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Juan Gabriel Vásquez: “Ella decía que en un país machista, había que hacerse la loca”
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Por décadas, el personaje de la escultora colombiana Feliza Bursztyn sedujo su imaginación. Una obsesión nacida a partir de una frase de García Márquez, leída en la necrológica que el Nobel escribió sobre su amiga, de quien dijo: “Feliza murió de pena”. Una frase que podría diluirse entre tantas otras brillantes frases del autor de “La Hojarasca”. Sin embargo, sería para el escritor Juan Gabriel Vásquez una semilla que fructificó en su libro “Los nombres de Feliza”. Entendió que “morir de tristeza” no era un diagnóstico médico. De hecho, un infarto al miocardio fue la causa según el parte del hospital. Se trataba de la conclusión de un novelista que interpreta a otra persona luego de muchos años de amistad. Y Vásquez, participante del Hay Festival que hoy concluye en Arequipa, empezó a indagar en ella.
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Feliza Bursztyn muere el 8 de enero de 1982 en París, con solo 48 años. Justamente cenando con García Márquez…
Solo esa escena te captura la imaginación. Ella muere frente a García Márquez, rodeada de otros amigos. A uno de esos lo conocía, el periodista Enrique Santos. Y eso se quedó ahí. Con el tiempo, me fueron llegando informaciones. Una de ellas, por ejemplo, era su fama de extroversión y alegría.
En efecto, en sus entrevistas se advierte una vitalidad impresionante, y un gran humor de la escultora
¡Los poetas escribieron sonetos sobre su carcajada! García Márquez escribió sobre su risa. Ahí se planteaba un contraste que a mí me captura como novelista. Una mujer famosa por su risa que muere de tristeza. ¿Por qué? Allí había una novela.
¿Se puede encontrar coherencia en la biografía de una artista? ¿Cómo asumes esta dificultad?
Todas biografía es un ejercicio de selección creativo. Pero entre una biografía y una novela, la gran diferencia es que en una novela impones una coherencia a la vida. Estás dando una interpretación, estás leyéndola su vida en mis términos. Yo he encontrado una forma y es la que le he dado. Otro libro le daría otra forma seguramente. Pero la construcción de la novela, sus opciones arquitectónicas, son decisiones muy conscientes para hacer un tipo de figura con la vida de Feliza. No es exhaustiva como una biografía debe ser, no es completo ni objetivo. Es mi recreación, mi interpretación del mundo moral, emocional, psicológico de una mujer que no conocí. Ahí está el acto imaginativo. Me ha sorprendido algunos comentaristas colombianos que cuestionan que esto sea una novela. Simplemente no lo entiendo. Un libro sobre una mujer que lleva muerta 40 años, que dice “Feliza pensó”, “Feliza sintió”, es un acto de imaginación que solo puede pertenecer a una novela. Creo que el trabajo de la ficción es también tomar un pedazo de una vida ajena y darle una forma determinada, la que uno quiere. La imposición de una forma sobre esa vida. En eso se parece mucho a la escultura.
Siento que el plano de Feliza en París se combina con tu propio plano en París. El plano de la soledad de Feliza con tu propia soledad. Hay coincidencias permanentes que tú buscas, son los rastros de tu personaje.
Eso pasó, el personaje mudó de naturaleza para mí a medida que iba encontrando pequeñas rutas de comunicación entre mi vida y la suya, guardadas todas las distancias: del tiempo, del momento político, de nuestras circunstancias particulares. Había formas de habitar el personaje a partir de mi propia experiencia. Me sucedió algo con esta novela que nunca me había sucedido con otras: la convicción absolutamente arbitraria y absurda de que yo tenía que llegar a la edad que ella tenía cuando murió para escribir este libro. No lo podía hacer antes. Sentía que había cosas en común entre nuestras experiencias, y que escribir esta novela antes de tiempo me podía birlar algunas. Cuando cumplí los 48 años que ella tenía cuando murió, empecé a buscar a sus familiares. Allí empecé a buscar a Pablo, su esposo y estuve durante 2 años hablando con él.
Eres un autor de cábala…
(Ríe) A los 48 empecé a hacer entrevistas, y a los 50 empecé la novela que publico ahora, dos años después. La razón de eso fue esa intuición. Había paralelos extraños entre nuestras experiencias. La llegada a París a la misma edad y con una intención similar, con las mismas inseguridades. Sentía que tenía que darle tiempo a mi experiencia de enriquecer mi relación con el personaje de Feliza.
Hemos hablado de las coincidencias, ahora quiero hablar de las diferencias. ¿Cuánto espacio han perdido los artistas contemporáneos hoy, frente a la obra personal de los artistas de la generación de Bursztyn?
Es verdad. Uno de los de los combustibles que tuvo la novela en el proceso de la escritura fue el darme cuenta de que también podía explorar un momento de una eclosión artística absolutamente inédito.
