Es un atardecer limeño de verano y Matías Aguayo está apoyado en el balcón de un hotel en el centro de Miraflores. La puesta del sol irradia tranquilad, aunque una terraza con dos banderas israelíes y la vista de la calle Tarata –donde Sendero Luminoso perpetró uno de sus más brutales atentados– evocan escenarios de violencia política. “Anoche vi Inglorious Basterds”, señala el músico nacido en Chile y criado en Alemania. “Una película donde matan nazis. ¿No es perfecta para esta época?”
Considerado uno de los músicos electrónicos más importantes de los últimos veinte años, Aguayo no ha sido ajeno a la violencia política. Hijo de militantes de izquierda, tuvo que abandonar Chile tras el golpe de Augusto Pinochet para establecerse en Karlsruhe, una ciudad al sur de Alemania, en un entorno de disidentes y exiliados. Sus primeros recuerdos musicales se remontan a esa época y están relacionados con los Beatles y la Nueva Canción Chilena. De hecho, cuando aún era niño, ingresó al camerino de un grupo latinoamericano de protesta para entregarles unas monedas “en apoyo a los cantores populares”, pero uno de los músicos las rechazó diciéndole: “niño, no te equivoques, nosotros tenemos muchísimas de esas”. Quizás ese momento de decepción, que Aguayo recuerda hoy como si estuviera contando un chiste, fue el inicio de una carrera musical donde las tendencias hegemónicas se ven con sospecha, donde los íconos se tratan con irreverencia, donde la seriedad se atenúa con sensualidad, la certeza con atrevimiento y la pedantería con humor.
De paso por Lima para ofrecer un DJ set en una fiesta en el sur chico, Aguayo aprovecha la tarde para disfrutar de la comida peruana y salir a caminar con amigos. Aunque nadie en la calle lo reconoce ni lo detiene para pedirle un autógrafo, el chileno es un referente de la música electrónica de nuestro tiempo. Dos de sus discos, Closer Musik (2002) y Are You Really Lost (2005), fueron incluidos entre los mejores álbumes de la década del 2000 por la revista Resident Advisor. Su mayor éxito, “Minimal” (2008), empezó como una broma sobre el “mainstream” de la música techno y acabó convirtiéndose en una declaración de principios que exigía un regreso a la sensualidad del ritmo. En 2009 creó su propio sello, Cómeme, con el que ha editado a los más talentosos artistas de la escena latinoamericana de música electrónica. Desde entonces, como saliendo por la puerta de entrada de un rizo espacio-temporal, está de vuelta en Latinoamérica, entre Santiago, Buenos Aires y Ciudad de México, donde actualmente vive.
Pero el viaje no sólo ha sido geográfico, sino, especialmente, artístico. “A Aguayo no le gusta comprometerse”, escribió un periodista en Resident Advisor. “No le gusta ser etiquetado”. Y es que, a lo largo de treinta años de trayectoria, el músico chileno no ha dejado de reinventarse. Ha participado en el surgimiento de una de las más influyentes escenas musicales europeas, ha sigo gestor de una de las más recordadas fiestas callejeras de Sudamérica y se ha convertido en la cabeza del sello discográfico más representativo de la electrónica latinoamericana. Es, quizás, el único músico electrónico del siglo XXI que ha sido testigo del auge y declive de múltiples ritmos del momento, absorbiéndolos y digiriéndolos desde su propia sensibilidad rítmica, sin perder personalidad ni vigencia, logrando navegar al lado de cualquier corriente estilística sin traicionar su propia visión musical. Ahora bien, a pesar de vivir en este constante proceso de renovación, Aguayo no oculta la deuda que mantiene con los más sólidos pilares de la música electrónica de baile –el disco, el techno, el electro y el house– una deuda que le ha permitido forjar una carrera artística entre lo tradicional y lo moderno, entre la nostalgia y la vanguardia, entre el pasado y el futuro.
