Fernando Vivas

Pedro Castillo empezó la semana con una decisión tomada. Guido Bellido no va más. Su cabeza, más el sombrero con incrustaciones de plata, más un trío de ministros, se van. Sí señores; no me los boten que yo los saco y de paso me otorgan una tregua para gobernar. Ahórrense su bala. Por fin, el presidente había sido sensible al clamor de propios y extraños: que Bellido y el radicalismo de Vladimir Cerrón son insostenibles para gobernar en paz con el Congreso y la mayoría nacional silenciosa.