No jugó un Mundial, pero ganó una Champions League. Nunca fue campeón en el fútbol peruano, pero levantó seis Bundesligas, y ondeó la bandera peruana en una Copa Intercontinental y un Mundial de Clubes. No es el goleador histórico de nuestro malquerido torneo local, pero durante muchos años fue el extranjero que infló más redes en Alemania. Hasta que lo desplazó un polaco desconocido llamado Robert Lewandowski.
En un país como el Perú que elige a sus presidentes más por oposición que por adhesión, los futboleros somos empujados a optar por un bando tarde o temprano: “Pizarristas” o “Antipizarristas”. Quienes pretenden ser equilibrados en reconocer los logros de Claudio Pizarro y a la vez señalar sus cuentas pendientes son juzgados de tibios. No se admiten grises.
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Quizá por eso sigue siendo una de las discusiones más sabrosas en cualquier esquina: el mismo delantero que nos enorgullecía por el cable es acusado de haberle dado mala suerte a la selección de Gareca en el repechaje ante Australia por haberse tomado unas fotos con el plantel y haber repartido unos cuantos abrazos. Así de hilarante es el asunto.
Ese mismo hombre de casi 44 años anunció hace poco que el 24 de setiembre organizará un partido en Alemania para honrar más de dos décadas de carrera. Será un partido con tres tiempos de treinta minutos cada uno, donde se enfrentarán los dos clubes que lo veneran: el Werder Bremen y el Bayern Múnich, y un combinado de amigos que dirigiría Pep Guardiola.
Justo ese mismo día, la selección peruana — con Gareca o sin él— disputará un partido amistoso ante la selección de México, en los Estados Unidos. ¿Casualidad o alevosía? Con Claudio Pizarro, nunca se sabe. Con él las preguntas difícilmente tienen respuesta. Son tornados que no paran de girar hasta el final de los tiempos.
De puerto en puerto
La vida de Claudio Pizarro está marcada por los puertos. En el verano del 96 inició su aventura en Primera División con el Deportivo Pesquero de Chimbote. Tres años después, antes de la llegada del nuevo milenio, zarpó hacia Bremen. Y en 1989 convivió con uno de sus mejores amigos del colegio en el puerto de Paita: Miguel Ángel Zagazeta, un zurdo que ofreció algunos destellos en el torneo peruano y que hoy dirige a la Sub-16 de la ‘U’.
Ambos eran hijos de marinos, y estudiaron en el Liceo Naval Almirante Guisse, en San Borja, excepto en aquel año, donde se la pasaron jugando paleta frontón mientras sus padres cumplían con sus misiones en Piura.
Fue Zagazeta quien convenció a Pizarro de dejar la academia del Liceo Naval — donde fungía de mediocampista— para probar suerte en el Cantolao, donde comenzó a entender el oficio del ‘9′. Juntos fueron elegidos por el ojo astuto de Roberto Chale para integrar el equipo principal del Pesquero. Y juntos viajaron a Chimbote para realizar la pretemporada al lado de Giovanni Valdivieso, un central, y Gregorio ‘Goyo’ Bernales, un volante de atraque que insinuaba un futuro prometedor.
Al mes y medio, Zagazeta se escapó de la concentración en Chimbote y se regresó a Lima a pesar de los intentos de Pizarro por persuadirlo. El hotel y la ciudad, simplemente, no eran de su agrado. A las semanas, el delantero debutó en Primera a los 17 años mientras que el zurdo lo haría tres años después con el Sport Boys. Decisiones diría Rubén Blades.
Eso sí, en todos estos años, donde Pizarro ha sido idolatrado y vapuleado, Zagazeta lo ha defendido cada vez que se han metido con el ser humano.
“Él ha ayudado a mucha gente en silencio y desinteresadamente. Tal vez sus expresiones no lo ayudaban. Tal vez a la gente no le gustaba su entonación a la hora de decir las cosas o su sonrisa y le colocaron etiquetas injustas. Pero yo sé quién es, más allá del futbolista exitoso y profesional que ha sido”.
En tanto, Kike La Hoz, director-fundador de la revista digital Sudor y autor de un perfil del ‘Bombardero de los Andes’ para el libro Benditos (Magreb, 2018) resume la complejidad del embajador más ganador que ha tenido el fútbol peruano. “Nos gusta amar y odiar a la vez. Así somos. Quienes hagan arqueología con Pizarro en cien años hallarán que fue el ídolo fallido de la selección y al mismo tiempo un conquistador en el extranjero”, dice.
Este miércoles se cumplirán dos años de su último partido oficial, cuando salvó la categoría con el Werder Bremen ante el Heidenheim sin jugar un minuto y sin público por la pandemia. Justicia y fiesta es lo que buscará en setiembre, en Alemania. En el país donde nació no parece ser posible.