El viaje musical de Matías Aguayo pudo haber empezado en Karlsruhe, aunque quizás comenzó en Gummersbach, el pueblo rural a las afueras de Colonia donde transcurrió su adolescencia. Allí, a los diez años, nació su gusto por la música de baile, por la música disco, por el funk, por la música que, en esos años, a comienzos de la década de 1980, se consideraba música de breakdance. “En Alemania había muchos soldados afroestadounidenses”, recuerda. “Mi papá tenía un amigo DJ que pinchaba en una discoteca a la que iban muchos soldados que bailaban esos ritmos. Como sabía que a mí también me gustaban, este DJ me grababa casetes de sus sets, donde sonaban D-Train, Grace Jones y Michael Jackson. Años después, en mi adolescencia, yo escucharía punk, post-punk, música dark, pero cuando tenía once o doce, lo que sonaba en mi cuarto era Colonel Abrams”.
En su adolescencia, Aguayo volvió a toparse con la violencia. En Gummersbach, las calles estaban regidas por tribus de rockers, rockabillies y skinheads. Para entonces, él era un joven gótico seguidor de The Cure y Joy Division, y en más de una ocasión tuvo que huir para evitar una golpiza, en especial si se trataba de skinheads, quienes odiaban a todos, pero especialmente a quienes, como Aguayo, venían de un ambiente izquierdoso y cercano a la comunidad gay. “Siendo heterosexual, yo iba mucho a lugares gays, porque eran más pacíficos y porque sonaba mejor música,” recuerda.
Pero la música electrónica acabaría llevando la paz a las calles de Gummersbach. A finales de los años 80, el house y el techno –nacidos en los barrios afroestadounidenses de Chicago y Detroit, respectivamente– se diseminaron por Europa, y, combinados con nuevas drogas como el MDMA, dieron como resultado el movimiento rave, una subcultura integrada por jóvenes que salían en busca de bailes masivos que –realizados en discotecas, clubes, granjas, campos y hangares abandonados– acabaron redefiniendo los años 1988 y 1989 como el “nuevo verano del amor”, una etiqueta que aludía al ambiente pacífico que se vivía en esas fiestas gracias a los efectos de la música y el éxtasis.
Si el encuentro que Aguayo tuvo en su infancia con el grupo latinoamericano de protesta le robó el sueño de que la música podía ser una herramienta política para mejorar el mundo, la cultura rave se lo devolvió. “En el transcurso de uno o dos veranos, cuando llega el techno, y, con el techno, el éxtasis y el MDMA, se pacifica toda la provincia”, recuerda. “Las mismas personas a las que antes les tenías miedo ahora estaban contigo en la pista de baile. Increíble. Por eso, en sus inicios, nosotros pensábamos, ingenuamente, que íbamos a cambiar el mundo con música, que el baile iba a llevarnos a mejores sociedades o algo así”.
A inicios de los años 90, Aguayo se mudó a Colonia, la ciudad más grande del oeste alemán. Una vez allí, no tardó en recalar en Delirium, una tienda de discos que congregaba a un puñado de hípsters que pronto se convirtieron en el núcleo de la música electrónica de la ciudad: Wolfgang Voigt, Jürgen Paape, Justus Köhncke, entre otros. Pero, más que una tienda de discos, Delirium era un lugar para que gente creativa con un mismo interés pudiera pasar el rato e intercambiar ideas. Según Voigt: “sabíamos que era ‘cool’ tener una tienda de discos, pero también era bueno tener un punto de encuentro para la joven escena techno de Colonia”. Además, según Aguayo: “se podía fumar hierba”.
En 1998, Voigt, Michael Meyers y Jörg Burger ampliaron la tienda, sumaron un sello discográfico, una red de distribución y rebautizaron todo como Kompakt. Durante la década siguiente, Kompakt fue uno de los sellos más importantes de Alemania y se convirtió en el bastión del minimal techno coloniense, el cual, en contraste con la dura y dogmática versión berlinesa del género, siempre se mantuvo envuelto por un melódico barniz de música pop.
