Los casos de asesinatos siempre han sido cultivo para un tipo de periodismo que se enfocó en el crimen. Foto: El Comercio.
Los casos de asesinatos siempre han sido cultivo para un tipo de periodismo que se enfocó en el crimen. Foto: El Comercio.
Daniel Goya

Hace 90 años en Lima no se hablaba de otra cosa: el descuartizador del Hotel Comercio. El español Genaro Ortiz había asesinado a martillazos a su compatriota Marcelino Domínguez y luego, con frialdad y cálculo, rebanó el cuerpo de su compatriota. Dispuso los pedazos en una maleta que dejó en el cuarto del hotel y huyó. La Lima de la década del treinta era muy distinta, mucho más pequeña, mucho más conservadora, pero igual de chismosa. 90 años han pasado y el caso se convirtió en el emblema de un tipo de periodismo que creció y se ganó un lugar en la cultura popular: la crónica roja, roja por la sangre, obvio. Pero también roja por la intensidad de los actos, por la emergencia de la media noche, la alarma que generaba en el público.

Despertar muerto y volverte famoso. Ser acuchillado, rebanado, incinerado, aplastado, asfixiado, envenado y ser portada de los diarios, el tema de conversación de la tarde en el almuerzo y la noticia desagradable en la noche. Ya lo decía Alberto Fuguet en su novela “Tinta Roja”, ser víctima de un crimen es la oportunidad de salir en los medios y alcanzar reconocimiento. Fama sin fortuna.

La crónica roja, aquella escrita con tinta que chorrea y mancha como sangre. Esa misma que huele a sexo prohibido, a pólvora de arma recién disparada, que suena a balazos en una madrugada cualquiera, a llanto incontrolable, y que sabe a saladas lágrimas es, tal vez, uno de los géneros narrativos más antiguos de la humanidad.

Al día siguiente de que Caín matara a Abel un cronista llegó a la escena del crimen. “La Biblia en su libro Génesis, capítulo 4, versículo 8, detalla el crimen y deja para la posteridad la técnica de la descripción del asesinato, el primer infeliz fratricidio. El sagrado escrito rojo, como observamos horrorizados, es pues tan antiguo como el hombre. Hecho así socialmente el homo sapiens, nace con él, el homo asesinus y renace con los dos, el homo croniquistus. Así hasta nuestros días –y de extrema furia”, dice Eloy Jáuregui, cronista de la vieja escuela, en su texto “Cosecha Roja / La tristemente célebre crónica policial”.


Así comienza la fascinación por las historias de crímenes y por eso la crónica policial tiene un aire a texto sagrado antiguo, que habla de la mortalidad del hombre, de la condición humana y de sus deseos más viles. “Las personas quieren cometer un crimen, pero no se atreven”, dice Luis Jochamowitz, autor del libro “El descuartizador del Hotel Comercio y otras crónicas policiales”. “El morbo juega un papel fundamental. Las personas desean transgredir la ley, pero a muchos solo les queda leer sobre eso que sueñan. Los ladrones de bancos son apreciados, pero el psicópata es despreciable y atrae justamente por eso”, señala el escritor.

Los lugares son comunes y otros elementos también. Un arma, celos, una habitación de hotel, una calle poco concurrida y sin iluminación, una disputa por dinero, un amor no correspondido, una amistad traicionada, uno, dos o tres infieles, un ajuste de cuentas, botellas de alcohol, gramos de drogas, etcétera. Se puede decir que la crónica policial es casi siempre sobre la misma historia, pero la labor de los cronistas es que nunca parezca igual. Saúl Faúndez, uno de los personajes de la novela Tinta Roja y que luego se convirtió en una película gracias a Francisco Lombardi, decía –en su versión cinematográfica– que todos los días se muere alguien, que eso no es ninguna novedad, pero que el trabajo del periodista que cubre los casos policiales es hacer parecer que el muerto del día parezca el primero de la década.

