/ NoticiasInformación basada en hechos y verificada de primera mano por el reportero, o reportada y verificada por fuentes expertas.
| Informativo
Aterrador: el caso del panadero feminicida de Barrios Altos y su escalofriante historia del cuchillo
El 30 de diciembre de 1936, las calles de Barrios Altos se tiñeron de sangre. Un hombre enloqueció esa noche y persiguió a su conviviente hasta alcanzarla y asestarle numerosos cortes con un afilado cuchillo. Fue uno de los casos más violentos contra la mujer de esos años 30.
Accidentes en las pistas y centros laborales, robos, raptos, asaltos; gente enloquecida de celos, machismo extremo, feminicidas de antaño. Esa era también Lima en la década de 1930. Las emociones, pasiones y maldades parecían ir a la velocidad de un nuevo automóvil. En esa maraña de sucesos, surgió la historia de Ernesto Luyo Pérez, el hombre que apuñaló ferozmente a su ex conviviente Rosa Soria Martínez, en la tétrica noche del 30 de diciembre de 1936, en una zona populosa de Lima.
El escenario de pesadilla fue Barrios Altos, en el Cercado de Lima. Allí, la cuadra 8 de la calle Conchucos se tiñó de sangre. Conchucos era, entonces, una zona pobre, pero tranquila. Había anochecido el miércoles 30 del último mes del año cuando se escucharon unos gritos imperceptibles al comienzo, pero que irían en aumento conforme pasaban los minutos. Los vecinos y los pocos transeúntes que andaban por esa calle quedaron paralizados.
Ernesto Luyo Pérez había sido el conviviente de Rosa Soria Martínez. La mujer vivía en un corralón, muy cerca de la puerta falsa de la Escuela de Policía, pero ni esa cercanía a una institución policial disuadió al asesino de cometer un homicidio cargado de tanta violencia. Calle Conchucos Nº 856 era la dirección de la alicaída quinta. En uno de sus cuartos, Rosa Soria sobrevivía como podía al lado de su hija de dos años.
¿QUIÉN ERA ROSA SORIA MARTÍNEZ?
Rosa Soria era una mujer joven, de 22 años apenas. Ella trató, en medio de su humildad y pobreza, de tener un hogar para su hija. Por eso alquiló un cuarto en ese corralón de la calle Conchucos. No lejos de ella vivía su madre y sus hermanos menores. Es más, ellos habitaban también en un cuarto en el corralón del crimen.
Físicamente, era una muchacha mestiza, criolla, de baja estatura “y de rostro más o menos agraciado”, describía el cronista de El Comercio. (EC, 31/12/1936). Su actividad principal, y de la que vivía su hija y ella, era lavar ropa en distintas casas de familias. Sus vecinos la consideraban una mujer trabajadora y tranquila.
Había tenido una relación con Luyo que rompió hacía tres meses. Esto es, desde setiembre de 1936 ella no tenía o no quería tener contacto con su futuro asesino. Pero le fue imposible alejarse de él. No tenía ningún amparo real, ni de su familia ni de las autoridades policiales.
Ernesto Luyo era de Cañete, se dedicaba a la panadería y tenía 25 años. Él rompió con Rosa por no entenderse y pelear constantemente. Su corta relación transcurrió entre julio y setiembre de 1936; no obstante ello, y ante sus amenazas intermitentes, la mujer aceptaba que ingresara a su casa.
En esas ocasiones, lo hacía desde la medianoche hasta las 5 de la madrugada, para que la madre de Rosa no lo viera, pues esta se oponía a esa relación malsana para su hija. El panadero poseía una personalidad obsesiva, compulsiva; era violento y celoso. Le hizo la vida imposible a Rosa en esos meses de convivencia y más aún luego de romper con él.
El panadero Luyo agravó todo desde el viernes 25 de diciembre de ese año, cuando “el hombre buscó a su antigua mujer y la instó para reanudar relaciones maritales, siendo rechazado”. (EC, 31/12/1936)
ERNESTO LUYO: ¿CUÁLES FUERON LAS AMENAZAS DEL INMINENTE ASESINO?
Ante el definitivo rechazo de Rosa Soria, Luyo, despechado, la amenazó de muerte. Juró matarla si no volvía con él. Pero la mujer, con una valentía inusual, se enfrentó a sus bravuconadas. Esto encolerizó aún más a Luyo y lo hizo más violento. Entonces, Rosa hizo lo que debía hacer: denunciarlo. La Policía del Cuartel Tercero recibió la denuncia y citó al susodicho.
