Álvaro Correa

Los seres humanos hemos desarrollado una mayor capacidad intelectual a lo largo de los siglos y, de manera acelerada, en las últimas décadas. La explicación estaría íntimamente relacionada con dos factores: una nutrición adecuada y una buena estimulación temprana. En un reciente artículo de The Economist se hace referencia a un estudio sobre la evolución del IQ en 72 países a lo largo de siete décadas. Lo que se lee es revelador.

El IQ ha mejorado en la gran mayoría de los países de la muestra. Sin embargo, la brecha entre los países más avanzados económica y socialmente y aquellos de ingresos medios y bajos —entre los cuales está el Perú— se está ampliando. Aunque algunos factores pueden distorsionar la medición del IQ debido a diferencias culturales, la conclusión no cambia. Si todos venimos del mismo ancestro, ¿qué ha ocurrido para que hoy, por ejemplo, el IQ promedio de Japón sea 106 y el de Etiopía 68? La respuesta parece ser: mejor nutrición y mayor estimulación, de forma constante y prolongada.

Las naciones con mayor IQ promedio priorizan la alimentación, la educación y la salud, lo cual mejora la capacidad intelectual y ello genera prosperidad. Otras, en cambio, sufren un proceso inverso. Según el estudio, el IQ de Perú bordea los 81 puntos y los índices de inseguridad alimentaria en el país son alarmantes: el Índice Global del Hambre 2024 reporta que diez regiones, lideradas por Apurímac, Huancavelica, Ayacucho, Loreto y Huánuco, enfrentan hambre grave, una tendencia que va en aumento desde 2022. Es decir, en vez de encaminarnos a acortar la brecha de IQ, parece que vamos en la dirección opuesta.

Una verdadera política de Estado orientada hacia una mejor ingesta de proteínas y micronutrientes, a través de alimentos o suplementos, es impostergable. El Estado debe también capacitar en estimulación temprana a padres y madres, o quienes cumplan ese rol en la familia. En este sentido, los gobiernos regionales y locales pueden hacer mucho, pues están más cerca de las poblaciones vulnerables. La coordinación entre ministerios y gobiernos subnacionales se hace imperativa.

Desde el sector privado podemos contribuir a atender esta situación. Algunas empresas de alimentos ya aportan al incluir productos con refuerzos nutricionales en su portafolio. Una acción transversal sería que las empresas del sector privado formal, que emplean a casi 4 millones de personas, nos enfocáramos en difundir mejores prácticas alimenticias y de estimulación temprana entre nuestros trabajadores, como parte de los programas de capacitación. Sus hijos y, probablemente, los demás niños de su entorno podrían desarrollar mejores capacidades intelectuales y de socialización. El sector público, que emplea a más de un millón de personas, podría hacer lo propio.

Poner todos los esfuerzos en una mejor nutrición y estimulación temprana para cerrar la brecha de coeficiente intelectual de la población es crucial para que nuestras futuras generaciones sean más productivas, tengan mayores oportunidades y podamos acortar distancias con las naciones más avanzadas. No hay tiempo que perder.

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