Hoy nadie habla de Martha Traba, por ejemplo.
Así es. Y hay gente que dice que eso está bien, porque la detestaban. Queda muy mal en las cartas del boom, por ejemplo. Feliza la adoraba. Me dí cuenta de la coincidencia extrañísima en muy pocos años de figuras que hoy dan forma a la cultura colombiana Cuando Feliza empezó a hacer sus esculturas, García Márquez estaba publicando sus primeras novelas, Álvaro Mutis estaba publicando poesía importante, Fernando Botero estaba pintando sus primeros óleos. Hay un momento de una efervescencia cultural en Colombia. Marta Traba, la pintura de Débora Arango, absolutamente subversiva, una mujer de la sociedad colombiana más conservadora que pintaba desnudos con toda libertad. Todo eso en una larga década. Era radicalmente distinto lo que pasaba entonces a lo que pasa ahora. En términos de los caminos que ha tomado cierta escultura contemporánea, hay una enorme diferencia entre lo que hacía Feliza, terriblemente controvertido, pero que nunca dejó de tener sustancia y verdad. Muchas cosas que pasan ahora me parecen inmensas tomaduras de pelo.
¿Hay una metáfora en la idea de soldar metal y latas de Nescafé? ¿Qué había detrás de su búsqueda en la chatarra y los materiales de desecho?
En ella se da la feliz coincidencia de la necesidad con la imaginación. Ella comienza a trabajar con esa chatarra porque no tiene dinero para otros materiales. Su primera exposición de aguadas la hace con cartulinas de desecho porque no tiene dinero para comprar papel fino italiano y témperas de última generación. Hay una reivindicación del arte povera italiano, de la de la idea de tomar algo que significa una cosa y resignificarlo. Rescatarlo de una primera existencia, de un rol utilitario dentro de un mundo de consumismo y darle una segunda existencia como obra de arte, como objeto que no sirve para nada, que es bellísimo. Cuando ella, después de estudiar con Ossip Zadkine en París vuelve a Colombia. Pasa unos meses, luego regresa al taller del maestro y le dice: “Mi problema es que en Colombia no hay fundiciones para trabajar el bronce, no hay canteras para sacar el mármol. Entonces Zadkine le dice: “Cámbiese de país”. Ella decide no cambiarse de país, sino volver a Colombia a trabajar con lo que había, una inmensa cantidad de chatarra. Llevada por circunstancias vitales y materiales, trasforma sus carencias en oportunidades. Eso me parece fascinante.
Me gusta la imagen de una escultora, aparentemente frágil físicamente, es capaz de construir una obra de metal de 7 metros de alto. ¿Cuánto también hay en tu obsesión por el personaje esta dualidad entre delicadeza y fuerza?
Me impresionó siempre, durante mi vida con el fantasma de Feliza, su constante rebelión contra todas las camisas de fuerza que le echaba encima la sociedad colombiana. Es una mujer que tiene que enfrentarse masculino y machista, que no la tomaba en serio por el hecho de ser mujer.
Había la tendencia de considerarla “media loca”, exótica, por decir...
Y es muy interesante que ella haya notado eso y lo haya aprovechado en su beneficio. Acuñó una frase con la cual se han hecho hasta camisetas en Colombia, cuando una periodista le preguntó cómo ser mujer y sobrevivir en Colombia. Ella respondió: “En un país machista, hágase la loca”. Es la solución: fingirse más excéntrica aún de lo que era. Es un salvoconducto, permite que la gente te deje en paz y poder hacer tu trabajo.Su lucha por de definirse como mujer, como artista, era parte del personaje. Ella también se definió como judía y burguesa en sus propios términos. Como mujer de izquierda, viniendo de una familia acomodada, no gozó de los privilegios que pudo tener.
Leí una frase suya en una entrevista a propósito del conflicto árabe israelí en los años sesenta: “Me cuesta mucho tomar una posición porque soy judía y a la vez estou en contra de la guerra”. Una frase que podría repetir hoy.
Sí, sí. Feliza era una mujer que asumía con mucha naturalidad sus contradicciones. Fue mujer, madre, amante, judía, burguesa y de izquierdas en sus propios términos. En los años 70 se declaró simpatizante de la revolución cubana, pero contraria a la violencia revolucionaria. Nunca aprobó la violencia guerrillera en Colombia. Tenía amigos conservadores, el presidente Betancourt antes de ser presidente lanzó su primera campaña en su casa. ¡En la casa de una mujer que al mismo tiempo tenía contactos con el M-19, la guerrilla marxista urbana! Feliza era poliédrica, multilingüe en el sentido de saber hablar a los sectores de izquierda y de derecha.
¿Finalmente, luego de la escritura, encontraste la razón de la pena de Feliza?
Sí. Pero sin querer “hacerte el quite por chicuelinas”, solo las puedo explicar con esta novela, con el acumulado de sus 275 páginas.