Ya en esos años 30 era común este tipo de agresiones contra la mujer. Por eso no fue sorpresa para Ernesto Luyo haber sido denunciado y citado por las fuerzas del orden. En el cuartel, Luyo fue advertido de que no “molestara” más a Rosa Soria. “El hombre prometió no ver más a su ex mujer y salió del cuartel”. (EC, 31/12/1936)
Pero el sujeto no cumplió con lo acordado. A los dos días, el domingo 27 de diciembre, volvió a intimidar a Rosa. La seguía a escondidas, la espiaba. Entonces, ella optó por no salir de su casa ni el lunes 28 ni el martes 29 de diciembre, para ver si así se cansaba y la dejaba en paz.
¿QUÉ PASÓ EL DIA DEL ASESINATO DE ROSA SORIA EN LA CALLE CONCHUCOS?
Todo empezó a las 7 de la noche, ese miércoles 30 de diciembre de 1936. A esa hora, Ernesto Luyo se apareció en la cuadra 8 de la calle Conchucos, en Barrios Altos. Trató de ver a Rosa Soria en las inmediaciones, pero no la vio. Ella había decidido refugiarse en su modesta casa.
Entonces, el desesperado Luyo le pidió a un niño del vecindario que fuera a decirle a Rosa que él estaba allí y que necesitaba hablar con ella, por última vez. Rosa no quiso ir. Enterado de esto, a Luyo no le importó lo conversado y pactado con la Policía. Nadie cuidaba a Rosa, llegar a ella era fácil.
“Fue grande la sorpresa que la Soria tuvo cuando vio entrar a Luyo. Lo primero que le dijo fue que se retirara. La mujer en esos momentos daba de comer a su hija y ella se preparaba a hacer lo mismo”. (EC, 31/12/1936)
El sujeto estaba desesperado, medio enloquecido. Llegó a rogar a la mujer que volviera con él. Pero Rosa tenía claro una cosa: no regresaría con un hombre que la hizo miserable e infeliz. Discutieron varios minutos. Luyo pedía, luego prometía y finalmente insultaba. Rosa se negaba, lo rechazaba, y le exigía que se fuera de una vez por todas.
Entonces, el mundo obsesionado de Ernesto Luyo pareció hacer explosión. A sabiendas de que nunca sería nuevamente aceptado, enfurecido, lleno de rencor, se dirigió a la cocina de la casa. Fue directamente a los cubiertos y empuño un cuchillo grande. Luego, se lanzó sobre el cuerpo de Rosa Soria. Eso fue, al menos, lo que declaró en primera instancia el homicida Luyo.
Rosa Soria se defendió, luchó, pero la fuerza de Luyo y el cuchillo que la tasajeaba la vencieron. La joven madre había sido herida varias veces y algunos de esos cortes fueron profundos y fatales. Luyo se ensañó con el pecho y el vientre de la mujer. Rosa gritó, pidió auxilio, hasta que cayó exánime “cerca de la puerta que da al patio”. Agonizaba.
¿QUÉ SUCEDIÓ DESPUÉS DE LA CAIDA FATAL DE ROSA EN SU CASA DE BARRIOS ALTOS?
Lo que pasó después fue un cuadro de horror. Con la mayor sangre fría, el asesino vio cómo el vestido rojo, sencillo y coqueto, de Rosa Soria se volvía escarlata de tanta sangre que manaba su cuerpo. En tanto, la dueña de la casa y las vecinas de Rosa salieron ante sus gritos de dolor.
Cuando ellas entraron al domicilio y vieron lo que había ocurrido, solo atinaron a prenderse de Luyo, a agarrarlo de las ropas, pues el homicida había lanzado el cuchillo al techo y trataba de escapar, de zafarse de los brazos de las mujeres. Pero ellas se lo impidieron.
“Luyo Pérez fue entregado al guardia Víctor Delgado, número 435, de la tercera comisaria, que en esos momentos se dirigía a comer a su domicilio”, informó El Comercio. Rosa Soria murió en el mismo lugar donde había caído.
¿CÓMO FUE LA INVESTIGACIÓN POLICIAL DE ESTE SANGRIENTO CASO?
Ya con el cuerpo inerte de Rosa en la escena del crimen, no tardaron en llegar el comisario de la jurisdicción, el capitán Manuel Cordero Aguirre, el jefe de investigaciones, Eduardo Álvarez y los agentes investigadores Quesada, Gamarra y García, este último encabezó el caso.
