La peruana Nilsa Jung se mentalizó por varias semanas para pasar las fiestas de fin de año bajo un “confinamiento duro”. Cuenta que, en realidad, la mayoría de ciudadanos en Alemania sabía desde noviembre que un endurecimiento de las restricciones por la pandemia era cuestión de tiempo.
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“Cada día iba subiendo el número de infectados y de muertos. No se veía una mejora a pesar del ‘confinamiento light’, menos restrictivo, que se puso en marcha desde el 3 de noviembre”, nos cuenta la compatriota que lleva 15 de sus 56 años viviendo en el país germano.
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El inminente retorno de la cuarentena parcial en Alemania se materializó este miércoles con el cierre de comercios no esenciales y de escuelas. Las autoridades quieren evitar que las celebraciones por Navidad y el Año Nuevo se traduzcan en una explosión mayor de casos y fallecidos.
El inicio de las nuevas medidas, que estarán vigentes hasta el 10 de enero, coincidió con la jornada en la que el país batió su récord de muertes diarias por coronavirus, con 952 casos fatales, 354 más que la anterior marca del pasado viernes. La curva de contagios tampoco ha parado de crecer en las últimas semanas.
“En estas fechas los colegios cierran, muchos trabajadores salen de vacaciones y todos se vuelcan a las calles a hacer sus compras, van a visitar a sus padres y abuelos. Las nuevas medidas son fuertes pero necesarias. Los hospitales y clínicas ya están llenando su capacidad”, relata Jung, quien tiene un hotel para mascotas en Grimburg, municipio en el estado federado de Renania-Palatinado.
Pese a que salió bastante airosa de la primera ola de COVID-19, la segunda ha golpeado con fuerza a Alemania, donde desde inicios de noviembre rige un cese de actividad en los sectores del ocio, el deporte, la cultura y la gastronomía.
“Acá la mayor parte de la población está de acuerdo con las estrictas medidas dadas por el Gobierno Federal, aunque esto no significa que no haya frustración dentro de la población”, dice a este Diario Milagros Portocarrero-Psaltiras, abogada peruana de 45 años que también radica en Alemania.
Como sucede en todos los países, quienes se ven más afectados por el nuevo y estricto confinamiento son los comerciantes. Muchos de ellos habían estado preparándose y adaptándose para poder trabajar durante las fiestas navideñas, un deseo que no se podrá cumplir.
Temor en alza
Para Portocarrero-Psaltiras estas suelen ser fechas de reencuentro. Cada año se reúne con los amigos que tiene por toda Alemania y visita a los familiares que viven en otros países europeos. Pero este año no será así.
“Esta vez es un bien mayor el que tenemos que cuidar. El principio de solidaridad tiene que prevalecer ante nuestras ansias de abrazar al ser querido”, asegura a este Diario.
En Alemania se mantendrá el límite de cinco personas de dos domicilios en las reuniones privadas. Por Navidad, entre el 24 y el 26 de diciembre, los encuentros podrán ampliarse a cuatro personas más, también de otros hogares.
“Esto es necesario porque permitirá que aquellos que estén infectados puedan ser diagnosticados y así no infectarán en las celebraciones a la población mayor de edad, que son los que corren más riesgo. No solo se trata de reducir los contagios, sino que los abuelos y abuelas no sean contagiados”, agrega Portocarrero-Psaltiras.
En el Reino Unido, que también ha endurecido los confinamientos y restricciones sociales ante los actos sociales en Navidad, la preocupación es cada vez mayor.
Fabrizzio Canaval, médico peruano de 27 años, llegó en octubre a Inglaterra para estudiar una maestría en Public Health (Salud Pública) en London School of Hygiene & Tropical Medicine. En estos meses le ha tocado vivir varias etapas de confinamiento, el último de los cuales empezó este miércoles.
“La situación actual sí preocupa. La pandemia se controló bastante cuando se declaró cuarentena en noviembre, pero luego reabrió todo a inicios de diciembre. Ahora, solo dos semanas después de que ‘volvimos a la normalidad’, se han vuelto a cerrar las cosas porque ha habido muchísimos contagios solo en dos semanas. Las medidas son necesarias”, cuenta a El Comercio.
Solo dos semanas después de que Inglaterra saliese de su segundo confinamiento un aumento de los contagios llevó a que la capital y partes del sureste del país entraran de madrugada del miércoles en el nivel máximo de alerta contra el virus, que ya se aplicaba a zonas del norte.
Esto implica el cierre de hoteles, bares y restaurantes -que ya solo pueden vender comida para llevar-, locales culturales como cines, teatros y museos y centros de ocio.
Descontento y disciplina
Pese a las preocupaciones por el avance de la pandemia, no son pocos quienes se resisten a aceptar las nuevas restricciones. Alemania ha sido uno de los países en los que las protestas contra las medidas y las posturas antivacuna han tenido más concurrencia, aunque no se trata de la mayoría de la población.
“Algunos rechazan estas medidas estrictas, pues defienden que este es un país libre donde casi todo está permitido. Esas personas ven las medidas como recortes de su libertad”, dice Nilsa Jung.
Sin embargo, la compatriota destaca que el descontento que puede existir en Alemania no es mayor al sentido de responsabilidad. “A pesar de que tenemos un confinamiento estricto, los supermercados, farmacias, consultorios médicos, bancos y otros negocios siguen abiertos. Acá no hay un control de la policía estricto en las calles, la gente es disciplinada y sale solo por lo necesario. El clima ayuda también porque debido al frío nadie está deambulando en las calles”, dice Jung.
Por su lado, Fabrizzio Canaval señala que, en el caso de Inglaterra, el descontento que existe en la población obedece a que las medidas han ido cambiando muy rápidamente, por lo que mucha gente no siente la estabilidad de saber qué puede hacer y qué no.
“Yo siento que la gente es muy obediente. A pesar de que se queja o hay disconformidad, las personas entienden por qué se toman las medidas y obedece mucho. También porque el sistema político y sanitario hace que incluso si tú no estás conforme con la norma igual tienes que obedecerla porque aquí te imponen una multa y sí te la cobran”, explica.
Milagros Portocarrero-Psaltiras recuerda que las restricciones de este tipo, sobre todo las que dictaminan de manera generalizada el toque de queda como se ha visto en algunas ciudades alemanas, son medidas extremas que no se vivían desde la época inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial.
“Pero quizás ahora nos sentimos afectados con mayor intensidad que en esa época porque hoy gozamos de una capacidad de movilidad y un acceso a actividades de recreo más grande”, considera.
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