“En Colonia surgió un sonido que se convertiría en el sonido típico de Colonia”, explica Aguayo. “Era el sonido de lo que después fue Kompakt, pero antes de que se formara Kompakt ya se había formado una onda de la ciudad, una onda que, en el mapa de la música electrónica de baile, era afín a Chicago, a diferencia de Berlín, que tenía más afinidad con Detroit. Colonia siempre tuvo un elemento pop. En Colonia nunca fue tabú usar la voz o el humor. La música era mucho menos dogmática que en Berlín; bueno, en el fondo, era súper dogmática, pero los códigos eran más complejos que en Berlín. Por ejemplo, escuchar a los Pet Shop Boys o a Scritti Politti era bien visto, pero escuchar a A-Ha, no. Entender lo que estaba bien y lo que no estaba bien era muy complejo, pero era lo que te definía”.
En 2000, Aguayo formó el dúo de pop electrónico Closer Musik, cuyo primer álbum, After Love, fue editado por Kompakt en 2002. El disco, hoy considerado un clásico, posee esa onda que Aguayo llama “el sonido típico de Colonia”: una sonoridad pulcra, pero salpicada de pop, humor, sensualidad y una pizca de vulgaridad. Hoy, al recordar el momento de su grabación, Aguayo menciona un regreso a la música de su infancia y de su adolescencia; a los ritmos de Colonel Abrams y Michael Jackson, pero también a la oscuridad de DAF y Joy Division. “La rítmica de Closer Musik tiene más que ver con Michael Jackson que con el new wave, pero el ánimo, la atmósfera, la onda, son bastante oscuros”.
Aunque a inicios de los años 2000 las escenas de Berlín y Colonia compartían la etiqueta “minimal techno”, las diferencias entre ambas siempre fueron evidentes y cuando Closer Musik viajó a la capital alemana para presentar su álbum debut, estas divergencias no tardaron en manifestarse. “Cuando fuimos a Berlín notamos que los berlineses escuchaban techno todo el día”, recuerda Aguayo. “Pero nosotros escuchábamos Marvin Gaye, Missy Eliot, DAF. Los berlineses tocaban a 130 pulsos por minuto. Nosotros éramos más lentos, tocábamos a 114. Para nosotros el minimalismo era importante, por supuesto, pero de una manera diferente que para los berlineses. Para nosotros era importante una estética austera, de pocos elementos, de arquitectura Bauhaus, si quieres, pero de un modo más juguetón y sensual. Para nosotros el minimalismo era una respuesta al ‘mainstream’, a lo que se pasaba en MTV, a esos videos con cortes rápidos, saturación de colores y muchos movimientos de cámara. Ser minimalista en esa época significaba no tener un televisor en casa, hacer música con dos o tres aparatitos, usar la menor cantidad de elementos posibles. Por el contrario, si usabas mucho, si hacías muchos cambios, si metías ‘drops, eras considerado ‘cringe’, vergüenza ajena. Lo ‘cool’ era energía contenida todo el tiempo. Nunca explotar. Nunca bajar. Contención”.
Este minimalismo de energía contenida, oscuro y pop a la vez, es el que encontramos en Are You Really Lost, el primer álbum solista de Aguayo, editado por Kompakt en 2005. Simple, relajado, algo marihuanero, el disco nos lleva por parajes posindustriales, nocturnos y desolados, que recorremos al lado de un personaje impulsado por la lujuria y el desdén. Mientras caminamos de regreso a su hotel, le menciono a Aguayo cuánto la atmósfera del disco me recuerda a “Nightclubbing”, la canción en la que Iggy Pop y David Bowie recorren las calles de Alemania como dos vampiros en busca de diversión. Le pregunto si la ha escuchado. “Por supuesto”, me dice. “Pero primero escuché la versión de Grace Jones”. Luego añade: “De una forma sutil, en Are You Really Lost, aparece una rítmica diferente, más latina. Creo que con ese disco se abrió un nuevo camino para mí”.
