El productor y realizador audiovisual Ricardo Ghibellini lanzó su disquera Sono Sur a finales de los 80, aprovechando que era ingeniero de sonido y que tenía equipos para realizar videos. Entonces no tenía gastos porque él mismo producía, grababa y les hacía videoclips a todos los artistas que firmaba. Como se dice criollamente, lo conseguía hacer ‘de la chacra a la olla’.
Ghibellini tuvo muchísimo éxito con Los Hijos del Sol, un supergrupo formado por Eva Ayllón, Alex Acuña, Lucho González, etc. Lo llenaban todo y lo vendían todo. Luego decidió firmar a todos los artistas nacionales que andábamos sueltos, pues las disqueras clásicas habían quebrado por el paquetazo de finales de los 80.
Es así que su productora, llamada La Productora, se convirtió en un centro de trabajo y socialización de los principales artistas del Perú. Nosotros, Arena Hash, pertenecíamos también a Sono Sur. Allí conocimos a Augusto Polo Campos, amigo de Ghibellini y constante visitador de sus oficinas en Miraflores. Augusto tenía un oído brutal para saber cuándo una canción era buena y podía componer con letra y todo de improviso. Nunca conocí a alguien así. Era alto y muy gracioso. Con razón fue, además, libretista de los principales programas cómicos de la época. Tenía muy rápidos reflejos mentales. Podía conversarte haciendo rimas por horas. Parecía que estaba recitando décimas memorizadas pero no, te estaba conversando.
Luego, en 1992, me inscribí en Apdayc y ahí lo veía más seguido. Me decía que yo componía muy bien, porque mis canciones eran recordables y se escuchaban bonitas a capela. Yo me ponía feliz. Me lo decía el genio Polo Campos, quien componía todas sus canciones a capela, pues no tocaba ningún instrumento.
Una mañana, en las oficinas de Apdayc, me dijo: “Pedro, les he dicho a las chicas del coro que estoy entrenando, que tú eres mi pata. ¿Te molestaría que la próxima vez que vengas a cobrar tu cheque las traiga para que se tomen una foto contigo?”. Y yo le dije: “Tranquilo, Augusto, yo voy al ensayo”. Él se puso feliz y al día siguiente me recogió de mi casa en una enorme 4x4 Bronco. Me llevó a su departamento, en un edificio azul en la avenida El Ejército, y ahí estaban cerca de 20 chicas. Se creó un desorden que no me molestó y de ahí una a una me cantaron. Eran realmente talentosas. Asumo que Augusto, ya que en esa época no había concursos de canto en televisión, quería crear un coro femenino criollo inspirado en el éxito de Los Hijos del Sol. Al final de la tarde, dijo: “Bueno, chicas, Pedrito tiene que irse” y todas gritaron: “Nooo”. Entonces les dije que vengan conmigo en la camioneta de regreso a mi casa, como paseando. Los veintitantos nos metimos en la 4x4 y partimos a mi barrio.
Se preguntarán por qué aguantaba yo tanta incomodidad. La respuesta es sencilla: porque escuchar las ocurrencias y décimas improvisadas de Polo Campos durante el viaje era un lujo. Hacía reír a todos. Descubrí entonces por qué tuvo tantas novias: nunca te aburrías con él.
Pasó una semana y escuché por mi ventana: “Pedrooo....”. Salí y estaba Augusto en su camioneta con las 20 cantantes adentro: “Pedrito, tengo que ver a mis animalitos en mi chacra. Voy y vengo y a las chicas las llevo para darles una vuelta. ¿Vienes?”. Yo acepté encantado, subí y enrumbamos hasta terminar en un recóndito matorral. Recorrimos brincando esta frondosa trocha y Augusto no paraba de hacernos reír. Parecía que estábamos viviendo un cuento.
De repente, se quedó en silencio por unos minutos antes de girar el timón intempestivamente hacia la izquierda. Caímos cual montaña rusa en una bajada empinadísima. Augusto se empezó a carcajear diciendo: “Llegamos, chicas, a mi chacra”. Un letrero de madera indicaba el nombre del lugar: “Esta es mi tierra”.
Augusto Polo Campos nació con una lucidez e inspiración que no he visto en nadie más. La dicha de que un país entero hinche el pecho al escuchar sus extraordinarias canciones anula su muerte. Él ya conoce la inmortalidad.
Esta columna fue publicada el 20 de enero del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.