“Me contaron que una vez, hace ya varios años, le hicieron escuchar mi voz a Ana Gabriel en el tema Amor prohibido y ella dijo: “Oye, sí, esa chava se parece un poco a mí””, recuerda entre sonrisas Rossy War, la mujer que convirtió su canto en instrumento fundamental de la tecnocumbia con la que extendió su reinado entre fiestas, yunzas, pachamancas y conciertos, en costa, sierra y selva, allá por los años 90, y con la que demuestra aún su vigencia inextinguible y la pasión que vibra en ella. “Eso fue halagador para mí. Luego tuve que dar una conferencia de prensa en México para explicar que el tema “Nunca pensé llorar” no lo cantaba Ana Gabriel en cumbia, sino yo”, recuerda con buen ánimo la artista, que lleva en sus venas la sangre de una madre sullanense y un padre maldonadino, igual que ella, y que confiesa que, en realidad, es un honor que la comparen con la cantante mexicana. Pero Rossy, a punta de esfuerzo y talento, ha construido su propio nombre, lo ha visto colorido en los carteles, brillando en las marquesinas, protagonizando el escenario ante miles de personas, siempre acompañada del genio musical de Tito Maury, su esposo y compañero de vida. Él, en agosto del 2020, pasó días duros a causa del COVID-19, pero logró salir adelante.

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