Ese camino lo trasladaría de Alemania a Latinoamérica. Y marcaría un nuevo comienzo en su carrera.
Y es aquí donde el viaje se pone interesante. En 2006, Aguayo y su productor de ese entonces, Marcus Rossknetch, grabaron una excéntrica canción de pop minimalista que, erigida sobre una red de ritmos tribales, lanzaba una irreverente crítica a la escena de minimal techno; irónicamente titulada “Minimal”, la letra decía:
Porque yo quiero bailar
Con un ritmo más nocturno
Más profundo
Más sensual
¡Basta ya de minimal!
Aunque Aguayo había surgido de la escena coloniense de minimal techno, al finalizar la década del 2000 el género estaba tan de moda que miles de productores lo copiaban de forma automática, convirtiéndolo en un formato sin novedad, sin sorpresa, sin emoción. “Estábamos presentando Are You Really Lost en el Mutek de México y nos pidieron una canción extra”, recuerda Aguayo. “Así que dijimos, oye, por qué no tocamos esa canción del minimal que grabamos el otro día, a ver qué pasa. Y la gente se murió de risa, nos abrazó, nos felicitó. Fue un éxito”.
“Minimal”, lanzada por Kompakt en 2008, expresó el agotamiento que Aguayo sentía por el género que él mismo había ayudado a consolidar. Pero ya desde mediados de los años 2000 su interés no estaba tanto en Europa como en Latinoamérica. El incendio de la discoteca Cromagnon, y la clausura masiva de locales provocada por esta tragedia ocurrida en Buenos Aires a finales de 2004, hizo que Aguayo y un puñado de amigos organizara un ciclo de fiestas callejeras en la capital argentina. Las fiestas, conocidas como BumBumBox, se resumían a Aguayo y sus socios instalándose en una esquina, encendiendo una ghettoblaster y convirtiendo la acera en una pista de baile. “Las BumBumBox empezaron de casualidad”, confiesa el chileno. “Como no había locales nos pusimos a bailar en la calle y la gente se nos unió. De inmediato nos dimos cuenta que podíamos convertir todo eso en una fiesta”.
Esta onda callejera cambió la perspectiva musical de Aguayo, alejándolo del minimal techno y acercándolo a ritmos que se amoldaban mejor a una ruidosa esquina sudamericana. “En las BumBumBox sonaba cumbia, música disco, house antiguo con voces, kwaito sudafricano, cosas que funcionaban en la calle. La música que en ese momento se hacía en Europa, atmosférica, con muchas capas, no nos servía. Ahí mismo nos dimos cuenta que no podíamos poner sólo discos de cumbia o house de los años ochenta, así que empezamos a hacer y meter nuestras propias canciones en los sets, canciones mías, de Rebolledo, de Diegors, de Ana Helder, y, claro, estas canciones siempre tenían voces, palmas, tambores, y así acabamos creando un sonido”.
