“Difundió la importancia de la conciencia histórica en la formación ciudadana”


José de la Puente Brunke (Historiador. Presidente de la Academia Nacional de la Historia)

Muchos recuerdos, tanto personales como académicos, se me agolpan al ponderar lo que significó la figura de Héctor López Martínez. Desde que tengo uso de razón lo recuerdo como uno de los más afectuosos y leales discípulos de mi padre, José Agustín de la Puente Candamo. Más de una vez me comentó que se sentía orgulloso de ser el último sobreviviente del grupo de sus alumnos de la “primera hora”, integrado -entre otros- por José Antonio del Busto, Carlos Deustua Pimentel, César Pacheco Vélez y Armando Nieto Vélez. Héctor está presente en mis recuerdos de infancia, sobre todo en torno a 1971, cuando colaboró con mi padre en la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú.

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Héctor era un amante del Perú, y lo sirvió desde varios frentes: el académico, con sus investigaciones históricas en torno a diversas épocas de nuestro pasado, como el tiempo de la conquista, y sobre todo el siglo XIX; el político, a través de los cargos públicos que ejerció, en los dos periodos presidenciales de Fernando Belaunde; el periodístico, con las varias décadas de trabajo en El Comercio, donde fue muy apreciado como consejero, al igual que como autor de numerosísimas piezas periodísticas en las que buscaba, sobre todo, difundir la importancia de la conciencia histórica en la formación ciudadana. Cómo no recordar, además, el crucial servicio que hizo a este Diario, cuando aceptó asumir su dirección en las postrimerías del gobierno del general Morales Bermúdez, con el fin de garantizar un tranquilo retorno del periódico a sus legítimos propietarios.

Como historiador, combinó el rigor de la investigación con su capacidad para escribir textos con vocación divulgativa. Sus proyectos referidos a la historia de El Comercio -de la cual era, sin duda, el mayor conocedor- nos muestran cómo la andadura de este Diario es un “mirador” muy interesante para mejor comprender el Perú de los siglos XIX y XX.

Héctor era muy generoso con sus colegas, ofreciendo información y fuentes a quien se lo pidiera. Esa generosidad también se manifestó cuando, hace pocos años, decidió donar su biblioteca al Instituto Riva-Agüero, con el cual estuvo estrechamente ligado desde sus tiempos de estudiante. Recuerdo bien lo contento que estuvo cuando organizamos en el Instituto, en 2012, un congreso para conmemorar los cien años del viaje de José de la Riva-Agüero al sur del Perú, que dio origen a su célebre libro Paisajes Peruanos. Participó con una brillante ponencia en la que destacó la importancia de su lectura para entender nuestro país.

Gran conversador, siempre recordaba a ilustres personajes con los que había trabajado, y a los que admiraba, como Víctor Andrés Belaunde, Aurelio Miró Quesada Sosa, José María de la Jara, Fernando Belaunde Terry o Francisco Miró Quesada Cantuarias. Pierolista convencido, me contaba de sus conversaciones en torno al Califa con Rafael Belaunde Diez Canseco, en los altos de “La Bonbonniere” -donde vivía don Rafael-, o de sus largas charlas con su hijo y fraterno amigo Francisco Belaunde Terry.

La última conversación que tuve con Héctor fue hace aproximadamente tres semanas, cuando acababa de cumplir unos lucidísimos 90 años. No puedo ocultar que el diálogo giró en torno a su pesar por la deriva política de nuestro país. Sin embargo, con sus investigaciones históricas, él mismo nos mostró cómo el Perú, en crisis pasadas, supo sobreponerse a la adversidad; de modo que el ejemplo de su vida y de su obra, y su legado peruanista, nos ayudarán a otear en el horizonte tiempos mejores.

