En la conciencia nacional estará siempre presente el nombre de Nicolás de Piérola, su leyenda única, su honrosa pobreza, su hidalguía, su veracidad jamás desmentida, su fascinación sobre sus ardientes partidarios, su gran cultura, su hondo e inmenso amor por el Perú. Por eso “cuando el mal ahoga o el peligro arrecia”, como en estos tiempos, debemos buscar inspiración en el magisterio cívico de Piérola, que sigue siendo indiscutible punto de referencia moral en nuestra historia republicana.
Nacido en Camaná el 5 de enero de 1839, irrumpe en la vida política nacional a los 30 años de edad, como enérgico e innovador ministro de Hacienda del presidente José Balta. Hasta el día de su muerte, ocurrida el 23 de junio de 1913 en su austera casa de la calle del Milagro, su existencia fue un incesante batallar. Conspirador, revolucionario, Jefe Supremo, fundador de un partido político, periodista, estadista. Nicolás de Piérola siempre fue perseverante con sus ideales.
Lo vemos en el Parlamento, en 1872, desbaratando con lógica impecable los cargos que sus adversarios habían levantado para descalificar su gestión ministerial. Más tarde, cuando le cierran las puertas de la legalidad, inicia sus memorables rebeldías a bordo del Talismán y del Huáscar, en Yacango y Los Ángeles, en Torata y en las goteras de Arequipa. Don Nicolás combatió tenazmente al régimen civilista entre 1872 y 1879. Con igual gallardía, en aguas de Pacocha el 29 de mayo de 1877, con la insignia de Jefe Supremo de la República al tope del monitor Huáscar se enfrenta a dos buques de la armada inglesa, por entonces la más poderosa del mundo, defendiendo la honra nacional.
Durante la guerra con Chile, que será la etapa más discutida de su vida pública, Piérola organiza la defensa de Lima y se bate en San Juan y Miraflores. Después de la caída de la capital en poder del invasor, sus enemigos piensan que Piérola está acabado. Mas en 1894, cuando el Perú se encontraba abrumado por la desesperanza, Piérola aborda una fragilísima embarcación en Iquique y arriba a Puerto Caballas. Desde allí, como Delegado Nacional, dirige la Coalición entre los partidos Civil y Demócrata que triunfará el domingo 17 de marzo de 1895 en que a la cabeza de sus montoneros Piérola ingrese a Lima por la que fue Portada de Cocharcas forzando la renuncia del presidente Andrés A. Cáceres. Elegido jefe del Estado, la administración de don Nicolás entre 1895 y 1899 será ejemplar.
“Ya antes del desastre contra Chile, escribió Jorge Basadre, surgió una ola de ataques enconados contra el Dictador Piérola para llevarlo a la hoguera como ‘chivo expiatorio’ con olvido de los delitos y culpas de muchos…”. El mariscal Andrés A. Cáceres en sus memorias publicadas en 1921, dice: “La falta de una nación entera no puede recaer en un hombre; porque generalmente los hombres son producto del medio en que viven y en el que nacieron”. Y concluye: “Así resulta injusta la acusación que se hace a don Nicolás de Piérola como único causante de las grandes derrotas sufridas por el Ejército peruano”. Para Cáceres, lo dice también en sus memorias, la catástrofe se gestó “en la anarquía social de muchos años”.
Francisco García Calderón, el hombre que presidió en Magdalena un gobierno para enfrentar al de Piérola, quien continuaba resistiendo en Ayacucho, al concluir en 1899 la gestión de su antagonista de muchos años, recogiendo el sentimiento mayoritario de la ciudadanía, le dijo a Piérola en vibrante discurso: “No considerasteis el poder como el botín del vencedor si no que buscasteis a los que eran dignos de colaborar en vuestras obras. Buscasteis los hombres para los destinos y no los destinos para los hombres; cumplisteis estricta justicia, ahogando quizá los ímpetus de vuestro corazón”.
Estas páginas de El Comercio muchas veces combatieron duramente a Nicolás de Piérola cuando consideraron que estaba equivocado. Pero cuando se formó la Coalición Nacional no dudaron un instante en apoyar plenamente a Piérola. El día de su muerte, con las páginas enlutadas, El Comercio dijo: “Tuvo el señor Piérola en su espíritu como dos opuestas tendencias: fue batallador y fue sereno; fue audaz y fue prudente; era enérgico y al mismo tiempo afable y humano. Por la primera de estas cualidades conquistó el corazón de las masas y ejerció cierta fascinación sobre sus partidarios ardorosos; por las segundas, unidas a su sagacidad y a su cultura, se hizo estimar por las clases selectas”. En esa hora acongojada José Antonio Miró Quesada y su hijo Antonio estuvieron en el velorio del Califa. “Para no admirar a Piérola, sentenció Víctor Andrés Belaúnde, sería necesario carecer del sentido de lo grande”.
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