La última vez que fue visto con vida Pedro Alonso López, el colombiano señalado de ser uno de los peores asesinos en serie en la historia del mundo, fue en una tarde bogotana del 22 de septiembre de 1999.
En aquel momento, López tenía 51 años, era un hombre de apariencia descuidada, con varias arrugas en su rostro y un centenar de crímenes en su espalda. Nada le impidió dirigirse hacia la sede más cercana de la Registraduría Nacional en la capital colombiana y reclamar su nueva cédula de ciudadanía de número 80.092.633.
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“Es un asesino de corte psicopático. Muestra una inteligencia superior y eso reflexionado en su accionar implica que deja muy poca evidencia que pueda ser rastreada”, advierte Luis Jiménez, experto en ciencias forenses. Fue esa misma ‘inteligencia superior’ y habilidad de manipulación la que le permitió a Pedro Alonso López, violar y asesinar a más de 300 niñas en Colombia, Ecuador y Perú.
*La versión original de este texto fue publicada originalmente el 13 de noviembre de 2018.
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Las primeras señales
La historia del ‘Monstruo de los Andes’, como es ampliamente conocido este criminal a lo largo y ancho del mundo, comenzó el 8 de octubre de 1948 en Venadillo, Tolima. Séptimo hijo de un total de trece hermanos, Pedro Alonso pasó gran parte de su infancia en El Espinal, Tolima. Años después afirmó que esa fue la etapa “más trágica” de su vida.
Benilda López, madre de Pedro Alonso, era una mujer problemática y agresiva. Expertos en el caso relatan que la mujer sometía a su hijo constantemente a castigos que parecían más de una cárcel vietnamita que de un hogar colombiano.
”No es que él haya nacido malo ni maldito. Él fue víctima del maltrato constante de su madre quien lo que golpeaba y torturaba por hacer cosas que los niños hacen”, argumenta Esteban Cruz, antropólogo experto en psicología criminal. Sin embargo, advierte que no hay nada que excuse a un asesino en serie.
No obstante, en declaraciones a EL TIEMPO hace 24 años, Benilda López aseguró que “él es un hijo malo y yo no tengo la culpa que haya salido así”, y relató que lo echó de la casa tras haberlo sorprendido intentado abusar de una de sus hermanas menores.
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Una investigación realizada por el departamento de Psicología de la Universidad del Rosario señala que los maltratos recibidos por parte de su madre durante la infancia pudieron desencadenar en Pedro Alonso una repulsión hacia las mujeres y un deseo de violentarlas, “creando así un mundo feliz a través de la fantasía por medio del placer sexual obtenido a través del maltrato”.
Fue a los 21 años de edad cuando Pedro Alonso pisó por primera vez una cárcel. Habitaba en las calles de Bogotá y el robo de carros que practicaba a diario lo llevaron a ser condenado en 1969 a 7 años de prisión. Allí fue abusado sexualmente en repetidas ocasiones por tres reclusos a los que posteriormente asesinó. Estos crímenes aumentaron su pena 2 años más.
Desde aquel momento, según lo reportado en las audiencias judiciales, el hombre aseguró que ya no sería más una víctima. Se convirtió en el peor de los victimarios.
Para el psicólogo y perfilador criminal, Edwin Olaya, los eventos de abuso, sumados a su posible psicopatía, habrían despertado en Pedro Alonso “una compulsión por el homicidio. La muerte se convirtió en el medio para satisfacer muchos de los deseos violentos que se remontan a su niñez”.
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El recorrido del ‘monstruo’
‘El Monstruo de los Andes’ era un asesino trashumante. Luis Jiménez explica que el hecho de que no hubiera actuado en un solo sitio le permitió escapar con gran facilidad de las autoridades en cada uno de los países que recorrió.
Tras su salida de prisión en 1978, Pedro Alonso surcó las montañas de la Cordillera de los Andes hasta llegar a Perú. Allí usó su habilidad de manipulación para acechar a un centenar de niñas entre los 8 y 12 años de edad.
Una reseña judicial del ‘modus operandi’ del ‘Monstruo de los Andes’ señala que el criminal se ganaba la confianza de las menores pertenecientes a tribus indígenas de la región de Ayacucho, sur del Perú, por medio del ofrecimiento de trabajo y regalos.
López llevaba a las niñas a un lugar solitario, las golpeaba, violaba y estrangulaba con sus propias manos. Otras investigaciones aseguran que él dormía abrazado a los cadáveres de sus víctimas y que luego abusaba sexualmente de ellas. Esto implica que en su perfil psicológico también habría rasgos de sadismo y necrofilia.
”Su placer máximo era el momento en el que ponía sus manos sobre el cuello de la niña y veía como poco a poco se iba apagando”, relata Edwin Olaya, y agrega que su predilección por violentar a menores de poblaciones vulnerables es una de las principales características de los asesinos en serie colombianos.
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Pedro Alonso fue deportado a Ecuador tras haber sido descubierto cuando intentaba secuestrar a una niña de nueve años en Ayacucho. El criminal se salvó de haber sido enterrado vivo por una comunidad indígena gracias a la intervención de las autoridades.
”Este tipo de criminales sabe que si mata a una menor en este tipo de territorios, es muy difícil que se acerque una autoridad a investigar el caso. Esa triste desigualdad que existe frente a la justicia también es aprovechada por los asesinos seriales”, advierte Cruz.