“Juntaba el rigor del dato con la pluma amena”

Jorge Wiesse (profesor y académico)

Hombre de instituciones, Héctor López fue miembro de varias. Lo conocí en una de ellas, el Instituto Riva-Agüero, en su época escuela de altos estudios de su alma mater, la Pontificia Universidad Católica del Perú. Don Héctor perteneció a una notable promoción de historiadores formados bajo la mirada generosa y estimulante del Dr. José Agustín de la Puente, en la época en que Víctor Andrés Belaunde dirigió el Instituto Riva-Agüero. Fue también secretario general de este, como lo fueron otros destacados hombres de letras y diplomáticos.

Héctor López juntaba el rigor del dato con la pluma amena, como todos los lectores de su columna «Sucedió hace un siglo» podemos certificar. Lo noté en 2012, cuando se conmemoraron cien años del viaje que realizó don José de la Riva-Agüero por el Perú profundo. Gracias al entusiasmo de José de la Puente Brunke, entonces director el Instituto Riva-Agüero, pudimos organizar un congreso internacional sobre el libro señero de Riva-Agüero, Paisajes peruanos. Entre otras figuras destacadas, participaron en él José Agustín de la Puente, Margarita Guerra y Alberto Benavides de la Quintana.

Don Héctor escribió una magnífica ponencia sobre el viaje de Riva-Agüero: relató su partida del Callao en el vapor Orita, el 15 de abril de 1912, día del hundimiento del Titanic; la llegada a Mollendo; el paso por Arequipa; el viaje a Puno y Bolivia, el regreso al Perú. López volvió patente un dato fundamental para la comprensión de Paisajes…: el viaje y el texto no coinciden. El texto no solo es el registro de una ruta: es una interpretación del Perú. Seguramente de todo ello íbamos a conversar convocados por José de la Puente, a raíz de la reciente edición conmemorativa de Paisajes peruanos (Lima, Instituto Riva-Agüero, 2024). Lo dejaremos para más tarde, don Héctor.

“Ejemplar biógrafo de la historia de El Comercio”

Juan Paredes Castro (periodista y escritor)

A quien ha sido testigo de tantos testigos de la historia del Perú y del mundo y por supuesto testigo directo él también de su realidad y su tiempo, como Héctor López Martínez, el destino de pronto le privó, sin aviso previo, de ser testigo de su partida.

Pero ahí está el propio periodismo que no pierde sus esencias para tomarle de inmediato la posta, expresarle su sentido adiós y asumir su legado, como lo ha hecho el jueves último El Comercio con una fotografía en portada de Leslie Searles, que evoca su mirada chispiante y sonrisa insinuante de siempre y con una bien centrada crónica interior de Carlos Batalla, Angel Navarro y Dante Piaggio, que sintetiza su vida, obra y trayectoria intelectual. Todos ellos jóvenes testigos, como lo fui yo alguna vez y tantos más en El Comercio, testigos del testigo mayor de la historia de cada día que solía firmar frecuentemente con las iniciales H.L.M.

Como biógrafo por excelencia de la Historia y de El Comercio, Héctor López Martínez nos ofrece en libros, crónicas y documentos no solo el registro veraz y justo de qué está hecho el Perú. Nos ofrece algo más como fruto del pensador y filósofo: el cuerpo vivo de los acontecimientos que nutrieron y definieron la identidad del país.

Supo sabia y serenamente dotar de biografía al tiempo histórico, dotar de personalidad a la historia misma y dotar de identidad, conciencia y sentido propio al devenir histórico de cada día. Por eso mismo lo recordaré siempre con nostalgia como ejemplar biógrafo de la historia en mis cuarenta años de trabajo compartido con él en El Comercio.

No era la suma de datos ni la mera reconstrucción de hechos -tan de moda en tiempos del internet- lo que se aprendía con H. L. M., sino la búsqueda cotidiana de las fibras profundas de la historia y de cada civilización que le toca vivir a la humanidad.

