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“Rompí con muchas convenciones sociales”: ¿Dónde estuvo y qué hizo Santiago Magill tras fama abrumadora y ataques?
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En los años noventa, su rostro era inconfundible. Su mirada cautivadora, su presencia magnética y su talento en ascenso lo convirtieron en una de las grandes promesas de la actuación peruana. Pero cuando todo parecía estar a su favor, Santiago Magill desapareció. Sin escándalos ni despedidas, se bajó del escenario, apagó los reflectores y se marchó.
Después de años de silencio y de una transformación profunda lejos de los escenarios, Santiago regresa. No como el joven que protagonizó sueños ajenos, sino como el hombre que aprendió a habitar los suyos. Más humano, más consciente y con una historia que pocos conocen.
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“En un momento me distancié de la actuación. Me dediqué a otras cosas”, dice con calma. Lo que vino después suena a viaje interior: vivió en Cusco, trabajó con niños desde una pedagogía alternativa y meditó en silencio durante horas practicando Vipassana. Las leyendas urbanas crecieron mientras él simplemente vivía otra vida.
“En ese entonces solía bromear diciendo: si ya me cuesta disfrutar la vida en este planeta, imagínate tener que representarla. Sentía un desencanto profundo. Me fui a España, trabajé allá y también en una película estadounidense. Al ver otras realidades, empecé a descubrir mis propias limitaciones. Entonces decidí tomar otro rumbo: trabajé con niños, fui acompañante en nidos, me involucré en la educación inicial desde una pedagogía más humana, más libre. Ese mundo me enseñó a mirar la vida desde otro lugar”, cuenta Santiago.
“Cada cierto tiempo, me llegaban algunas teorías sobre qué había sido de mí”, añade entre risas. “Una amiga me contó que leyó en un foro de Internet que me vieron caminando descalzo con la mirada perdida. Y sí, puede ser... caminar descalzo por Miraflores es algo que he hecho tranquilamente. Me tomé un año sabático, estuve en casa sin hacer nada, y rompí con muchas convenciones sociales. Pero no, no estaba en drogas ni desaparecido. Solo estaba buscando algo más verdadero”, detalla.

Entre fama y prejuicio
“No se lo digas a nadie” marcó un antes y un después en la vida de Santiago Magill. El fenómeno fue absoluto. La película dirigida por Francisco Lombardi rompió récords de taquilla en 1998, sacudió a la sociedad peruana con su temática y catapultó a Magill a la popularidad total. Su interpretación de Joaquín Camino, un joven homosexual atrapado entre el privilegio, la represión y el deseo, lo convirtió no solo en un actor reconocido, sino también en un rostro inevitablemente ligado a una discusión social que en ese momento era tabú.

“El análisis lo podría hacer a través de mi sexualidad”, dice Santiago sin rodeos. “Porque en ese momento, para la prensa, para la gente, eso era lo importante: si era gay o no. Todo el tiempo querían saber eso”. Y aunque ya gozaba de cierta fama gracias a las telenovelas de Iguana Producciones, como “Obsesión”, “Torbellino” y “Malicia”, fue esta película la que lo colocó en el centro del huracán mediático.
El precio fue alto. “En la calle me gritaban cabro c…. Dos o tres veces me han volteado tragos en discotecas y he tenido que separar a mis amigos para que no se peleen. Cuando iba de campamento, siempre había alguien que me quería pegar: en Arequipa, en Colán, en Ancón. Me querían pegar por maricón”.
Y sin embargo, hubo algo más fuerte que la agresión: el cariño y la identificación de muchas personas. “Cualquier actor que se hubiese atrevido a hacer ese personaje en ese momento, y lo hubiese hecho medianamente bien, se iba a ganar el cariño de la gente. Porque Joaquín es reivindicativo, es osado, no da su brazo a torcer. Creo que en ese momento hubo gente que pudo sentirse valorada y validada”.
Fue una decisión valiente. Muchos no lo hubiesen hecho. “Eso era justo lo que conversaba con mis amigos. No calculé la magnitud en su proporción exacta. Fue más de lo que computé. Más para bien y también más para mal”.
En ese contexto, recibió una propuesta para participar en “Contracorriente”, la cinta peruano-colombiana que también abordaba una historia de amor homosexual. “No me acuerdo muy bien cómo fue ese proceso. Es posible que haya rechazado. En ese momento había un malestar fuerte dentro de mí. La fama, la presión, la exposición… Sentí que no lo iba a hacer bien. Me miré, me observé y me di cuenta de que no iba a estar entregado del todo. Me equivoqué, claro, pero no tenía fuerzas”.
Lo que sí hizo fue dar el salto al cine internacional. En el 2000, formó parte de la película estadounidense “Antes que anochezca”, del director Julian Schnabel, protagonizada por Javier Bardem. “Fue una experiencia alucinante y atemorizante. Esas cosas que te hacen pensar que vas avanzando. Era como un pasito más. Y el paso siguiente era España, pero ahí me acobardé. Estaba en otro proceso existencial”.