Los cientos de crímenes de Pedro Alonso también pasaron desapercibidos durante varios años ante las autoridades ecuatorianas. A comienzos de la década de 1980, ese país estaba bajo el acecho de bandas dedicadas la explotación sexual y a la trata de personas.
Su ‘modus operandi’ era el mismo. El criminal fingía ser un vendedor ambulante o una persona perdida para así no representar ningún aparente peligro para las niñas. Luego, las engañaba y llevaba a lugares apartados en donde posteriormente las estrangulaba.
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Pedro Alonso tenía 32 años cuando pisó por segunda vez una prisión. Había sido capturado por la Policía ecuatoriana cuando intentaba secuestrar a una niña en el mercado local del municipio de Ambato y tras la atroz confesión de sus crímenes, fue condenado a 16 años de cárcel, máxima sentencia en Ecuador.
”Las más de 300 menores fueron víctimas de un salvaje y de un sistema judicial que tardíamente encontró qué fue lo que sucedió”, reclama el reconocido abogado penalista, Francisco Bernate.
Una confesión atroz
“El momento de la muerte es apasionante, y excitante. Algún día, cuando esté en libertad, sentiré ese momento de nuevo. Estaré encantado de volver a matar. Es mi misión”, se lee en los documentos de la Policía ecuatoriana que registraron las confesiones de Pedro Alonso López.
Expertos en psicología forense explican que dentro del perfil de Pedro Alonso hay ausencia de remordimiento y que también veía al encierro no necesariamente como un castigo. De igual forma, señalan que haber vivido experiencias traumáticas en su infancia y no superar de manera satisfactoria el complejo de Edipo, pudo haber cultivado en él una sensación constante de persecución que lo hacen propicio a destruir al otro, por su propia autoconservación.
Durante las indagaciones, el asesino llevó a los uniformados a la fosa en donde se encontraban los cadáveres de 57 de sus víctimas y aseguró que en ese país había violentado, por lo menos, a 110 menores. También confesó que había cometido otros 200 asesinatos en Colombia y Perú.
El ‘Monstruo de los Andes’ estuvo preso en Ecuador hasta el año 1994. Posteriormente, fue extraditado a Colombia por petición de un juzgado de El Espinal, Tolima, ya que en su contra había una orden de captura por haber violado y asesinado a once menores en ese municipio a finales de la década de 1970.
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La incertidumbre
Tras llegar a Colombia, Pedro Alonso López fue enviado a un anexo psiquiátrico tras una evaluación psicológica en la que se concluyó que debido a sus trastornos mentales, era un “sujeto inimputable”.
El abogado Bernate explica que una persona es declarada inimputable “cuando se establece que al momento de cometer los hechos no sabía lo qué estaba haciendo” y agrega que “como en estos casos lo que se busca es la rehabilitación y no el castigo del enfermo, el tiempo que pase en el centro psiquiátrico no depende del crimen cometido sino del tiempo que le tome a la persona regenerarse”.
Luego de cuatro años de reclusión en un centro psiquiátrico, en 1998, Pedro Alonso fue declarado ‘sano’ y liberado tras pagar una fianza de 80 mil pesos y asegurar que se iba a presentar una vez al mes ante la justicia.
No obstante, según varios expertos en psicología criminal consultados por EL TIEMPO, el ‘Monstruo de los Andes’ era un psicópata y es imposible que una persona con estas características mentales pueda ser rehabilitada.
A un año de haber recuperado la libertad, López decidió comenzar una nueva vida. Reportes de la Registraduría señalan que en el año 1999, el hombre renovó en Bogotá, sin ningún problema, su cédula de ciudadanía.
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Lo más sorprendente para el periodista Andrés Marín, experto en el caso del ‘Monstruo de los Andes’, es que el asesino pudo engañar a la justicia de los países en donde cometió sus crímenes con un documento de identidad de número 1.616.617, que no era el suyo, y que pertenecía a Israel Céspedes, un hombre nacido el 29 de septiembre de 1939 en Aipe, Huila.
De hecho, si se buscan los antecedentes penales de Pedro Alonso en la base de datos de la Policía, sale como resultado que este asesino en serie “no tiene asuntos pendientes con las autoridades judiciales”.
A pesar de que en octubre del 2002, Colombia emitió a la Interpol un pedido de búsqueda y captura contra este criminal pues se sospechaba que estaba detrás de un asesinato de una menor en El Espinal, su rastro sigue siendo un misterio.
En el 2005 el documento de identidad de Pedro Alonso fue dado de baja y excluido del Censo Electoral por una prueba de necrodactilia positiva. Sin embargo, la Registraduría Nacional certifica que ese número de cédula se encuentra vigente. Expertos aseguran que la teoría de que el ‘Monstruo de los Andes’ sigue con vida no es para nada descabellada.”Si ese número de cédula ya fue dado de baja, ¿dónde y en qué circunstancias murió Pedro Alonso López? ¿Dónde están sus restos mortales?”, se pregunta Marín.
Si esto fuera cierto, Pedro Alonso López tendría 70 años y podría andar por las calles del país sin el temor de ser aprendido por un sistema judicial que lo considera muerto desde hace más de una década.Para el antropólogo Esteban Cruz, esté muerto o no, “es una vergüenza que el peor asesino en serie en la historia del mundo haya terminado sus últimos días libremente en las calles de Colombia”.
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