Las fiestas BumBumBox no sólo crearon un nuevo sonido, sino un nuevo sello discográfico, Cómeme, con el que empezó un nuevo capítulo en la historia de la música electrónica en América Latina. “Teníamos el MySpace de BumBumBox y el MySpace de Cómeme”, rememora Aguayo. “En el de BumBumBox subíamos videos del mundo, una canción de Sudáfrica, unos chicos de Angola bailando en la calle, un programa de la televisión ecuatoriana con una música rarísima de fondo. Todo eso era como muy mágico, como las inspiraciones. Luego estaba el MySpace de Cómeme, donde subíamos discos ficticios con nuestras canciones. Básicamente agarrábamos un 7’’ que no nos interesaba, le pintábamos una tapa, filmábamos cómo giraba, poníamos nuestra canción, poníamos incluso el ruido de vinilo debajo, y lo subíamos. La gente nos empezó a preguntar dónde podía comprar los discos y eso nos dio mucha facilidad porque ya había como un ‘hype’ alrededor del sello, que todavía no existía. Estábamos jugando a ser un sello, pero nos dimos cuenta de que iba a ser súper fácil encontrar producción y distribución porque eso ya estaba. De ahí partió todo. Lo importante era que Europa no fuese el enfoque. No queríamos salir en Resident Advisor, que creo que ni siquiera existía en esa época. No sé. O sí existía. Qué se yo. Europa ya no nos interesaba nada. Latinoamérica se volvió nuestro centro y éramos felices en nuestra onda y el resto del mundo eran poseros”.
El primer single lanzado por Cómeme, “Bo Jack/Pitaya Frenesí”, firmado por Matías Aguayo y Rebolledo, niveló los controles del corazón del ritmo. El título, un poco en inglés, un poco en español, refería tanto a una fruta mexicana como a la coalescencia de Bo Diddley y “Jack”, el nombre que se le daba en Chicago al desenfreno provocado por la música house; esto no era un simple juego de palabras, la rítmica del single tomaba la síncopa de Diddley para trastornar la base “cuatro por cuatro” del house, renovándola con un movimiento de caderas que la volvía más cruda, más sucia, más latina. Esta sería una característica de los futuros lanzamientos del sello: retomar las bases clásicas de la música electrónica de baile –el techno, el electro, el house– y transfigurarlas con una cimbreante síncopa latina. Con Cómeme, Aguayo cumplió con lo prometido en “Minimal” y nos trajo una nueva música de baile. Más nocturna. Más profunda. Más sensual.
En 2019 apareció Support Alien Invasion, un disco admirable, casi perfecto, pero desconcertante y a contramarcha con lo que venía ocurriendo en su carrera. En lugar de las voces sensuales y el arrebato tropical al que venía dedicándose desde la creación de Cómeme, el disco trajo una música puramente instrumental, fría, marcial, amenazante. En Support Alien Invasion uno percibía a Aguayo regresando a la textura prístina de la electrónica europea, pero con ritmos tribales y una abigarrada superposición de pulsaciones. Si antes había hecho música que se asemejaba al modernismo arquitectónico de la Bauhaus, ahora estaba pintando un dramático cuadro de guerra barroco.
De todos modos, este cambio de perspectiva había nacido de una profunda sensación de urgencia frente a algunos hechos en concreto: el discurso contra los migrantes, el ascenso del fascismo y las protestas sociales en América Latina. Al igual que el escuadrón de guerrilleros que asesina nazis en Inglorious Basterds, el ejército de ritmos que Aguayo creó para Support Alien Invasion es uno que acompaña a los que se levantan contra los gobiernos fascistas que hoy resurgen alrededor del mundo. Además, pensándolo bien, al igual que los grupos de canción latinoamericana que escuchaba al lado de sus padres recién exiliados en Alemania, la música que Aguayo hacía ahora podía calificarse, legítimamente, como “de protesta”.
“2019 fue el año en que sentí que las cosas se iban a poner feas”, admite el chileno. “El discurso anti-alienígena en torno a la migración se estaba empezando a normalizar cada vez más, así que el disco es también un pedido de ayuda a los alienígenas para que nos ayuden a combatir el fascismo. En ese disco hay un intento de encontrar otros lenguajes que no sean la palabra. Me metí a estudiar ritmos ancestrales del mundo, así que hay algo medio etnográfico también, pero tratando de aproximarlo a seres de otros planetas que puedan llegar a la Tierra. Estaba buscando un lenguaje musical universal”.
De regreso en el hotel, Aguayo me pregunta si quiero escuchar su nuevo single. “Se llama ‘El Internet’”, me dice, y me alcanza unos audífonos mientras sale al balcón a fumar un cigarrillo frente al horizonte nocturno de Miraflores.
