Alfonso Rivadeneyra García

Si se hiciese anime en América Latina, cantaría los temas de apertura y cierre. Esas melodías potentes, y sus baladas melancólicas, tienen par en las canciones japonesas para las series de acción. Esa energía se vio de inicio a fin durante su segunda fecha en Lima, donde la banda mantuvo permanente estado de agitación, no solo el de la mano sobre el instrumento. Así, músicos y público parecen haber hecho un match perfecto.

“¡Morat, Morat, Morat!”, gritan las fans cuando, en una de las pantallas del Arena 1 de San Miguel, aparece una barra de carga al estilo de videojuego. Llegamos al sitio cuando el loading marca 75%, luego avanza y, cuando ya se acerca al 90%, el colectivo de cuerdas vocales amenaza ser más fuerte que cualquier amplificador. En la zona Platinum la mayoría son niñas en edad escolar y adultas jóvenes. Mamás también, responsables de los grupitos de menores. También hay uno que otro papá con cara de no saber dónde está parado y novios más interesados en su vaso de cerveza que la música que su pareja baila.

Luces iluminan el telón por detrás fugazmente y, con ellas, las siluetas de los músicos surgen. Más gritos, agudos, constantes. Entonces suena el primer tema, “Besos en guerra”, colaboración lanzada con Juanes en 2016, que esta noche recibe coros salvajes del público como si fuese el último tema de la noche. Las niñas, abrazadas, saltan. Luego saltarían más con el reciente “506″, otro tema con el experimentado compatriota.

Siguiendo con las canciones recientes, en “Al Aire” Morat cambia de registro hacia algo que se asemeja al country gracias al banjo de Juan Pablo Villamil. Luego es turno de “Porfa, no te vayas”, exitosa colaboración con el español Beret. En este punto del show ya se notan las costuras: sin importar qué tan triste o arrastrada sea la intención de la letra, la banda la canta como el himno nacional tras una guerra ganada; estribillo potente, puentes que son tan pegajosos como lo que, se supone, es el centro del tema.

Sin importar cuán joven sea la audiencia, la energía no puede estar al 300% en todo momento. Entran “Segundos platos”, “Aprender A Quererte”, “Primeras veces” y “Mi suerte”; que son abrazos convertidos en acordes musicales para las chicas, y también para algunos chicos, que son pocos; pero son. Con “Nunca te olvidé” la curva de emociones sube un poco más, pero recién con “Mi nuevo vicio” los ánimos, que ya eran altos, suben a niveles del inicio. Esto no pasó de un momento a otro, pues Morat sabe que un buen concierto es como contar una historia, donde el clímax se hace esperar y llega tras una preparación adecuada. Precisamente, antes del griterío, con esa intro del banjo de Villamil, los demás integrantes del grupo hacen gestos de ánimo a su colega, cuyo lenguaje corporal al rasgar las cuerdas tiene mucho de erótico.

Con “Yo no merezco volver”, ya sin guitarras eléctricas, el mensaje es claro: hay de fórmula y repetición hasta el cansancio, pero también buenos músicos. Sea Villamil (primera guitarra), Juan Pablo Isaza (segunda guitarra), Martín Vargas (batería) o incluso Simón Vargas (bajo), cuya performance de baile y convulsión parece ubicarlo en un concierto distinto, uno más intenso (sí, más todavía). También hubo un par de músicos de apoyo, con perfil bajo, pero precisos.

Unos temas románticos más y la banda se asegura que incluso quienes pagaron los sitios más económicos salgan bien recompensados esa noche. Un escenario más pequeño, en medio del Arena 1, convierte a la tribuna en el sitio privilegiado. Morat se queda un buen rato allí, donde canta “Punto y aparte” (pedido por la audiencia), “Valen más” (para la que pidieron bajar los celulares) y “Enamórate de alguien más” (el título lo dice todo). Aquí ya las parejas presentes se abrazan, se mueven rítmicamente, cual sacudidas por la marea. Tampoco faltan los grupos de amigas que toman un videoselfie mientras cantan.

El súbito sonido de la batería es la señal de que la banda ha vuelto al escenario principal. Tan rápido fue el paso de un lado a otro que pongo en duda si los músicos serán capaces de repetir la proeza, cantar y correr, de aquí a 10 años. Le toca a “A dónde vamos”, que es sobre el amor a primera vista, y “Cuando el amor se escapa”, sobre el fin del amor. Extremos de una historia de pasión representados en escasos minutos. Esos es Morat.

Siguen más temas cortados con la misma tijera, pero la audiencia está lejos del agotamiento. Resalta en ese volcado “Salir con vida”, canción de tonos urbanos. El cansancio deja sentirse en este redactor (la edad, pues), que tuvo que caminar varios kilómetros, correr incluso, a causa del tráfico y falta de un adecuado sistema de buses para llegar al recinto. Entonces me sorprendo aplaudiendo, quiero creer que por acto reflejo. En alguno de esos momentos suena “Llamada perdida”, lanzada recién este año pero que es coreada como si se tratara de un clásico. Las luces del escenario se apagan, llega el momento en que la audiencia debe pedir más. Morat no se hace de rogar y canta una de las ‘viejitas’, “Cómo te atreves”.

No más música. Las luces se encienden, las niñas y las que hace poco fueron niñas se retiran. Pero los chicos de Morat siguen en el escenario, se toman fotos, saludan, recogen regalos de los fans, piden más aplausos y los reciben. Artistas y público se van con una sonrisa, satisfechos, y con ganas de que el día del reencuentro no tarde.

La audiencia de Morat en Lima. Atención al cartel.
La audiencia de Morat en Lima. Atención al cartel.
/ NUCLEO-FOTOGRAFIA > CESAR BUENO

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