Estudié la ciencia económica en dos universidades excelentes durante siete años, pero en todo ese periplo académico no recuerdo haber escuchado el concepto de la informalidad laboral. A pesar de tanto estudio y de los descubrimientos ya realizados por famosos economistas como Adam Smith y Frederick Marshall, mi impresión es que nadie había caído en cuenta del papel central de la informalidad como causa de la extrema pobreza en el mundo o, por lo menos, como impedimento para la eliminación de la extrema pobreza. Solo así se explicaría por qué las oficinas estadísticas del mundo hacían caso omiso a la informalidad hasta hace muy pocos años.
En el Perú, la estimación de la informalidad fue iniciada hace una década aproximadamente por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) publicando estadísticas del PBI que separan la producción formal e informal desde el 2007. ¿Será que los economistas (y estadísticos) somos unos lentitos? ¿O es que se trata de un fenómeno nuevo, un obstáculo quizás mucho menos grave anteriormente, y que no impidió el masivo desarrollo y la reducción de pobreza logrados en Europa occidental y en algunos países de Asia luego de la revolución industrial? En todo caso, podríamos decir que, a pesar de tratarse de un descubrimiento tardío, finalmente sabemos lo que hoy es considerado por muchos como la clave para explicar la persistencia de tanta pobreza en el Perú y también en muchos otros países del mundo.
Sin embargo, a pesar de la mala estrella que tendría la abrumadora informalidad urbana, el cálculo del PBI que publica el INEI no parece ser compatible con el concepto negativo que se tiene de la informalidad urbana. Así, el aumento en el PBI atribuible al sector informal desde el 2007 es casi igual al aumento en el componente formal. Si bien la producción del trabajador informal es bastante menor al que produce el trabajador formal, el aumento reciente de cada uno –entre el 2007 y el 2021– es muy similar. Se deduce, entonces, que la productividad del informal durante ese período ha venido aumentando a una tasa similar. Lo más interesante de ese resultado es que, en el caso del trabajador formal, la mayor productividad se debe en gran parte a un aumento en la inversión realizada por las empresas contratantes o, quizás, a un trato más favorable del Estado, mientras que la mayor productividad del informal debe ser atribuido, mayor o totalmente, al esfuerzo propio del trabajador.
Otra perspectiva necesaria sobre la informalidad se obtiene tomando en cuenta las diversas razones para esa condición. Un componente importante, sin duda, es la existencia de empleos secundarios y más en el caso de trabajadores formales. Una categoría muy grande, por ejemplo, se debe a la práctica de un segundo trabajo entre trabajadores formales del Estado. Los casos más conocidos son los maestros y el personal médico contratados “formalmente” por el Estado, que aprovechan los horarios no muy exigentes y un control laxo para tener una actividad “informal” además de la formal. Un estudio analizó el caso de una escuela en San Juan de Lurigancho, con entrevistas personales a cada maestro, descubrió que más de la mitad del personal estable tenía un segundo trabajo que realizaba cada día. El mismo fenómeno es muy conocido en el caso del personal médico del Ministerio de Salud y debe ser frecuente también en la profesión legal.
Al final, creo que el valor principal del concepto de la “informalidad” ha sido retórico, más que una ayuda para explicar el crecimiento económico o para formular mejores políticas de desarrollo.