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Rosalía y su orquesta
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Rosalía y su orquesta

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En la música del siglo XVIII se hizo común un conjunto de rasgos musicales que se conocieron como “tempesta”, por su vocablo en italiano. Un grupo de características sonoras que se empleaban para representar en la ópera las escenas de las tempestades marinas y, por extensión, los pasajes de angustia pasional y desorden emocional. Este tópico empleaba las tonalidades menores, los ritmos agitados, escritura arpegiada y figuraciones duras para los instrumentos de cuerda con una marcada ausencia de melodía. En medio del fragor de la tormenta, no había lugar para lirismos y los recursos sonoros de un estilo llamado “concitato” reflejaba las ventiscas, los grandes oleajes, pero también los grandes tormentos interiores.

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En el reciente éxito “Berghain” de la cantante catalana Rosalía, se observa una refrescante actualización de este tópico, reforzada por una narrativa visual que juega con las angustias modernas. En un pequeño apartamento, una joven descorre las cortinas y la luz que se cuela por las estrechas ventanas es la señal de inicio de una música de “tempesta”. Escondida en las tinieblas se agazapan una orquesta sinfónica completa y un coro de voces mixtas, todos vestidos de negro, que empiezan a cantar una progresión desesperantemente obsesiva y agresiva. Los músicos, apiñados a su alrededor mientras ella realiza las tareas cotidianas como tomar café, lavar y tender la cama, no parecen incómodos, pero sí generan incomodidad. ¿Cuántas veces las angustias, las ansiedades y los problemas han copado nuestra concentración pero nos hemos visto obligados a realizar las pequeñas tareas cotidianas de la existencia intentando no escuchar ese infernal ruido mental que tiende a paralizarnos y que convive con nosotros en nuestros espacios más íntimos? Como si en lugar de violines, chelos y flautas, son nuestros terrores y dificultades los que nos meten los codos entre las costillas mientras esperamos que caliente la plancha o cuando tendemos la cama. Esos mismos problemas nos acompañan marchando a nuestro ritmo cuando caminamos por la calle e intentamos llevar una vida normal, a pesar de los pesos que cargamos sobre las espaldas.

La escena del bus y la del pasillo son particularmente significativas. Una orquesta sinfónica necesita un escenario amplio y bien iluminado donde poder desplegarse con comodidad para poder interpretar adecuadamente su repertorio y su rango de visión se dirige a un punto focal donde se halla el director. Pero en el bus donde se camufla detrás de sus lentes oscuros, o en el estrecho y asfixiante pasillo por el que camina, el trombón debe eludir a los timbales, el bombo debe calcular el vuelo de la baqueta para poder tocar sin darle un golpe a alguien, los cornos franceses permanecen de pie con el instrumento levantado en una posición incómoda y ella se ve obligada a avanzar en medio de una multitud que al parecer no se va a ir y por lo tanto debe rozarla y soportarla. Los instrumentistas carecen de punto focal, no hay guía, los arcos de los violines parecen alfileteros caóticos, pero a pesar del desorden, están allí para recordarle que son fieles retratos de su tormento. Otro efecto tiene el coro, que interviene como una antigua cantata barroca y repite obsesivamente un estribillo en alemán, cuya escritura silábica, rítmica, rígida, remite a un lenguaje orffiano que también se ha transformado en otro tópico cinematográfico que retrata la tensión, la ansiedad o la desgracia. Estos gestos musicales ilustran muy bien esa “confusión mental”, ese estado de “perderse en el mundo interior” que la misma Rosalía le ha asignado como significado al título de su ya famosa canción.

Sepa más:

Nacida en Arequipa, Zoila Vega Salvatierra es escritora, profesora en la maestría de musicología de la PUCP y catedrática de investigación musical de la Universidad San Agustín de Arequipa.

 

Su más reciente novela, “Cantan al hablar” (Seix Barral), narra un siglo de historia cultural arequipeña teniendo a antiguos pianos de cola como narradores.