Minutos después arribó el juez de turno, Aurelio Villagarcía, al lado del actuario (el que notifica a las partes involucradas), el señor Manrique. Fue Villagarcía quien, tras el papeleo de ley, ordenó el traslado del cadáver a la Morgue Central de Lima.
El cronista de El Comercio de esos años contó que pudo ver al asesino en la comisaría donde había quedado detenido. “Se trata de un hombre mestizo de baja estatura. Viste con un pantalón color oscuro, lleva saco de color plomo y una camisa rosada”. (EC, 31/12/1936)
Algo que llamó la atención del periodista y de los propios policías era su pasmosa tranquilidad. Ernesto Luyo sabía lo que había hecho, pero no expresaba ni un poco de arrepentimiento. Ni aun en las fotos que la prensa le hizo revelaba algo de pudor, de vergüenza, menos pena. Como si hubiera cumplido una misión y nada más.
Pero, el asesino convicto y confeso no pudo escapar a los interrogatorios policiales. Luyo despertó con las preguntas de los agentes. Dijo que no fue su intención matar a Rosa Soria, y la prueba que esgrimía era que solo intentó cortarla, pero no hundir el cuchillo en su cuerpo. “Le puse un tope al cuchillo”, dijo entonces.
Para demostrar aquello, Luyo enseñó las yemas de sus dedos, que los tenía cortados debido al “tope” que le impuso él mismo, argumentó. Asimismo, contó que “su mujer” se había defendido, la sangre de la víctima en su camisa lo demostraba.
Indicó que fue a buscar el cuchillo en la cocina de Soria, un artefacto hecho en Alemania, viejo pero filoso, de mango de madera. Pero por más que intentaba atenuar su delito, solo un detalle mostraba la violencia con la que había actuado. El cronista del diario decano informó que “la hoja del cuchillo se rompió quedando más de la mitad hundido en el cuerpo de la infortunada mujer”. (EC, 31/12/1936)
PERO, ¿CUÁL FUE EL VERDADERO PLAN DE LUYO Y QUÉ OCULTÓ A LA POLICÍA?
Tras 48 horas de ocurrido el homicidio de la madre de familia Rosa Soria Martínez, la Policía pudo ir armando la escena claramente y además profundizar en los móviles del crimen. Ernesto Luyo se mantuvo todo ese tiempo negando su intención de ir a matarla “sino señalarla”, es decir, advertirle, amenazarla, dejarla “marcada”.
Pero la Policía no cayó en esa lógica y buscó saber la verdad de sus intenciones. Tenían claro que Luyo era un cínico, y que les había mentido desde el comienzo del proceso. Eso lo sabía especialmente el investigador García, encargado directamente del caso, pues descubrió algo vital en el caso.
García detectó -tras sus investigaciones con los conocidos de Luyo- que el cuchillo no era de la cocina de la casa de la víctima, sino que “lo había robado hacía 8 días más o menos de un taller de vulcanización que un amigo de Luyo, llamado Manuel Torres conduce en la calle Barbones”, también en Barrios Altos, informó El Comercio, en la edición del 1 de enero de 1937.
No solo eso. La Policía descubrió que Ernesto Luyo mandó sacar filo a ese cuchillo viejo y, curiosamente, le puso un corcho en la punta. Para los investigadores, esta secuencia en torno al arma homicida solo podía indicar una cosa: su premeditación del crimen del 30 de diciembre de 1936 en la calle Conchucos.
El asesino estaba al descubierto. La autopsia de la tarde del 31 de diciembre de 1936 lo confirmaría. La hizo el doctor José Darío Torres y otro personal de la Morgue Central de Lima: Rosa Soria murió debido a “cinco heridas en diversas regiones del cuerpo, inclusive dos en las manos, siendo la herida que le originó la muerte en la región mameral izquierda”. El cuerpo tasajeado de Rosa Soria Martínez fue entregado luego a sus familiares para el sepelio. (EC, 01/01/1937).
Esa misma tarde del 31 de diciembre de 1936, custodiado por dos guardias, Ernesto Luyo Pérez empezó en serio su proceso cuando fue llevado a la sección de identificación de la Jefatura General de Investigaciones. Largos años de cárcel lo esperarían en el Panóptico de Lima.
VIDEO RECOMENDADO
Nuestro Archivo Histórico presenta su tienda virtual