En 1956, compré una reproducción de uno de los tantos retratos infantiles del gran retratista inglés del siglo XVIII, Sir Joshua Reynolds (1723-1792). Llevé la reproducción a la Casa Marini, para que la entelaran, la barnizaran y la enmarcaran. Marini era por entonces lo mejorcito que había en Lima para éstas y otras cosas parecidas. Tenía molduras de primera, importadas, finísimas, y un personal calificado. Solía exhibir, entre otras cosas, retratos al óleo de distinguidas damas limeñas. Los hacía un retratista muy cotizado a la sazón, el señor Víctor Mendívil, de estilo preciosista y relamido, pero de muy buen ver. La Casa Marini quedaba en pleno centro de Lima, en la primera cuadra del jirón Ica.
Yo no sabía, ahora sí, que Reynolds, tan diestro en la retratística de niños, gustaba de la compañía de éstos y sabía compartir con ellos sus alegrías y penas, puesto que él mismo era medio niño, tenía corazón de niño. Una anécdota fehaciente lo demuestra muy bien.
Un pajarito solía posarse en la ventana de su estudio. Todos los días el pajarito visitaba a Reynolds, y Reynolds le daba comida y le hacía todas las gracias habidas y por haber. El pajarillo llegó a tener tanta confianza, que comía de la mano del célebre pintor. Y éste lo acariciaba, y le silbaba y le hablaba. El pajarillo, feliz, y Reynolds, igual. Y esto se repetía diariamente, para complacencia de esta singular pareja de amigos, que ya habían llegado a ser íntimos.
Hasta que un día, cuando las tentaciones de una mañana primaveral resultaron irresistibles para el pajarito (así lo supone Arthur Fish, y creo que con fundamento), cuando el reclamo primaveral fue, pues, irresistible, el pajarillo no volvió a ver a su amigo, nunca más lo volvió a ver.
Refieren testigos fidedignos que el gran pintor, desconsolado, caminaba durante horas enteras alrededor de la manzana donde vivía, esperando vanamente hallar a su amiguito emplumado. No pudo hallarlo y sufrió mucho por ello.
Picasso no evolucionaba
Evolucionar es desenvolverse o desarrollarse pasando de un estado a otro. Picasso no evolucionaba. “Yo no evoluciono –dice Picasso–, yo soy. En el arte no hay pasado ni futuro. El arte que no está en el presente no será arte jamás.”
Cuando se dice que el espíritu sopla donde quiere (Spiritus ubi vult spirat), ese soplo ocurre en el presente. El cerebro solamente distingue el presente. El pasado y el futuro no son realidades existenciales, sino categorías lingüísticas. Y el presente cerebral dura exactamente 3 segundos.