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Una frase recorre Lima como un fantasma de la cortesía. Es una pregunta y también una orden que se oye en las ventanillas de los bancos, en las oficinas, en los módulos de atención de las clínicas y hospitales. Lo primero que a uno le preguntan después de sentarse frente a un funcionario es una fórmula garantizada. ¿Me brinda su ? Es la frase que más he escuchado en estos días de los trámites que he hecho por razones de salud. Me parece que la frase es un indicador de la amabilidad y el protocolo que tenemos los limeños o los peruanos, en un momento de intercambio administrativo. “Brindar” indica a la vez cortesía y elegancia, por encima de otras frases más duras: “Deme su DNI”, “su DNI por favor”, “dígame cuál es su DNI”. El origen de la palabra “brindar” es la frase en alemán “bring dir’s”, es decir “yo te lo ofrezco”. Con el tiempo se usaría para nombrar el acto de levantar copas en común para enfatizar esa misma camaradería. Esa costumbre de alzar las copas en nombre de algún evento o persona, se remonta a la antigua Roma. Se ofrecían bebidas a dioses y amigos. En el ritual, uno no solo chocaba las copas sino que con frecuencia intercambiaba los contenidos para mostrar que no estaba envenenado. Mostrar que no querían matarse era un modo de mostrar que se querían, o al menos que se toleraban en apariencia.

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“Brindar” es ofrecer, donar, mostrar afecto. Ese es el cortés sentimiento que nos pide la señorita o el señorito detrás de cualquier ventanilla. En vez de chocar las copas, intercambiamos un documento.

En una ciudad caótica, desenfrenada, marcada por la violencia de la pobreza, de los sicarios y del tráfico, uno piensa que hay ciertas costumbres de la amabilidad que subsisten. Cuando salgo a la calle, con frecuencia me topo con funcionarios municipales o con policías. Cuando intercambiamos miradas, escucho los “buenos días” o “buenas tardes” de muchos de ellos. Estos protocolos de la amabilidad están inscritos en nuestra historia. No son impostados. Tienen que ver con el cuidado de las formas en una sociedad ritual. Hace poco, en una visita a los Estados Unidos, escuché una conversación de unos turistas que habían estado aquí. Todos mencionaban la vocación por la amabilidad de los limeños y de los peruanos. Uno de ellos dijo que le parecía una cualidad hipnótica.

En ocasiones he visto que algún político, antes de ir a una prisión preventiva, se daba los buenos días con los guardias mientras le ponían los grilletes. Si hubiera pena de muerte en el Perú es posible que los soldados del pelotón le dieran los buenos días al reo antes de dispararle. Y a lo mejor le preguntarían también si les brinda su DNI.

La otra frase que recorre los paisajes de la cortesía limeña es una pregunta que no quiere ser una orden sino un pedido: “¿Me permite?” Si necesitamos ayuda de cualquier tipo, nos piden permiso para ayudarnos, no faltaba más. La amabilidad no es un disfraz sino un impulso verdadero. En un universo de frases corteses, seguimos inmersos en la violencia. Nos damos los buenos días y las buenas tardes en una ciudad trastornada por los homicidios, la incompetencia de los funcionarios y las promesas de algunos políticos. El ácido y la miel entreverados.