Héctor López Martínez, el historiador del día a día

Isabel Miró Quesada (periodista)

Héctor López Martínez siempre fue un intelectual distinto. Tuvo una vida pública muy activa, lejos de las alturas de su torre de marfil. Fue secretario general del Instituto Riva Agüero, secretario académico del Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, miembro de número de la Academia Nacional de Historia y correspondiente de la Real Academia de la Historia de España. Tuvo cargos relevantes en la Presidencia del Consejo de Ministros, en el Ministerio de Educación y en la Comisión Nacional de la Unesco. Además fue viceministro del Interior durante el segundo gobierno de Belaunde. Y, sobre todo, fue un memorable director de la Biblioteca Nacional del Perú. En todos esos cargos Héctor López Martínez siempre orientó su trabajo a la sólida formación de opinión en torno a la compleja historia del Perú.

Héctor López Martínez también se distinguió por ser una suerte de “intelectual público”, de divulgación. Un historiador que le hablaba al ágora popular, al lector del día a día. Un promotor de la historia y la cultura que trascendía los claustros universitarios, los archivos y las hemerotecas. Su trabajo en el diario El Comercio fue un cable a tierra con la opinión pública, siempre rescatando la historia como reflexión y lección. A su manera, supo hablarle al ciudadano de a pie sobre la actualidad política, desde la historia del Perú. Una forma muy particular de ejercer la ciudadanía intelectual.

Su partida deja un espacio difícil de llenar. Sobre todo en tiempos de polarización y desconexión. En plena era de la especialización, Héctor López Martínez supo conjugar la academia, la prensa y la función pública. Ejerció un inédito rol de historiador del día a día. Un cargo único que hoy, en un contexto de falsas narrativas y falta de compromiso, hace demasiada falta.

“Un caballero sencillo, sobrio y erudito”

Michel Laguerre Kleimann (capitán de Fragata. María de Guerra del Perú)

Hombre de profunda y seria fe católica, don Héctor López Martínez se encontró con nuestro Creador el pasado lunes 27 de octubre, a poco tiempo de cumplir noventa años de edad. Notable historiador, agudo periodista, hizo gala del buen uso del lenguaje, tanto escrito como hablado. Fue de los pocos peruanos que supo ser coherente entre lo que creía, pensaba, decía y hacía. Su firmeza se basaba en sus principios espirituales, no en modas.

Caballero sencillo, sobrio, erudito; conversar con él era un momento de solaz dentro del agitado día. Su voz, su carencia, su contenido, su estilo –tan propio de una época que se va– fueron muestras de la grandeza de don Héctor. Siempre activo, dinámico, generoso y de buen ánimo, lograba inspirar tanto a la acción como a la contemplación en quienes lo escuchábamos.

Me decía “yo, que provengo del siglo XVI”, en alusión a sus investigaciones históricas iniciales. Sin embargo, fue un agudo observador de la conducta humana; me compartió finas apreciaciones respecto al comportamiento de personajes de nuestra vida institucional del siglo XX a quienes trató directamente o conoció a través de otros, así como de figuras notables del siglo XIX. Anécdotas y recuerdos con Aurelio Miró Quesada Sosa, Víctor Andrés Belaunde, Fernando Belaunde Terry, el contralmirante Federico Salmón de la Jara, el general Francisco Morales Bermúdez, el canciller Enrique García Sayán, en fin.

Recordaba, por ejemplo, una escena en casa de Víctor Andrés Belaunde: mientras el anfitrión preparaba tallarines en salsa roja, éste le dijo a don Héctor: “Dios creó la forma, los hombres sabios las fórmulas, los hombres necios los formulismos”.

Nos consuela saber que estuvo lúcido hasta el final, que ordenó sus cosas materiales y se alistó espiritualmente para su encuentro con Dios. Tal como me decía: “Ya hablaremos, un abrazo mi joven amigo”. Adiós mi querido y buen amigo, retomaremos nuestras conversaciones. Un gran y fuerte abrazo naval.