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Un viaje por Bogotá y sus alrededores: la belleza de una ciudad mágica que sorprende en cada rincón con su historia, arte y cultura
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Bogotá es una ciudad amable desde el primer instante. Al aterrizar, el aire fresco de montaña acaricia nuestra piel apenas bajamos del avión, dándonos la bienvenida. Desde el aeropuerto El Dorado, un trayecto de treinta minutos nos separa del centro histórico, un escenario de plazas vibrantes, iglesias centenarias y casonas coloniales. Aquí, no son los monumentos lo que primero se imponen, sino la gente: rostros risueños, sonrisas espontáneas y una cordialidad que parece ser parte del clima. La capital colombiana se descubre, antes que nada, en ese gesto humano que enciende sus calles.
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En el corazón de la ciudad se abre la Plaza de Bolívar. Los edificios que la rodean, solemnes, parecen custodiar siglos de historia: el Capitolio, la Catedral y el Palacio de Justicia. A unas cuadras, las calles estrechas de La Candelaria revelan otra cara: un barrio que mezcla pasado y presente, tradición y rebeldía. Silencio de iglesias; gritos de grafitis.
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Nuestra siguiente parada es la Plaza de la Concordia. Entre puestos coloridos y voces que ofrecen frutas, hierbas y especias locales, se descubre otra faceta de la ciudad: la del sabor que nace en sus mercados. En este lugar, nuestro paladar se encuentra con el ajiaco, sopa espesa y reconfortante que combina papa, pollo, maíz y guascas.

El recorrido encuentra su punto más alto en el Cerro de Monserrate. Subir es enfrentarse a la montaña: escalones, teleféricos que trepan sobre la ciudad, el aire que se vuelve más delgado y más intenso a cada metro. Desde arriba, Bogotá se abre como un tapiz infinito de luces y tejados, una ciudad que se expande y late al pie de los Andes.

MAGIA COTIDIANA
A menos de dos horas de la capital, el viaje continúa a través de pueblos encantadores que revelan la riqueza cultural y natural de la región. La primera parada es Nemocón, un lugar tranquilo que guarda un tesoro bajo tierra: su imponente mina de sal. Al descender, el visitante se encuentra con un mundo subterráneo de galerías iluminadas, espejos de agua e ilusiones ópticas que sorprenden. El espacio, de más de 500 años de historia, ha sido también escenario cinematográfico: aquí se filmaron escenas de ‘Los 33’, la película sobre los mineros chilenos atrapados en Copiapó, Chile.

De regreso a la superficie, el camino nos lleva a Zipaquirá, otro pueblo de encanto colonial. Entre sus calles empedradas y plazas tranquilas se alza una de las joyas gastronómicas de la región: el restaurante Quira, donde los sabores locales se reinventan en platos como el arroz apastelado de camarón, servido sobre hoja de bijao y patacón; o la trucha del Neusa, una delicia acompañada de crocantes de habas y papita sabanera. La experiencia se completa con una pausa en Alma, un café premiado por su propuesta de origen, que concentra en una taza los aromas profundos del grano colombiano.

La ruta concluye con una visita a la Licorera de Cundinamarca, orgullo regional. Aquí, entre alambiques y barricas, se explica el proceso de elaboración del aguardiente y el ron. El recorrido incluye un museo que narra la tradición licorera del departamento y una cata que permite apreciar matices, aromas y sabores de estas bebidas emblemáticas.

COLORES QUE HABLAN
A las laderas del sur de Bogotá se llega flotando en el TransMicable, un teleférico que conecta la capital con Ciudad Bolívar. Se trata de un territorio levantado con esfuerzo y creatividad por miles de familias que lo autoconstruyeron ladrillo a ladrillo. Desde arriba, la vista impacta: techos escalonados y casas de colores intensos que parecen un mural gigante extendido sobre la montaña.

Más que un destino, Ciudad Bolívar es una experiencia de turismo comunitario. Aquí, el arte se convierte en lenguaje de identidad y orgullo. Los murales que adornan las calles cuentan historias de lucha, memoria y esperanza, retratando el alma de Colombia en cada trazo. En la casa ‘Amigos del Turista’, visitantes y vecinos comparten talleres de serigrafía y grafiti, aprendiendo que las paredes no son límites, sino lienzos que cobran vida.

Uno de los lugares más singulares del recorrido es el Museo del Rincón del Paraíso. Su creador ha reunido durante décadas todo tipo de objetos encontrados y desechados: radios antiguos, teléfonos de disco, cámaras fotográficas, muñecas, juguetes metálicos, vinilos, utensilios domésticos y hasta máquinas de escribir. Lo que en otro lugar sería chatarra, aquí se transforma en memoria y relato: cada pieza cuenta una historia de la ciudad.

Y entre cada paso, la música acompaña: el rap y el hip hop laten en cada esquina, como banda sonora de un barrio que ha hecho de la cultura su bandera. Desde las alturas de Ciudad Bolívar, Bogotá revela su rostro más real: inmensa y cercana al mismo tiempo, vibrante y serena, como si toda su belleza estuviera contenida en este instante suspendido entre el cielo y la tierra. //
♦◊ En Bogotá el clima cambia de un momento a otro, así que una casaca ligera o un impermeable siempre será tu mejor aliado.
♦◊ La moneda oficial es el peso colombiano (COP); conviene cambiar en casas de cambio autorizadas o retirar de cajeros, aunque la mayoría de comercios aceptan tarjeta. Para moverte, lo más práctico es combinar el sistema TransMilenio con apps de taxi o transporte autorizado: ganarás tiempo y seguridad.
♦◊ ¿Cómo llegar? El trayecto en avión de Lima a Bogotá toma en promedio tres horas. Para mayor confort, Avianca ofrece su experiencia ‘business class’, que vale la pena tomar.
♦◊ ¿Dónde comer? Recomendamos dos opciones que están dando la hora en Bogotá. La primera es el restaurante Casa Palermo, del chef Jorge Rausch, y su mezcla de productos tradicionales. El otro es Anomalía, una propuesta de vanguardia que se inspira en la cocina regional.
♦◊ ¿Dónde quedarse? Chapinero, Usaquén y Teusaquillo son algunos de los barrios más amables con el turista. Nosotros vivimos una agradable experiencia en el hotel Hilton Corferias, en Teusaquillo.
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