Lo primero que escucho, sobre un cuidado tapiz de platillos y percusión, es el ulular de un objeto parecido a un platillo volador acercándose a la Tierra, como si los alienígenas con los que Aguayo había tratado de contactar en Support Alien Invasion hubiesen respondido a su llamado. Tras esta breve introducción arranca un pulso constante, rápido, duro, como de house antiguo, como tocado por Ron Hardy, pero como si lo escucharas desde la calle, haciendo cola para ingresar al Muzic Box; si lo piensas un poco, casi como si hubiese sido mezclado por un ex productor alemán de minimal. Y es que por un instante estamos de vuelta en Karlsruhe, en casa de los padres de Aguayo, donde éste, todavía un niño, trata de encontrar algo en el dial de la radio que tenían en casa. Así lo cuenta, con una voz que parece la voz en off del narrador de un documental. Sí, esta canción tiene voz. Otra vez. Y en español.
Navegando en las ondas ultra cortas de la radio
Es otro mundo
Sinte regalao
Con mucha delicadeza
Deslizando lentamente
Porque sí
Sintonizar es milimétrico
El ritmo bailable, la letra en español, cada elemento en el nuevo single parece alejarse del sonido frío, bélico y políticamente cargado de Support Alien Invasion, pero si seguimos la letra notaremos que, aunque bailable, esta canción también es una canción de protesta.
Y movimientos tan minúsculos
En los que sí
Se puede asomar
Una plegaria en Medio Oriente
En la siguiente estrofa el viaje se traslada a Buenos Aires. Quienes conocen a Aguayo notarán que aquí está contando la historia de las fiestas BumBumBox y el nacimiento de Cómeme.
Unos quince años más tarde
En Congreso, Buenos Aires
Pasando el audio de video de YouTube
A casete
Son las pistas que sonaban
En el fondo en un video de unos adolescentes
Que bailaban
Y la música un programa de la televisión
Ecuatoriana
Música, un video borroso de una boda en Siria
Y gente que baila en sus casas y sus patios y en la calle
Música sucia, cruda, primitiva y directa
Y de pronto la canción se ha convertido en una declaración de principios estéticos.
Música sucia, cruda, primitiva y directa
Y ahora la declaración de principios se convierte en un manifiesto en contra de los gustos dirigidos por el algoritmo que domina las redes sociales. Aguayo recuerda cuando él y sus socios en las fiestas BumBumBox subían videos en MySpace y conectaban libremente con gente de todo el mundo, gente guiada solo por su propio instinto musical. Era la época en que el Internet todavía era usado como un vehículo para viajar con un destino incierto.
Esto suena en las casas de la gente que sólo conocemos como bloggers o de MySpace
El Internet nos da
Banda sonora pa’ la ciudad
Cada tanto en la vida hay un estallo y una sensación de algo que nos tenía encapsulados
Se desbarata
Deshacer solo su poder establecido
Tomamos las riendas
No hay destino
La canción contiene los elementos más distintivos de la trayectoria de Aguayo: la minuciosidad pop de Kompakt, el anti-eurocentrismo de Cómeme, la presencia vocal que caracteriza la textura de su música y el compromiso político con el que convivió desde su infancia. Sin embargo, “El internet” es también una canción que resume el devenir biográfico de su autor; es decir, está hecha de eventos y experiencias que sólo él vivió. En resumen, existen canciones que cualquiera podría haber escrito, pero esta es una canción que sólo la podría haber escrito él.
Al cabo de cinco minutos, me quito los audífonos y el viaje termina.
“¿Y qué tal?”, me pregunta, mientras apaga el cigarro y cierra la puerta el balcón. “¿Qué te pareció?”
Entonces regreso a casa. Y escribo esto.
Contenido Sugerido
Contenido GEC