Héroes de papel y tinta

La identidad del barrio la construye sus héroes”, dice Eloy Jáuregui antes de explicar que la crónica policial es eso que hacía, en otros tiempos, emocionar a los más pequeños al saber que vivían al lado del más avezado ladrón de bancos o que habían jugado pelota con el líder de la banda de asaltantes. “Yo soy de Surquillo, barrio picante, y los periódicos contaban los casos en los que se metían los delincuentes y eso nos fascinaba a mí y a mis amigos cuando estábamos en el colegio”, recuerda.

Los delincuentes adquieren categoría de leyenda. Robin Hood es emulado por hampones nacionales. Jack, el que descuartizaba en Londres, tiene seguidores pero aquí es el destripador de Maranga. Chicago vive en el barrio de Surquillo y tiene cementerio propio. Lima deja su tufo a perfume de damisela. El cine trae a Humphrey Bogart con su rictus a tajo abierto. El cómic le entrega su color como una herida sanguinolenta”, escribió alguna vez Jáuregui para explicar el misticismo que rodea a los protagonistas de las páginas policiales.

La salud de la crónica roja

El año pasado apareció “Crímenes en Lima”, un libro que reúne crónicas policiales escritas por autores destacados como Luis Jochamowitz, Ricardo León, María Luisa del Río, Carlos Paredes, Alejandro Neyra y Carlos Enrique Freyre, entre otros. Es tal vez la última publicación del género policial. “Lima necesitaba que alguien cuente sus historias entreveradas, que se narre con calidad los sucesos tristes y que revise nuestras mentes”, indica Alberto Rincón, editor del libro.

La crónica policíaca tiene una mirada puesta en la calle, en la gente, en los gestos, a veces en las minucias de un humano, y en el carácter de esa persona que hace algo. Creo que por ahí pasa el valor y las características de este género”, comenta Rincón quien también advierte sobre cómo la crónica roja ha perdido espacio en el día a día. “La crónica policial necesita que los periodistas se ensucien los zapatos, que se metan a lugares peligrosos y conocer gente peligrosa. Y creo que esa labor se la robó la televisión, se la robaron los reporteros a los escritores de crónicas policíacas. Eso terminó en un deterioro del género escrito. Hoy, si hablamos de lo policíaco en el Perú, nos referimos principalmente a lo que nos toca ver cada mañana en los noticieros, o sea un muerto tirado en la calle y no del género literario que es de mucha calidad, que tiene referentes muy buenos y que tiene que ver más con la condición humana”, acusa.

Por su parte, Jochamowitz asegura que la salud de la crónica roja nunca ha estado en riesgo, porque nunca vivió lo suficiente. “La crónica roja nunca ha estado en el centro de nada, tampoco tenemos mayormente novela policial, por ejemplo. Siempre ha sido muy tenue la presencia de los relatos policiales. Por allí hay libros interesantes y otros no tantos, pero no es que hayamos tenido una buena época de crónica roja y ahora ya no”.

La muerte no descansa. La tragedia siempre es materia dispuesta para aquel que quiera dar golpes al teclado y disparar letras a discreción. “El tema es la calidad. Siempre que haya una buena pluma, el género no se dará por vencido. Es cuestión de que se siga empujando, se siga revisando y se siga viendo las historias desde otras formas. La crónica policial no está muerta en absoluto”, concluye Rincón.

Cuatro libros de sangre y fuego

“El Caso Banchero”

Un clásico en las facultades del periodismo. Guillermo Thorndike reconstruye el asesinato del, tal vez, mayor magnate del Perú y con una investigación profunda y pluma contundente desentraña un caso que encerraba más de un misterio.

“El descuartizador del Hotel Comercio y otras crónicas policiales”

Luis Jochamowitz reconstruye el variado panorama del crimen peruano en los albores del siglo XX con 24 crónicas excepcionales.

“Crímenes en Lima”

Un grupo de escritores contemporáneos narra desde su propia visión los casos de sangre más sonados en los últimos años como el de Eyvi Ágreda, la familia Paredes, el asesinato de Miriam Fefer y Alicia Delgado, entre otros.

“Enigmas de la crónica policial”

Osvaldo Aguirre aborda los grandes casos policiales inconclusos. Este libro propone un recorrido por historias sin final, que retornan una y otra vez como un desafío imposible de resolver.

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