
Más de 2,5 millones de jóvenes votarán por primera vez en las elecciones del 2026 (Reniec, 2025). Sin embargo, su conexión con la política es débil: solo el 15% entre 18 y 24 años declara “mucho” interés en ella, y el 54% tiene poco o ningún interés (IEP, 2024). El desinterés no es exclusivo de los jóvenes, pero en ellos –en esta nueva generación aún poco comprendida– hay algo valioso: aún pueden reconocerse como esenciales en la reconfiguración de un sistema que, desde ahora, se moldeará con su participación.
Entonces, ¿si en vez de preguntarnos cómo involucrar a los jóvenes en política, comenzamos por algo más simple? ¿Y si no se trata de captar su interés, sino de despertar sus ganas de saber más? La curiosidad no exige esperanza, solo la sospecha de que hay algo que vale la pena entender. Y si algo caracteriza al proceso electoral del 2026, es que todavía nadie lo tiene claro.
Regresa la bicameralidad. Elegiremos plancha presidencial, congresistas, senadores (¡y parlamentarios andinos!). También habrá elecciones regionales y municipales: gobernadores, alcaldes, consejeros. Todo en el mismo año y todo en construcción: nuevas leyes, nuevas formas de votar (y nuevos candidatos, claro). Incluso las autoridades navegan terreno incierto. Hace poco, el JNE amplió el plazo de inscripción de partidos: primero dijeron 26 de marzo, luego lo ampliaron al 12 de abril. Si ellos están resolviendo sobre la marcha, ¿cómo no va a costarnos a los votantes?
Esto es normal. Los cambios traen fricciones. Pero en esta incertidumbre hay una oportunidad: invitar a las nuevas generaciones a explorar este nuevo paisaje político que aún estamos trazando. El reto del 2026 no solo es electoral, sino también de sentido colectivo: lograr que más personas, especialmente los jóvenes, sientan que vale la pena comprender el sistema que nos gobierna.
Quien no se hace preguntas difícilmente podrá exigir respuestas. Y antes de pedir compromiso político, tal vez debamos buscar algo más simple: que haya un deseo por entender. Si logramos encender esa chispa –la curiosidad–, no solo acercaremos a una nueva generación a la política, sino que todo lo demás (el interés genuino, el involucramiento) vendrá como consecuencia. Cultivar curiosidad política puede parecer modesto, pero en un país acostumbrado a la resignación, puede ser profundamente transformador.
Jóvenes, quizá ustedes, que nos ayudan a entender tanto, puedan ayudarnos a descifrar lo que se nos viene en el 2026. Y este recorrido será muchísimo más interesante si conseguimos que todos nos animemos a hacer más preguntas.

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