Primero fueron los peruanos LGBT reclamando su derecho a constituir una familia. Luego fueron los peruanos anti-LGBT arañándose ante la posibilidad de que un nuevo tipo de familia emerja en el panorama local. Lo siguiente fue el comercial televisivo que daba la impresión de apoyar ese nuevo tipo de familia pero luego resultó que era falsa alarma.
El hecho es que de pronto medio mundo parece obsesionado con preservar lo que se está llamando la “familia tradicional”. O sea, papá, mamá e hijitos. Así es y no debe cambiar porque, aparentemente, la familia tradicional sería la reserva moral de la sociedad.
Al escuchar todas las maravillas que se dicen en estos días sobre las familias tradicionales casi provoca olvidar, entre otros datos escalofriantes, que un alto porcentaje de crímenes son cometidos, justamente, por un pariente de la víctima. O que la violencia física y los abusos sexuales contra menores de edad son mayormente cometidos por alguno de los padres. O por un familiar. Cercano.
En realidad, ni falta que hace irnos hasta los extremos más horrendos para constatar que no por tradicional la familia, tal y como la conocemos y como muchos quisieran que permanezca, es menos imperfecta que nosotros, sus muy humanos integrantes.
Sin embargo, lo que ciertamente no se puede negar es que la familia tradicional suele hacer gala de una tolerancia a prueba de pecados e incluso de delitos.
Es tolerante, por ejemplo, con mentirijillas no siempre blancas ni del todo inocentes, como la del bebe que supuestamente nació a los seis meses de gestación, cuando lo que ocurrió fue que la mamá se casó embarazada hasta las orejas.
No solo tolerante sino también muy discreta suele ser la familia tradicional con los deslices extramaritales de sus patriarcas, sobre todo cuando aquellos se presentan en medio del velorio de estos últimos para reclamar derechos nunca reconocidos y herencias mal distribuidas.
Más que tolerante, ya casi diríamos que cómplice, se muestra también con el infaltable tío/primo/padrino a todas luces narco/corrupto/estafador que organiza unos tonazos en su jatazo con piscinaza.
Podríamos seguir enumerando un buen rato. De hecho, cada quien tendría sin duda algún valioso aporte para ilustrar cuán inconmensurable, incondicional e indisoluble puede ser el lazo familiar. Porque se supone que eso es la familia, ¿no? Un espacio de amor y aceptación para todos. O, bueno, para casi todos.