníamos esa fuerza, la valentía y el carácter necesario para llevarnos el triunfo como sea”.
Entonces, cuando las ‘papas quemaron’, se hizo gigante. Recuerda con gracia esa amarilla que se ganó por paralizar el juego, y también recuerda con orgullo su solvencia para detener los balones largos con los que los ecuatorianos buscaban a sus delanteros.
“Eran centros muy fuertes, que caen entre el defensa y el arquero, y son muy dudosos. Pero, me sentí seguro, con la confianza de siempre. La traté de asegurar, de hacer tiempo. Me sacaron la amarilla, pero fueron minutos muy importantes y valiosos para llevarnos los tres puntos a casa y lograr esa victoria. Ahora, todo eso es parte de nuestra historia”.
Sonó el pitazo final y con eso no solo se acabó el partido. Fue un sonido agudo que representaba un sinfín de alegrías. Para la selección, su primera fecha doble de seis puntos en cancha, la ilusión de volver al Mundial y la espina por fin sacada de nunca haber ganado en Quito. Pero, para ‘Chany’, fue el cierre más hermoso a una semana difícil para él y su familia. De las críticas pasó al aplauso, y se ganó –con justa razón– el ser considerado entre los mejores del partido.
Entonces, Carlos se arrodilló y solo atinó a llorar. Pero no de bronca ni de revancha. Sus lágrimas fueron de emoción. “Pensé en mi familia, en mis hijos, en mi esposa. Ella, Francesca, siempre entra a las redes y a nadie le gusta que a una persona que quieres le lluevan críticas y mensajes de esa categoría”.
“Lloré, pero me sentía feliz. Era un partido sumamente importante. Fue un pitazo final hermoso. Durante todo el partido intenté estar concentrado, pero después me solté, por la alegría, porque uno desde chico siempre sueña con jugar en la selección y lograr estas cosas. ¿Cómo no llorar si ese triunfo era clave para conseguir lo que queríamos: ir al Mundial?”.
-Lo que vino después-
Desde el 23 de agosto, que se confirmó la ausencia de Pedro Gallese, al 31, que Perú le ganó en Lima a Bolivia, y luego al 5 de setiembre, que hicimos historia en Quito. El tiempo ahora parece corto. Pero en 2017, cada día de ese periodo fue una eternidad. Sobre todo, fue una prueba, de la que Carlos Cáceda salió airoso. Lo siguiente que recuerda fue entrar al camerino corriendo para preguntar por los otros resultados.
“Después de ganar en Quito, teníamos la confianza de ir al Mundial, pero aún faltaba. Tocaba ir paso a paso. Cuando llegué al vestuario, pregunté los otros resultados y en qué posición estaba la selección. No podía creer la respuesta. Todo jugó a nuestro favor”. Esa fecha, Chile cayó en su visita a Bolivia, Colombia empató con Brasil, Argentina igual con Venezuela, y Paraguay perdió de local ante Uruguay. El producto de eso: Perú cuarto. Perú dependía solo de Perú.
“El vestuario esa noche fue una fiesta, todos estaban felices. Pero con los pies sobre la tierra por todo lo que faltaba (visitar a Argentina y recibir a Colombia). Todos me abrazaban, sabían que la semana fue difícil para mí. Yo siempre tengo presente que, en los buenos momentos, uno nunca debe agrandarse. Y cuando te va mal, hay que saber escuchar las críticas, pero las constructivas, las que te corrigen, porque uno jamás deja de aprender”.
Entonces, como en la mañana del 31 de agosto de 2017, Carlos Cáceda revisó su celular dentro del vestuario. La bandeja estaba por reventar. Eran mensajes de felicitaciones. Pero a él solo le importaba uno: el de Francesca. Buscó su rostro y ahí estaba: «Eres el mejor. Te amo, ‘Chany’». Y el nudo en el pecho poco a poco se fue diluyendo. Suave y sutil. “Ella siempre está conmigo, en las buenas y en las malas”.
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