“¿Y en tu libro escribes algo sobre Vizcarra, Sagasti y la ‘prensa caviar’?”. Palabras más o menos, esta fue la intervención de un hombre que, exasperado y bajándose la mascarilla, gritaba desde el fondo de la librería El Virrey sin que le hubieran dado la palabra durante la presentación de mi libro “Polítika vs. Prensa”.
Similares cuestionamientos he recibido de algunas cuentas anónimas o troles en redes sociales: “¿Por qué usas la ‘K’ naranja? No puedes vivir sin el fujimorismo” o “Deberías poner un signo de $ en lugar de la ‘s’ de ‘Prensa’”.
Paradójicamente, si estos recalcitrantes comentaristas leyeran el libro, se darían cuenta de que la mayor cantidad de fuentes de las que se nutre mi investigación proviene del fujimorismo. Además, hallarían episodios políticos que pone bajo luz poco afable a la mayoría de los protagonistas políticos del último quinquenio y hasta encontrarían una mirada autocrítica sobre la prensa nacional, basada en testimonios y conversaciones de los propios periodistas que advierten algunos vicios, en especial, durante las campañas presidenciales del 2016 y el 2021.
Más allá de la acostumbrada actitud de los troles (por cierto, hay un capítulo entero dedicado a las “Troll wars” en el libro), este tipo de arremetidas ejemplifica bien uno de los principales problemas que enfrentamos como sociedad: la negación. Nos rehusamos a contrastar nuestras suposiciones con los hechos. Preferimos la especulación a la investigación. No leemos un artículo, un periódico o un libro porque tememos enfrentarnos a la verdad. Si no nos gusta, entonces no es cierto.
Este fenómeno no es reciente, pero se agudiza con el tiempo. Los psicólogos e investigadores Andrea Pereira y Jay van Bavel (2018) han diagnosticado que el partidarismo genera “un incentivo poderoso para distorsionar las creencias de una forma que desafía la verdad”, al punto de haberse demostrado que la identidad partidaria afecta la memoria y las personas son “más proclives para recordar incorrectamente falsedades que respaldan su identidad partidaria”.
Ahora que es más fácil comunicarnos entre millones de personas gracias a las redes sociales, también es más sencillo refugiarnos en campamentos de mentiras selectivas. Las redes sociales no crearon a las barras bravas, simplemente les abrió la puerta y les puso un directorio de contactos.
No sorprende así que nuestros políticos locales recurran constantemente a “verdades alternativas” cuando se enfrentan a situaciones incómodas. Pedro Castillo invoca constantemente a los fantasmas de la conspiración entre “grupos de poder”, la “extrema derecha” y la “prensa vacadora” para escabullirse de dar explicaciones ante cada nuevo brote de pus en la epidermis de su administración. En la acera del frente, la oposición parlamentaria se asusta con la posible presencia de una delegación de la OEA en la sesión de vacancia solo porque no contestaron el timbre de su infundado berrinche del fraude electoral. Si tuvieran cincuenta céntimos de madurez y pensamiento estratégico, aprovecharían la oportunidad para lograr la atención internacional sobre todos los escándalos de corrupción y copamiento del Estado en los que está envuelto el gobierno de Pedro Castillo y denunciar que el mandatario se rehúsa a rendir cuentas a la ciudadanía.
A medida que los políticos se sientan más cobijados por tribus de obcecados seguidores, más inmunes se vuelven a la verdad. La polarización se nutre de la ignorancia y se robustece aún más cuando esta es voluntaria.
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