Pese a ese temor, sí logró actuar en “I love you, baby”, una producción española en la que compartió escena con Verónica Forqué. “Trabajé con ella. Una gran actriz. Se suicidó años después. A mí me chocó. Luego pasó lo de Diego… Por eso te digo que hay una energía, una cosa muy triste ahí”.
Así, entre el éxito arrollador, la crudeza de la exposición pública y los retos emocionales de haberse enfrentado a personajes complejos y arriesgados, Santiago Magill fue forjando un camino distinto.
Renacer y reencuentro
Y en esa búsqueda, lenta y profunda, Santiago Magill comenzó a preparar sin saberlo su regreso a la actuación.
“Estuve haciendo otras cosas, hasta que hace algunos años me llamaron para hacer una película que, aunque aún no se estrena, marcó algo en mí”, confiesa. El largometraje se llama “Donde duermen los sueños”, ópera prima de Daniel Riglos, y en ella comparte escenas con Wendy Vásquez y Lizet Chávez. “Fue un punto de inflexión”, dice. “Me recordó mi primera vez en el cine, con “No se lo digas a nadie. Pero ahora todo era diferente: el ritmo, la energía, incluso yo. Era como mirarme desde otro lugar”.
Y fue en esa disposición renovada a conectar con lo que alguna vez amó, que apareció la segunda señal. Un amigo, actor y director, lo convocó para una obra íntima, escrita, dirigida y producida por él mismo. Un proyecto artesanal, nacido de urgencias personales, que Santiago no pudo rechazar.
“Era una historia que mi amigo necesitaba contar. Y ese impulso me conmovió. Me pareció valiente. Y decidí volver", destaca. Luego llegó “María Pizarro, he aquí el amor” de Rocío Limo, y “Eternos comediantes” de Gerardo García Frkovich. Actualmente se alista para protagonizar “Se hace o se hace” de Gean Paul Uceda.

La propuesta escénica reúne a un elenco destacado y plantea una mirada crítica sobre el mundo artístico contemporáneo.
“Lo que hacemos en esta obra es jugar con las dificultades internas, es decir, los egos y trayectorias, pero al mismo tiempo se van concatenando con los problemas externos: el apagón, la falta de luz, la falta de recursos en la escenografía, en fin. Entonces, se van como narrando un poco los obstáculos en un proceso teatral”, destaca.
La temporada tendrá 12 funciones únicas, todos los sábados y domingos del 7 de junio al 13 de julio, en el Teatro Barranco (Av. Grau 701, Barranco). Las entradas están a la venta en Atrápalo.
Enfrentarse a sus miedos
Su reaparición pública en el show de reencuentro por los 25 años de “Torbellino”, en noviembre del 2023, fue más un acto de conciencia que de nostalgia. Aunque al principio se resistía, terminó aceptando subir al escenario con una motivación clara: usar su visibilidad para enviar un mensaje en torno al proyecto “De qué color son tus muertos”, y promocionar la campaña “Nos faltan 50”.

Hoy, lejos de la euforia adolescente de los noventa y de la exposición mediática, Magill habla de su vida como si transitara un camino de doble retorno. “Esta es mi segunda jubilación”, dice, sin dramatismo pero con el peso que conlleva mirar hacia adentro. Es una etapa que no define por logros o proyectos, sino por el vértigo del cambio. “Es un momento de crisis, caos, oportunidad, síntesis”, asegura
La diferencia con su “primera jubilación” no está en su esencia, sino en su disposición a exponerse más allá de los viejos temores. “Antes vivía un poco escondido entre el follaje”, confiesa. Hoy, en cambio, se atreve a salir al claro, aunque aún le incomode la luz directa.
En este renacimiento consciente, Magill no busca el reflector, sino la coherencia entre lo que piensa, siente y dice. Su historia no es la de un regreso triunfal, sino la de alguien que decide estar presente —con todo lo que eso implica— en un mundo que necesita más autenticidad que espectáculo. Y desde ese lugar, sigue transformándose.











